23. Disparen contra Roca

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Julio Argentino, como varón tucumano y temerario que era, seguramente hizo más de una cagada en su vida pública y privada y a mi gusto y hasta donde sé la principal fue demoler, en su propia ciudad natal, la Casa de la Independencia para recubrirla con un templete de hierro y vidrio a la europea. Era la sensibilidad de la época en su clase social: en su presidencia también se demolió el Cabildo de Tucumán para construir en su lugar una gran Casa de Gobierno en estilo ecléctico-académico francés. Soy argentino de primera generación hijo de inmigrantes italianos y no me gustan algunas de sus frases y actitudes de gallito macho alfa criollo de buen linaje. Si hubiera sido mi contemporáneo probablemente lo habría detestado. En algún lejano descendiente suyo portador del apellido frente a no sé ya qué asunto y en conversación privada pudo brotar una frase así: “¿cómo? ¿no los habíamos liquidado a todos?”, refiriéndose a los aborígenes. No asistí al fino exabrupto, sino que me fue referido hace años.

Pero un país se hace con lo que hay y dentro de lo que hubo Julio Argentino no me parece de lo peor que tuvimos. Fue uno de nuestros pocos generales que ganó todos sus galones en el campo de batalla, donde se lee que era corajudo. No fue el primero en planear una Campaña al Desierto contra los indios: Juan Manuel lo había hecho hasta Bahía Blanca medio siglo antes, también matando y tomando prisioneros aunque en menor cantidad. Julio Argentino lo hizo más grande y mejor que Rosas, después del fracaso de la estrategia defensiva de la Zanja de Alsina y su línea de fortines. Los araucanos (pueblo originario pero de Chile, donde el avance de los españoles los empujó a este lado de los Andes, que era de los tehuelches) atacaron y robaron ganado y mujeres hasta la década de 1870 en Buenos Aires y habían establecido un próspero y masivo tráfico de cuatreros a través de las rastrilladas pampeano-patagónicas hacia Chile. Aunque los mapuches se batieron valerosamente contra la columna del coronel Napoleón Uriburu (que se tomó libertades no ordenadas por su jefe) los Remington y Winchester pudieron a las lanzas y acabaron con el problema indio del sur, mientras que el problema indio del norte (Chaco) se afrontó luego y más chapuceramente. Julio Argentino tomó algunos miles de prisioneros incluyendo mujeres otorgadas como sirvientas y prometió reservas indígenas que nunca se hicieron. Regaló la tierra de los mapuches a sus compinches de expedición, hasta el último cabo. Casi ninguno de ellos tenía pasta de colono pionero y la vendió: hubo un festival especulativo inmobiliario. Su hermano Ataliva en esos años se transformó en un gran proveedor del Ejército y el peculado se le daba tan bien que Domingo Faustino acuñó el verbo “atalivar”, que desde entonces es consustancial a la gestión de la cosa pública argentina: sobran los dedos de una mano para contar los gobiernos donde nadie –hasta donde se sabe– haya “atalivado” un poco. Pero sin toda la operación patagónica y algunas otras tales como comprar una flota naval y construirle un puerto, hubiera sido difícil hacer entender a Chile que la Patagonia de los Andes al Atlántico pertenecía a Buenos Aires y no a Santiago.

Uno de los gestos más simpáticos de Julio Argentino parece ser una leyenda urbana: un día cuando era presidente en los años 80 los genoveses de La Boca descontentos con el trato del gobierno argentino decidieron izar la bandera de La Serenísima y redactar un acta para el rey de Italia comunicándole que tenía una nueva posesión ultramarina en un barrio de Buenos Aires. Julio Argentino montó un corcel y con un poco de tropa se molestó de Plaza de Mayo a la Vuelta de Rocha donde sin disparar un tiro persuadió a los genoveses que depusieran su actitud y se argentinizaran, al palo. Lo raro es que ningún diario de la época recogió esta historia.

Aprecié a Osvaldo Bayer desde que en mi adolescencia leí sus libros y creo que fue uno de los intelectuales argentinos de más límpida y coherente trayectoria entre una gruesa de exitosos y variopintos tragasapos. Me parece inestimable que haya sido el primero en criticar y denunciar a Julio Argentino y a los otros milicos que unas décadas más tarde ensangrentaron a la Patagonia. Pero no lo sigo en la idea de que todas las avenidas y plazas Julio Argentino deberían ser rebautizadas (como las flamantes costanera Pueblos Originarios de Puerto Madryn y la avenida Néstor de Río Gallegos) y sus monumentos erradicados como se pretende hacer en Bariloche. Si nos ponemos quisquillosos con nuestros próceres me parece que sólo el gran y eficaz José y el no menos grande pero menos eficaz Manuel del Corazón de Jesús saldrían incólumes, porque hasta Domingo Faustino y Bartolomé tuvieron exabruptos antigauchos y el primero, incluso antisemitas… y de Juan Manuel o Justo José mejor ni hablar. Por otra parte me pregunto en qué país latinoamericano, incluyendo el de Simón, la historia de los padres fundadores resistiría tal revisionismo.

Los argentinos tenemos una rara relación de amor y odio con los “forjadores de la nacionalidad” y los usamos como figuritas para jugar un Boca-River en el patio de la escuela. Empezamos con Saavedra y Moreno, seguimos con Dorrego y Lavalle, continuamos con Rosas o Urquiza, ahondamos con Mitre y Sarmiento o Varela, jodimos la marrana con Yrigoyen o Uriburu, volvimos a joderla con Braden (Patrón Costas) o Perón, la re-rejodimos con la Libertadora (Aramburu) o la Resistencia (Valle), la tomamos en joda con la de milicos Azules o Colorados y un poco más en serio con la Tortuga (Illia) y la Morsa (Onganía), pasamos de la comedia a la tragedia con la Argentina Potencia (Perón-Perón-López Rega) y el Proceso de Reorganización Nacional (Videla-Massera-Agosti).

Así llenamos de Evita y Perón a la Argentina una vez y después la vaciamos y luego la volvimos a llenar para vaciarla otra vez y ahora volvemos a a llenarla con Evita, además de Doctor Kirchner.

¿Porqué Julio Argentino sería más genocida que Juan Manuel? La conquista del Territorio Indio del Sur y el Territorio Indio del Norte fue la culminación de un proceso que empezó con don Pedro de Mendoza, Francisco de Aguirre, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Juan de Garay y muchos otros, incluyendo a los jesuitas y a los gobernadores y virreyes del Río de la Plata. Hasta donde sé, no abunda en nuestro acervo literario-periodístico decimonónico el género de denuncia de las brutalidades de los blancos contra los indios ni la defensa de sus derechos, a comenzar por la tierra: creo que ningún porteño o provinciano, saavedrista o morenista, federal o unitario y autonomista o nacional alzó la voz más alto que fray Bartolomé de las Casas en defensa de los hoy llamados pueblos originarios, que es lo mismo que indio o aborigen pero más fino en lenguaje políticamente correcto.

Aunque aborrezco las unanimidades políticas, me parece que hasta fines de siglo XIX y bien entrado el XX no hubo muchos en Argentina que disintieran con la idea imperante de que la tierra aborigen no lo era más. Incluso Carlos Marx y Federico Engels habrían aprobado la permuta forzosa de tierra indígena por nada.

En esta cuestión de los originarios y el general Roca siento un tufillo de hipocresía católica que me fastidia. Los protestantes en Norteamérica hicieron con los pieles rojas lo mismo pero mejor que los católicos en Sudamérica en todo sentido, desde el principio hasta hoy. En Australia están reparando y mucho a los aborígenes pero que yo sepa no andan moviendo estatuas ni cambiando nombres. En Sudáfrica fueron bien bestias, incluso entre los mismos blancos durante la guerra de los “bur” y después con los negros y el Apartheid. Acá al lado en Brasil que yo sepa no hay un movimiento para transformar a los bandeirantes en malos de la película y esa palabra en tabú. Ni en Chile cambiarían el nombre conquistador de las ciudades de Santiago o Valdivia por otros nuevos en originario mapudungún.

Antes que los de Julio Argentino, hay muchos topónimos de origen militar (como se dice arriba) para revisar en la geografía nacional, empezando por los que no hicieron nada comparable por su patria. Está muy bien que se levanten monumentos y se bautizen nuevos lugares con nombres de caciques valerosos que resistieron al invasor, que en Argentina somos –casi– todos. Y aún mejor, que se permita a los hoy tan venerados pueblos originarios lo que pueden hacer en Norteamérica: licencia para tener casinos en sus reservas (y quizá prohibirlos fuera de allí) y transitar libremente sin documentos de blancos a través de las fronteras dibujadas por los blancos.

Además, me pregunto: ¿porqué los puebloaborigenistas no se meten con la Iglesia de Roma y los católicos a mudar el nombre de las provincias de San Juan, San Luis, Santiago del Estero, Santa Fe o Santa Cruz? No tengo la menor duda que de a cada una de ellas se le puede hallar un bello y sonoro topónimo aborigen más acorde con los tiempos en que el Día de la Raza pasó a ser el Día de la Diversidad, que en Norteamérica se llama desde siempre Columbus Day. Aunque allí también está de moda pegarle a Colón. Como hizo el venezolano Chávez, que no dejó estatua suya en pie. E inspiró el aberrante desmantelamiento del Colón obsequiado por Italia a la Argentina para su Centenario que ahora está en la Costanera frente al río y el aeroparque, pero siempre estuvo frente a la Casa Rosada en Paseo Colón.

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