22. Cursilerías argentinas
Durante varios años en mis viajes argentinos me dediqué a tomar instantáneas de todos los adefesios que veía en el camino con la idea de hacer alguna vez un libro sobre los monumentos kitsch y otras cursilerías de nuestro país, que nunca hice: pero me quedaron un par de carpetas llenas de fotos de esos monumentos estrafalarios que suelen abundar en nuestras ciudades y pueblos de provincia. En posteos anteriores publiqué algunas de esas fotos de cursilerías arquitectónicas y monumentales.
Es muy curioso el decalage estético que se produce entre Buenos Aires y las grandes capitales de provincia hacia los pueblos menores en materia monumental: en las primeras (sobre todo en la primera) hay un repertorio monumental inopinable y de gran calidad con varias obras maestras de enorme valor. Desde el Monumento a los Dos Congresos cerca del Kilómetro Cero al Monumento al Ejército de los Andes en el Cerro de la Gloria a mil kilómetros de allí hay sobrados ejemplos de un país que entre fines del siglo XIX y principios del XX hizo sus cosas monumentales muy en serio, con recursos y los mejores artistas disponibles de la época nacionales o extranjeros, gastando todo lo que hiciera falta en bronce o mármol de Carrara. No hay otro país del mundo fuera de unos pocos europeos y los Estados Unidos que rivalice con el patrimonio que realizó y acumuló la Argentina en ese período, además de los formidables regalos monumentales que recibió para su Centenario. Es decir que hubo ejemplos y escuela de escultores.
Después no se qué pasó en materia monumental, pero si tengo que arriesgar una hipótesis la atribuyo al mal gusto cuartelero de los militares que gobernaron la mayor parte del tiempo entre 1930 y 1983 y que implantaron la bestial ocurrencia de que un cañón, un avión de guerra o un tanque viejo emplazado en la vía pública puede ser un monumento: no es fácil comprender cómo un país que tuvo en su capital nacional y capitales provinciales tan bellos monumentos a lo largo del siglo XX pudo deslizarse barranca abajo hasta el ridículo y el grotesco con una cantidad de bazofia y morondanga de cemento puesta a monumento.
En primer lugar, está la idea (pavota, no se me ocurre otra manera mejor de definirla) de que para que una plaza sea plaza o un pueblo sea pueblo hace falta un monumento cuando posiblemente basta con plantar un bello árbol. Después está la ocurrencia (pusilánime, no me figuro otra manera más ajustada de expresarlo) de que cualquier material es bueno para construir un monumento, verbigracia el cemento o peor aún, la resina plástica. Y finalmente está la pretensión (ridícula, no encuentro otro modo más preciso de decirlo) de que cualquier “artista” de barrio o de pueblo es capaz de hacer un monumento.
Así en la segunda mitad del siglo XX nuestros pueblos y ciudades de provincia se llenaron de aberrantes o grotescas monumentalidades que más que honrar deshonran a lo que pretenden homenajear, empezando por una cantidad de espantosos monumentos a los caídos o los héroes de Malvinas. No me parece mal que se honre a esos héroes o caídos, pero me resulta chocante que se lo haga con monumentos que casi siempre son de nulo valor estético y de materiales baratos y perecederos: para insultarlos así, es mejor olvidarlos.
Propongo una Campaña Nacional de Demolición de Adefesios Monumentales y también una lista de las “obras” de más urgente demolición: todas las porquerías que dejó un tal Bussi en el “paseo de los próceres” del parque 9 de Julio de San Miguel de Tucumán además del oprobioso monumento al general Belgrano y el ridículo monumento del general Perón, el San Martín náutico de Mar de Ajó, el insulto imperdonable de Concepción del Uruguay al general Urquiza en la rotonda a las puertas de la ciudad, el grotesco A los caídos en Malvinas de Comodoro Rivadavia, el monumento a la mujer de Bahía Blanca, El Hombre y el Mar de Miramar, el A la Maestra y A la Azafata de Río Grande en Tierra del Fuego, el Quijote y Sancho Panza de Puerto Madryn, el del Indio Calchaquí en el camino a Tafí del Valle en Tucumán, el del indio Yámana en Ushuaia, el incongruente monumento a Ambrosetti, Debenetti y Casanova en Tilcara y el espantoso Eva Perón bajo la Biblioteca Nacional (de donde además debería desplazarse a lugar más adecuado el del Papa Juan Pablo II) sin olvidar el A los caídos (del 6 de septiembre de 1930) frente al cementerio de Recoleta. Éstos serían los casos más urgentes si bien hay otras varias docenas de grotescos cuyo mejor destino es la picota aunque posiblemente algunas culminaciones del género deberían reunirse en un museo ad hoc, tal como el monumento a sí mismo del sátrapa eterno de Formosa, Gildo Insfrán. Y de paso lanzaría una campaña nacional contra los monumentos al bombero y a la madre que prevea la depuración de los más feos (¡que los hay!) y la prohibición en todo el territorio nacional de erigir nuevos monumentos al bombero y a la madre ya que no debe haber país en el mundo más saturado de ambos. Y ya que estamos instauraría también una moratoria o medida cautelar contra más monumentitos y bustitos a Perón y a Evita ya que en este rubro también se llegó a la saturación: casi no hay plaza argentina que no tenga el suyo y todos de discutible valor estético ya que no político. Si los peronistas quieren homenajear a sus mitos que lo hagan pero con bronce y mármol y dispendio en buen artista, como se debe. Basta de bustitos hechos a máquina. Y qué decir de la Evita bifronte del Ministerio de Obras Públicas en la avenida 9 de Julio de la Ciudad de Buenos Aires, inspirada en la del Che frente a la Plaza de la Revolución en La Habana: si el edificio perteneciera al Partido Justicialista y las decenas de millones de pesos que costó la hubieran aportado empresarios peronistas, estaría todo bien aunque seguiría no gustándome.
En esta materia la provincia ejemplar de la Argentina es San Luis, que tiene una sorprendente cantidad de esculturas de arte moderno en sus rutas y pueblos y ciudades más o menos logradas, pero al menos no impregnadas de retórica vulgar y hechas por artistas verdaderos. Pero al costo, no menor, de los Rodríguez Saa.