32. Argentinos de lluvia y de secano
Nuestro país es tan grande que contiene dos civilizaciones y culturas pluviométricas, separadas por la Diagonal Árida del Noroeste a Bahía Blanca. La palabra “lluvia” no significa lo mismo para un porteño que para un catamarqueño o mendocino. Hay una mitad argentina (la oriental y más poblada) donde el verbo, el sustantivo, el adjetivo y las metáforas del fenómeno pluvial son de uso corriente ya que (salvo en años o períodos secos) llueve mucho y parejo todo el año: hasta la música porteña está impregnada de humedad atmosférica y la prensa, de estúpidas formas de decir como aquella de “sobre llovido, mojado”. En la Argentina lluviosa las personas tienen una parte de su vestuario dedicado a esa inclemencia: gastan en camperas, impermeables, pilotos, paraguas y botas… artículos que se venden poco en Tinogasta o Fiambalá, donde al año llueve un décimo de lo que moja al Obelisco.
El cielo nos toca músicas distintas a los argentinos. En la Argentina lluviosa las nubes entran en brama y celo cada dos por tres, fornican con truenos y centellas y nos fecundan con horas y horas de aguacero y ocasionales granizadas e inundaciones. En la Argentina secana las nubes sólo conocen bramas y celos estivales –fugaces y brutales– y se entregan a orgías improvisadas, descomunales y violentas en una oscuridad eléctrica incluso a mediodía, rompiendo cosas y provocando avalanchas lodosas, granizadas impetuosas y un derroche de líquido en el desierto. Más que lluvia, es la venganza de no poder llover casi nunca.
Los argentinos del país lluvioso (en el campo y la ciudad) se visten para el agua mientras que los argentinos del país secano cuando les llueve (siempre en verano) se desvisten y lo afrontan a pie descalzo y en botamanga arremangada; en las ciudades la gente se deja bañar vestida dando gracias al cielo por lo mismo que putean los porteños.
En la Argentina más chata y lagunosa el exceso de lluvia es una desgracia porque no se sabe qué hacer con tanta agua. En la Argentina arenosa y pedregosa se trata o trataría de embalsar, endicar y represar toda el agua posible.
Buenos Aires y Córdoba –también en esto– son los polos urbanos de nuestra profunda divisoria cultural: en Buenos Aires hay que hacer obras públicas para que el agua de lluvia escurra al río y en Córdoba, para atesorarla en la sierra.