26. La boludez bautizatoria

 In Blog, Guía Existencial Argentina, I. Argentinas y argentinos

Una forma de boludez muy difundida entre los funcionarios públicos argentinos es la de bautizar obras públicas con nombres propios antojadizos o inverosímiles. Es una enfermedad presente en todo el país, que empieza a las puertas de la ciudad de Buenos Aires en un puente oficialmente bautizado Teniente General José Félix Uriburu al que nunca nadie llamó así sino puente Alsina, del mismo modo que Ezeiza no es Ministro General Pistarini, Aeroparque a duras penas es Jorge Newbery y jamás nadie usó el nombre de ingeniero Pascual Palazzo para la autopista Panamericana. Así el interior está lleno de aeropuertos, museos, diques y embalses, puentes y rutas bautizados con total menosprecio de la brevedad y la practicidad: es claro que esos nombres sólo sirven para descubrir una placa en pública ceremonia y a sabiendas que nadie llamará a esa obra con tal nombre, a comenzar por los cartógrafos. La boludez bautizatoria es de raigambre autoritaria y militar, descendiente directa de la manía de cambiar periódicamente los nombres de las calles, una afición que nació con el país.

Pero en cuarenta años de democracia la fiebre bautizatoria no mermó, sino que se agravó. Un colmo de esta boludez está en Córdoba, donde al Museo Provincial de Bellas Artes admirablemente emplazado en el ex palacio Ferreira algún cretino creyó piola llamarlo Evita, lo cual es una grosería por donde se lo mire y posiblemente la más furiosa ofendida por ese homenaje hubiera sido la propia Eva Perón, a quien le importaba un bledo de las bellas artes y nutría un profundo resentimiento hacia los oligarcas como los Ferreira.

Y qué decir de la peste actual de bautizar Néstor Kirchner avenidas (más allá de la de su ciudad natal, si se quiere y sin necesidad por ello de obliterar a Roca), accesos, escuelas, hospitales y otras obras públicas cuando las únicas que en rigor merecerían llevar su nombre serían las cárceles para delicuentes.

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