Adieu, Françoise
Foto. Pierre Vauthey/Sygma/Getty Images
La conocí a los 10 años en 1966 cuando la vi en la película Grand Prix, cuyo long play de columna sonora compré y escuché hasta gastarlo. Ella tenía 22 y no sabía (nunca se enteró) que en Buenos Aires tenía un impúber totalmente enamorado. Murió hace un par de días a los 80 y con ello me doy cuenta que la amé toda la vida.
Debo decir que detesto epidérmicamente a todas las celebridades y famosos de cualquier género. Nunca pedí un autógrafo ni fui fan de nadie y el músico contemporáneo cuya obra más me gusta (¡no toda!) es Bob Dylan, a quien no admiro ni me interesa como persona, que hasta donde se, es intratable. Creo que la mayor parte de las “estrellas” son brillantes máscaras de pobres infelices o humanos mediocres y sus vidas me tienen sin cuidado.
Pero Françoise Hardy es otra historia. Me enamoré de su belleza veinteañera y a los pocos años también de su voz cuando cantaba “Tous le garçons et les filles” o en italiano “Quelli della mia età” y “Devi Ritornare”. Nunca dejé de verla, en fotos, o de escucharla, en grabaciones, con el mayor gusto.
Gracias a internet la re-descubrí, ya grande, en varias entrevistas en las que fue un placer ver y escuchar a esa mujer bellísima hasta más allá de los 70, con su cabello ya corto y blanco pero siempre con esa sonrisa y esa cabeza tan hermosa y bien plantada como sus pies en la tierra. Se hizo famosa a los 16 o 17 años y sin embargo, nunca se la creyó. Basta ver la cara que pone cuando un entrevistador le dice que es un “ídolo”, un “ícono” o, peor todavía, un “sex symbol”. Nunca en su vida protagonizó un escándalo. Dejó su carrera para criar a su hijo y lo hizo muy bien. Tuvo un par de grandes amores y siguió con la amistad cuando el amor se acabó. Nunca frecuentó los lugares pavotes de los ricos y famosos: su lugar en el mundo era la casa que construyó en un pueblito del norte de Córcega. Luego de la maternidad volvió a cantar, incluso después que le diagnosticaron un cáncer. Tenía una sensibilidad musical excepcional para distinguir lo “inspirado” de lo “fabricado”. Descubría talentos jóvenes como Poets of the Fall y Cigarette after Sex e interpretó sus temas. Escribió hermosas canciones hasta el último de sus discos (“Person d’Autre”) donde en “Le Large” canta sobre la muerte como una madre a un hijo.
En esta época en que tantas jóvenes cantantes parece que desafinan sin el culo al aire y se considera “música” al rap y el trap, Françoise es única en su discreta elegancia. Fue incluso modelo de grandes marcas francesas pero jamás bling bling. Vestía, cantaba y vivía con la clave de la elegancia: la sencillez, la simplicidad. Pero no era una mojigata: a los veintitantos circulaba por París en su Honda 750 con pantalón y chaqueta de cuero. Es el único amor, platónico ambos, que tuvimos en común con Bob Dylan…porque él a Joan Baez nunca la quiso y yo sí. El intragable Mick Jagger también la adoraba (“es la mujer ideal”) y David Bowie tuvo razón cuando dijo que “todos estuvimos enamorados de ella”.
Hasta le perdono que creyera en la astrología. Tengo entendido que escribió algunos libros al respecto.
El mundo me resulta un poco más vacío desde que Françoise Hardy no está más con nosotros. Ella creía en el alma y ojalá tuviera razón, así cabe la posibilidad de volver a encontrarla.
Hasta en su firma Françoise era inteligente, bella y sencilla, sin volutas ni subrayados