13. La Navidad argentina
No sé cuándo comenzó esta costumbre de tirar cohetes y petardos en Navidad: me fui del país a los dieciocho años y no tengo recuerdos de que hasta entonces se acostumbrara a producir estruendo el 24 de diciembre a medianoche, pero quizá me equivoco. Tengo el vago recuerdo de que entonces se celebraba más el día de Navidad que la Nochebuena. Me sorprendió (cuando volví después de vivir más de diez años en otros lugares del mundo) que la Nochebuena se hubiera transformado en una suerte de ensayo general del coheterío de Nochevieja. Ni en Italia ni en España existe algo así ni –hasta donde sé– en ningún país vecino. La única región de Argentina que se salva de esta bárbara costumbre es la Patagonia boscosa, porque están prohibidos los fuegos artificiales. Y seguramente la Colonia Menonita de Remecó, en La Pampa.
Dice mucho del profundo divorcio entre el pueblo argentino y la Iglesia de Roma (y confirma que nuestro país ya ni siquiera nominalmente es católico o cristiano, sino pagano) que una noche que para los cristianos es de serena e íntima reunión familiar se haya transformado en un Carnaval. No soy creyente pero respeto ciertas costumbres que vienen de mis abuelos paternos italianos y católicos practicantes: por ejemplo, no comer carne en la vigilia de Navidad. Quizá porque en nuestro país la Navidad no es incompatible con el asado y el consumismo desaforado, a eso se le sumaron los cohetes y la música bailantera a todo volumen. Lo raro es que antes de cada Navidad ni la Iglesia de Roma ni otras iglesias cristianas recuerden públicamente y con voz vigorosa a los argentinos que todo ese estruendo (además del consumismo y el asado en Nochebuena) es profundamente antinavideño, del todo irrespetuoso para con los creyentes y terrible para nuestros amigos los perros.
Pero con los años también eso mejoró, porque hoy son cada vez más los municipios donde la pirotecnia está prohibida, para gran alivio de los perros. Y de las guardias de los hospitales.