17. Nuestros árboles

 In Blog, Guía Existencial Argentina, I. Argentinas y argentinos

Más allá de sus opiniones e ideas políticas respetables como las de cualquiera, un par de veces escuché al doctor Mariano Grondona cuando era una figura predominante de la televisión decir cosas insostenibles que sólo pueden disculparse por hacer televisión en directo, donde lo que se dice sale al aire sin más. Dos sandeces suyas me quedaron grabadas desde hace años: una fue una comparación de la Argentina y la Italia de principios de siglo XX donde dijo algo así como “miren lo que era Italia entonces y lo que era la Argentina, y lo que son hoy”. La demostración de que esa fue una afirmación falsa de toda falsedad es que por más empobrecida y debilitada que fuera la Italietta de esa época, la rica y próspera pero ignorante e incapaz Argentina de entonces tuvo que acudir a ella y a su know-how para dotarse con sus primeros buques de guerra modernos, fue un ingeniero italiano quien proyectó el puerto artificial militar de Punta Alta, fue otro ingeniero italiano quien hizo las primeras obras hidráulicas importantes de Cuyo y la Patagonia, docenas de arquitectos italianos construyeron la mayor parte de las catedrales argentinas, Pirelli Platense S.A. instaló la primera fábrica de cables eléctricos, cámaras y cubiertas del país en 1920, etcétera. El payaso cuaracuacuá Milei también lo ignora, cuando repite que la “Argentina era una potencia mundial”, o “la primera potencia”. Era un país de gauchos brutos que lo único que producía eran materias primas y sin los inmigrantes no habría producido más que cuero y carne salada.

Otra del doctor Grondona que me quedó grabada fue una vez que refiriéndose a los anglosajones o nórdicos europeos dijo algo así como “claro, ellos tienen el roble y nosotros el eucaliptus”. Resulta chocante que una persona cultivada como el doctor Grondona no tenga un recurso mental de amparo, no digo para nuestro pampeano ombú que por descomunal que sea no sirve para nada más que la sombra, sino para la cantidad y variedad de árboles magníficos que sólo crecen en nuestra geografía y la de algunos países vecinos: ¿qué hacemos con la rústica potencia del alimenticio algarrobo y la docena de especies similares, con el ceibo de estupenda floración y generosa blanda madera, con el quebracho colorado exterminado por sus taninos, con la lujuria floral y maravillosa madera del jacarandá, con la elegancia sinuosa y la llorona floración amarillenta de las tipas, con el “árbol providencial” que fue el pino paraná y su pariente sagrado la araucaria, con la nobleza monumental de los imputrescibles coihues y la buena madera y alarmantes colores otoñales de las lengas por no hablar del radal y el ciprés cordillerano o el milenario alerce, o del increíble caldén que hasta se usó como parquet de adoquinado en las calles de Buenos Aires y otras capitales argentinas, y el majestuoso ybirá pitá, y la lujuriosa floración de los palos borrachos de antediluviano aspecto, y las “maderas de ley” misioneras como el cedro, el lapacho negro, el peteribí y el incienso? ¿Qué eucaliptus, los de las estancias bonaerenses? Cuando escucho un lapsus linguae como el del doctor Grondona a propósito de los árboles europeos o norteamericanos y los de nuestra tierra tiendo a pensar que fue todo en vano: fue al cohete que un genio como el arquitecto paisajista francés Charles Thays pasara la mejor parte de su vida enseñándole a nuestra oligarquía la belleza de los árboles autóctonos, fue inútil que nuestra sarmientina escuela pública nos enseñara desde pequeños lo que vale y significa un árbol, fue al divino botón que mentes preclaras como el perito Francisco Pascasio Moreno crearan los parques nacionales. Total, después sale por el viejo tubo de rayos catódicos o el moderno plasma un doctor Grondona diciendo que “ellos tienen el roble, y nosotros el eucaliptus” como ejemplo de no sé muy bien qué cosa. Si el ya retirado periodista no percibe el esplendor de los jacarandáes en flor en noviembre en las avenidas contiguas a su domicilio de Barrio Parque, más acertado hubiera sido que dijera, desplazando su metáfora a los autos “¿se imaginan a un Anchorena 1500 Cross Country o a un Ortiz Basualdo 2000 Super Sport en vez de un BMW, un Volkswagen o un Mercedes-Benz?

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