18. Llenos y vacíos, alturas y llanuras argentinas

 In Blog, Guía Existencial Argentina, I. Argentinas y argentinos

Los argentinos son agorafóbicos: no digo somos, porque pertenezco a esa minoría nacional que prefiere siempre la soledad y no teme a los grandes espacios abiertos. Pero la demostración de que la mayoría de mis compatriotas lo son está en las playas de veraneo: aunque haya kilómetros de playas desiertas un poco más allá, la gente prefiere apiñarse de a cuatro por metro cuadrado en los sectores céntricos. Y una confirmación extrema de esta inclinación se da en enero en las playas al norte de Pinamar, donde puede haber algún kilómetro de 4×4 estacionadas una al lado de la otra en la playa. De alguna manera, también nuestro urbanismo replica este gusto nacional por estar un poco apretujados aunque nos sobre espacio alrededor: nuestras ciudades y pueblos suelen ser de calles y veredas bastante más angostas que las de las ciudades y pueblos norteamericanos. Y más allá de los balnearios marítimos, en las localidades turísticas serranas y andinas se reproduce el mismo fenómeno: en general los hoteles y hosterías perdidos en la soledad, por más que estén en lugares fabulosos, tienen una vida más difícil que los que se amuchan en o cerca de un centro urbano. Sólo en los últimos años comenzó a existir un público nacional para los lodges en medio de la naturaleza, que nacieron pensados más para el turismo extranjero. Diríase que en nuestro inconsciente colectivo conservamos un pavor primal hacia el vacío expresado como llanura, estepa, selva, bosque o montaña. Somos como esas caravanas de carretas de época colonial que al anochecer formaban un círculo en medio de la nada con un fogón al centro.

Es que somos un pueblo de llanura que sin embargo teme a la llanura vacía. Como medio italiano y toscano que soy, una de las cosas que añoro de aquella parte del Viejo Mundo son los pueblitos y caseríos encaramados en los cucuzzoli de los cerritos, crestas o lomadas: todos fueron construidos hace mil o más años, cuando las invasiones bárbaras borraron la noción de la antigua ciudad romana trazada con pragmatismo en el lugar más cómodo y llevaron a los pobladores a encaramarse para su defensa en rocafuertes, aunque ello significara una incomodidad milenaria para laborear los cultivos y resolver los acarreos. Nuestra conquista y colonización se saltó la Edad Media y así, aunque la amenaza de los malones indianos era bien real, todas nuestras poblaciones surgieron en el llano trazadas a la manera de los antiguos campamentos militares romanos incluso cuando había lugares fácilmente fortificables en alguna altura, como en las sierras del sur de Buenos Aires. Los únicos que en nuestra tierra construyeron poblados fortificados en las laderas y las alturas fueron los hoy llamados pueblos originarios, pero son poco más que colmenas de pircas sin encanto urbanístico. Sin embargo en nuestra geografía hay tantos cerritos y cerros maravillosos de precio mucho más accesible que la tierra del llano para construir castillos, torreones o simples mansiones que me pregunto porqué no hubo al menos algún excéntrico millonario que lo haya intentado. Fuera de pueblitos primigenios como Santa Victoria o Iruya, el único lugar de Argentina donde hay algo de esto es en La Cumbrecita (Córdoba) y en algún pueblo misionero, donde las lomadas y las calles empedradas y empinadas de trazado irregular recuerdan esa atmósfera europea. Todo lo demás es una cuadrícula ortogonal en el llano, con la plaza al centro y calles con el mismo nombre.

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