10. La crisis del 2001

 In Blog, Guía Existencial Argentina, I. Argentinas y argentinos

En diciembre de 2001 estaba trabajando en un relevamiento cartográfico y turístico en isla Victoria en medio del lago Nahuel Huapi (de lo que digo algo más en este blog en la nota sobre cartografía) para los amigos Iachetti, dueños de la hostería isleña. El día que cayó el gobierno de Doctor De la Rúa e hijos trepaba al cerro Colorado frente a isla Victoria al otro lado del lago con un par de guías y otro consultor de Sandro Iachetti que no me caía nada simpático. A mitad de la subida estábamos descansando en un balcón estupendo que mira al norte y surgió el tema político y económico de esos días. El gobierno acababa de decretar el corralito y yo dije, como inspirado por el abismo que teníamos delante:

-Se cae el gobierno.

-¡No, pero qué decís! ¡Cómo se va a caer el gobierno! -dijo el consultor con el tono de quien además dice “mirá las pelotudeces que tenemos que escuchar”. Es muy interesante el efecto de la proximidad de un abismo real en una discusión cualesquiera: al menos para quien sufre de vértigo, como el suscripto. Hablar frente al vacío me tensiona tanto que las palabras me salen duras, cortas, bruscas. Dije:

-Ya vas a ver.

Hicimos cumbre a 2.800 metros con un cóndor que vino a inspeccionarnos, cenamos fondue de queso con vino blanco en el refugio del Club Andino de La Angostura y al día siguiente bajamos, esperamos que viniera la lancha a buscarnos y volvimos a puerto Tunquelén. El consultor siguió viaje a Bariloche y yo me quedé en el hotel Tunquelén pegado a la televisión, viendo el final tan desafortunado de la presidencia Doctor De la Rúa e hijos. Los muertos, el kilombo en el corazón de la República, el estado de sitio, el helicóptero. Solo, en un gran hotel casi vacío a veinte kilómetros de la ciudad, seguí el colapso a través de la pantalla de televisión y de la computadora, saliendo a fumarme una pipa a la terraza, cuando estaba atosigado de caos a 1.600 kilómetros de allí. Al día siguiente nos encontramos con el consultor y los guías y experimenté por una vez el gusto del profeta que acierta en la profecía. El “tenías razón” del consultor me entró dulce por los oídos. Aunque tener razón frente al inminente desastre es amargo.

Y no es un juego que me interese practicar.

Leave a Comment