11. Sex and the cities

 In Blog, Guía Existencial Argentina, I. Argentinas y argentinos

Con los años mi interés por la actividad sexual en las ciudades argentinas mermó bastante. Más allá de las hormonas, ya no las exploro de noche: en parte porque me aburre y en parte porque si me acuesto tarde al día siguiente no estoy en forma para seguir viaje. Pero hace veintidós años era soltero y un relevamiento urbano no me parecía completo sin haber echado un vistazo a los lugares de diversión nocturna. Llegué a confeccionarme un somero mapa mental de la Argentina nocturna y sexual que, en rigor, fuera de Buenos Aires, Mar del Plata y Rosario era bastante pobre y muy convencional: entiendo que también en este terreno hubo mucho avance en las últimas dos décadas.

Aunque el juego de azar me aburre, solía darme una vuelta por el casino si lo había y los boliches más renombrados, donde un viajero solitario podía encontrar compañía femenina. La manera en que la Argentina sustituyó a los burdeles y liberó a la mujer de los cafishos me parece bastante acertada: el boliche de “gatos” es posiblemente la mejor variante en el mundo real aunque del centro a los suburbios y de la capital a las provincias se pase de lo seudo elegante a lo sórdido y del local de mujeres libres al lupanar de mujeres esclavas. Al final es siempre lo mismo, con otra compañía: pagarle un trago a la casa, un par de tragos a la dama y tomar un turno en un cursi o lúgubre cuarto de hotel alojamiento ahí nomás. La experiencia más inolvidable la tuve en Tucumán: me presentaron a una mujer que parecía la Coca Sarli y le expliqué que no tenía ganas de encerrarme en un hotel; así una tarde a la hora de la siesta me guió a una lujuriosa quebrada por el lado de Lules. Dejamos al R-12 y caminamos por un arroyo hacia el monte hasta que llegamos a un claro en la espesura. Lo que siguió fue uno de los momentos más sensuales de mi vida y un recuerdo más imborrable que una película de Armando Bó filmada en Misiones. Creo que Tucumán debería explotar ese don de naturaleza lujuriosa y mujeres exuberantes en jardines cerrados pero a la luz del sol, no de noche entre cuatro paredes. En Patagonia, la Puna o la Ciudad de Buenos Aires no hay muchas otras posibilidades, pero la selva de nublado es un marco natural grandioso para el erotismo y la sexualidad, no sólo hétero.

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