Antes que nada, unas cositas
Es la segunda vez en pocos meses que leo un libro que me toca muy de cerca, como fue con “La llamada”. Conocí a Mopi (así llamamos desde el primer día a Martín Caparrós) al mismo tiempo que a Silvia Labayru, en marzo de 1968, cuando él tenía 10 años (cumpliría 11 en mayo) y yo 11 (cumpliría 12 en abril). De lunes a viernes hasta diciembre, en calle Guatemala entre Canning y Malabia, nos encontrábamos en la casa de la señora de Faletti cuya especialidad era preparar alumnos para el examen de ingreso al Colegio Nacional Buenos Aires. Dice Silvia en “La llamada” que Mopi y yo competíamos todo el tiempo a ver quién sabía más: me cuenta (yo no lo recuerdo) que a veces íbamos después de Faletti los tres a mi casa en la esquina de Aráoz y Salguero y escuchábamos Françoise Hardy y Mopi y yo seguíamos polemizando, con ella como jueza o testigo. Lo que yo recuerdo es que ya entonces y el resto de la vida sentía que teníamos polaridades opuestas y los chispazos o cortocircuitos eran inevitables. Aunque los polos opuestos también puedan atraerse. En “Antes que nada”, Mopi escribe que nunca se agarró a trompadas con nadie. En cambio yo recuerdo que, más allá de un par de agarradas en la escuela primaria, la primera pelea que tuve fue con él, a la salida de una clase en lo de señora de Faletti, que debió ser a fines de agosto, porque adentro habíamos estado discutiendo sobre la invasión de los tanques rusos a Praga, que él apoyaba y justificaba. Supongo que no fueron verdaderas trompadas, pero como era más chiquito no me fue difícil tirarlo al piso y me quedó grabado el orgullo que me produjo que las chicas estuvieran de mi lado. Nunca más volvimos a las manos, pero discutimos y nos peleamos bastante a lo largo de la vida. En la época en que más nos frecuentábamos, entre fines de los ‘80 y principios de los ‘90, Mopi decía que seríamos como Olmo y Alfredo en Novecento de Bertolucci, peleándonos hasta ser viejitos.
Parece que eso no sucederá, también porque Mopi desapareció de mi radar hace ya algunos años, pero “Antes que nada” puede ser una ocasión para provocarlo a una última pelea y demostrarle así que para mí no es un moribundo…como teme que lo vean. Hace tres años ví unas fotos de él en silla de ruedas y pregunté a amigos comunes que me dijeron eso mismo que Mopi dice haberle contado a todos, una enfermedad neurológica desconocida que le impedía caminar. Por lo demás se lo veía rozagante y de buen humor. Hace unos cuatro meses supe, a través de una amistad común, que “eso” era Esclerosis Lateral Amiotrófica y la noticia me chocó, porque aunque no tuviéramos relación personal seguía siendo parte de la historia de mi vida. Y aunque detesto muchas cosas del gran Martín Caparrós, a un cierto Mopi torpe y tímido (aquél protagonista de lo que llamábamos “las mopiadas”) le guardo afecto. Así, fue un renovado choque cuando hace pocos días hizo pública su enfermedad y me apresuré a comprar su libro y leerlo.
En rigor, “Antes que nada” son dos libros intercalados como naipes de dos barajas distintas, una de póquer y otra española. “La enfermedad” es un libro de naipes de póquer, de prosa anglosajona, seco, contundente, rico de frases subrayables, doloroso pero no autocompasivo, filoso, que apuesta todo contra una banca todopoderosa y casi le gana con sus tris, fulls, póquers y escaleras: posiblemente sea de lo mejor que se haya escrito, en cualquier idioma, sobre esa puta enfermedad. Que, me dicen, afronta con admirable coraje. En italiano se dice: un bel morire, tutta una vita onora. Pero también se dice: una cosa è morire ed un’altra, parlare di morire.
(La enfermedad, digamos: ese estado alterado e inalterable que le da a tu vida una intensidad y una actualidad y un sentido de propósito que no suelen tener). Lo entiendo y suscribo porque durante cinco meses, hasta que supe que la inmunoterapia estaba ganándole a mi avanzado “Cáncer de Capricornio”, viví plenamente así. Y, atenuado, lo sigo sintiendo, porque del cáncer uno no se cura nunca del todo y para siempre…aunque las estadísticas empiecen a contradecirlo y ojalá.
Alguna vez, en un pasado lo bastante lejano, escribí que los hombres estamos hechos de futuro como los cuerpos están hechos de agua: al 90 por ciento.
¿Qué haré con lo que piense cuando esté planta, si es que llego a mantenerme planta? (…) Me imagino mi cabeza como un panal de abejas que acaban de perder a su reina y vuelan sin saber dónde van.
Sus besos póstumos.
Es curioso que la idea de dejar definitivamente de sufrir pueda provocar tanto sufrimiento.
Aunque sigo creyendo que entonces, por primera y última vez, voy a matar a alguien.
El otro libro, que tiene varios títulos y capítulos, es una autobiografía o unas memorias hecha con naipes españoles que no sé usar: no sé jugar al truco ni a ningún juego con esa baraja. Quiero decir que me gustó mucho menos, también porque allí se cita en largas parrafadas de varios de sus escritos que, una vez más, me recordaron cómo, cuánto y porqué no me gusta la forma de escribir de Caparrós, que salvo por momentos encuentro manierista, afectada, adiposa, desafilada, repetitiva, yoica. Además, ese intercalar fotos suyas, de su madre, de su hijo, de sus mujeres tampoco ayuda, a mi gusto. Pero allí, como en “La llamada”, aparezco un par de veces con nombre (curiosamente al autor parece habérsele olvidado mi apellido) y otro par de veces sin nombre. En el e-book al menos, el Diego de página 381 y página 465 es quien suscribe. A propósito de la 381, debo corregir: no íbamos escuchando ningún vals, íbamos zigzagueando porque Mopi no tenía ni puta idea de cómo se maneja un auto en un descenso por carretera de montaña y desde que salimos me dí cuenta que apretaba el embrague y frenaba en las curvas, sin usar la caja. Me dio tanto miedo que decidí en la primera ocasión detenerlo y tomar el volante, pero antes que eso se despistó…por ventura del lado de la roca de la montaña. Si hubiera sido del otro lado, quizá Martín Caparrós, Alba Corral y quien suscribe hubieran muerto a los veintipocos en un barranco de la Garfagnana.
Donde cuenta del fantomático Grupo Shanghai se olvida de mencionarme (“y alguno más”) lo cual es curioso, ya que fui yo quien bautizó así al grupo: era el único que había estado en Shanghai y sabía bastante de cartografía como para haber observado que aquella ciudad china se encuentra casi exactamente en las antípodas de Buenos Aires, razón más que suficiente para adoptar dicho nombre. Ver aquí Slow boat to China.
Y cuando cuenta de la revista Babel, donde dice “y siguen tantas firmas”, me incluyo con dos artículos en el número uno, sobre narrativa japonesa y en el número dos, con una nota sobre mis entonces frescas y copiosas lecturas de libros sobre la guerra de Vietnam.
Tantos le cantan loas como “cronista” y yo no le creo una pepa. Lo escribí en mi muro de Facebook el 25 de mayo de 2019, cuando leí en el cada vez más flojo El País de Madrid un artículo suyo titulado “Buenos Aires, la ciudad abrumada” que en rigor es nada más que una colección de quejas y lamentos de porteños, con el infaltable toque yoico típicamente caparrosiano. Indignado, escribí: “Mopi no estuvo en Buenos Aires: no vio la casa de gobierno de Foster ni las otras obras en Barracas, no vio la autopista del bajo, ni los viaductos del Mitre y el San Martín, ni las nuevas estaciones de subte, ni los metrobuses, ni las plazas y bicisendas, ni la costanera, ni los laburos en la Villa 31 en suma no vio un carajo y como siempre, se la pasa hablando de él…ignorar todo eso da una exacta dimensión de cómo falsifica la realidad, es un onanista de la palabra”. Fue una época de obras colosales como no se habían hecho en la ciudad desde tiempo inmemorial y el “cronista”, como si hubiera estado en Cairo en tiempos de la construcción de las pirámides, describe pequeñeces y no dice una palabra sobre Keops. Pero bueno, es el mismo Caparrós que junto a Jorge Dorio fueron asesores (¿?) del nefasto intendente Aníbal Ibarra que malgastaba una fortuna en una revista impresa en cientos de miles de ejemplares que nadie leía. Años después, me regaló su libro “El Interior” que describe un viaje en auto por el centro y norte del país. Con delicadeza pero franqueza, tras leerlo le dije que me parecía que no capturaba ni describía la esencia de esos territorios. Caparrós tiene una forma de mirar y describir las cosas diametralmente opuesta a la mía y si a alguien le interesara, lo puede comprobar leyendo ese libro y luego lo hasta ahora publicado aquí en mi Guía Existencial Argentina.
Otro problema que tengo con su estilo es el uso desmesurado del pronombre personal de la primera persona del singular. No hace mucho alguien me envió un artículo suyo pero apenas lo abrí y vi que comenzaba con “Yo”, lo cerré. Creo que fue la tercera vez que me ocurrió lo mismo.
Me niego a leer un artículo, de Caparrós o quien sea y sobre lo que sea, que comienza “Yo”, firmáralo un mismísimo dios. Pero como nunca lo leí, puede ser que Mopi no haya escrito tres o más artículos que comienzan de modo tan guarango sino sólo uno, con el que me crucé tres veces. Parece que nadie le explicó que en cualquier forma de escritura el autor debe ser, como se dice en inglés, “self effacing”. Que es de mal gusto ponerse en evidencia. Tan viajado él, no se enteró que en japonés existe el vocablo “yo” pero por respeto y educación no se emplea y se dice “watakushi” que significa, literalmente, “en esta dirección”. Leí apenas una ínfima parte de su voluminosa obra pero sospecho que si se le suprimiera el “yo”, buena parte se desmoronaría como un castillo de naipes. Cuando lo contrataron en UNICEF para viajar por el mundo describiendo situaciones de jóvenes aquí o allá, le impusieron como condición abstenerse del uso del yo y la narración en primera persona y se tragó el sapo crudo: es que en un lustro, la ONU debe haber gastado un milloncito de dólares en pagarle viajes por el mundo. Y presumo que su orgullosamente proclamada renuncia al New York Times (en castellano) debió ser también por razones yoicas.
Luego, la cantidad de pavadas que escribe con ligereza. Recuerdo una vez haber leído una nota suya donde se burlaba de “hacerse la paja por internet” cuando hasta los burros saben que el motor principal de la red de redes es la pornografía. Para sus 60, el 25 de mayo de 2017, escribió un largo artículo en el NYT (siempre el del ranchito castellano) que reproduce íntegro en “Antes que nada” y sobre el que le envié un correo diciéndole que estaba escribiendo zonceras, pero no contestó y nunca más supe de él. Pavadas como “Hace 50 años la Argentina fabricaba aviones y coches de diseño propio”. La Argentina nunca fabricó aviones: los Pulqui no fueron más que prototipos (el I, de diseño francés, incapaz de volar y del II, copia de un diseño alemán con reactor inglés, se estrellaron todos menos uno expuesto en Tecnópolis). Lo más que fabricó Argentina fueron avionetas y ensamblar algún avioncito como el Pucará donde todo lo importante (motores, armamento, asientos eyectables, aviónica) era importado. El único país latinoamericano fabricante de aviones es Brasil. Lo de los coches de “diseño propio” también es una sandez. En el Rastrojero lo único argentino era la chapa de la carrocería y la madera de la caja de carga: el motor era Willys o Borgward y la caja de cambios también era importada. En Argentina nunca se diseñó un motor. En el famoso Torino 380W que tenía el papá de Mopi, el motor, la caja de cambios, los carburadores y hasta el chasis eran de diseño extranjero. Lo mismo en el FIAT 1500 Sport.
De estas falsedades pasa a otras sobre la criminalidad y la inseguridad (ignorando que la tasa de homicidios argentina es hoy la más baja de América Latina, inferior a la de Chile y Uruguay, al revés que entonces) y termina en parrafadas mirthalegrandianas sobre cuánto mejor era aquél país de hace 50 años, lo cual es fácilmente refutable…porque hay más pobreza, pero más de un celular por habitante y varios pares de zapatillas de marca y ni hablar de autos y motos. Alguna vez, un estudiante de letras podría dedicar su tesis a recopilar todas las afirmaciones insostenibles o indemostrables que escribió o dijo por radio y televisión Martín Caparrós: no tengo la menor duda de que allí hay un corpus doctoral, algo raro en un escritor de su talla. A quien presidentes nefastos como Macri o Fernández invitaron a tomar cafecitos a la Casa Rosada…que aceptó.
Después está el tema del yo. “Con lo que me gusta ser yo, será una pena empezar a ser otro”. Una amiga común, hace casi cuarenta años, me dijo que Mopi con toda franqueza le había dicho que su propósito en la vida era ser famoso. Pero en “Antes que nada” dice que ignora porqué le molesta ser anónimo, condición que paradójicamente asegura reivindicar cada vez que puede. “Soy un hombre a un bigote pegado. Soy alguien que, para hacerse notar, se volvió estentóreo”. Pero caramba. “Salir a la calle se hizo raro: muchos me conocían. Nunca me gustó ese tipo de reconocimiento superficial de la televisión”. Esto es falso, porque lo ví con mis propios ojos en más de una ocasión. Le encanta que lo reconozcan y que desconocidos se le acerquen y lo tuteen en la calle. Igual que a Mirtha Legrand, le gusta ser famoso. Ví su retrato al óleo o acrílico colgado en un lugar central de la sala de su casa y todas las estatuillas de sus premios en el baño: no en su baño privado, sino en el baño de las visitas, sobre el tanque del inodoro. En “Antes que nada” habla de orgullo, egocentrismo, etc. pero la palabra clave está curiosamente ausente: narcisismo. Para sus 50 y sus 60 se autopublicó libritos autobiográficos para regalar a sus amigos. Quizá su obra de arte más lograda sea él mismo.
Caparrós sorprende al lector con un surtido de situaciones homoeróticas u homosexuales que no sé si interesan mucho… aunque la autodescripción de aquél Mopi jovencito danzando con nada más que un tutú rosado frente a desconocidos pasajeros de un transatlántico en alta mar es de un bello surrealismo, así como la de Saer desnudo tirándosele encima, Savater recibiéndolo en deshabillèe y Sabina diciéndole que se la mame de parado, es decir prosternado. En cambio y llamativamente, su hermano Gonzalo aparece pocas breves veces en la infancia y, de refilón, sólo una vez en la vida adulta. Es raro: en un par de ocasiones le pregunté qué era de la vida de su hermano y fue evidente que no quería hablar de él y le molestaba que se lo preguntaran. Después supe a través una persona que los conoce y a toda su familia que allí hay un cadáver en el armario. Me dijo: “de chicos parecía que Gonzalo iba a ser más brillante que Mopi”. Fue al revés: el mayor se empachó de brillo y al menor se lo tragó la oscuridad. En el balance de una vida, quizá un párrafo al respecto habría estado bueno. Pero parece decidido a llevárselo a la tumba.
Salvo error u omisión mía, otra ausencia en este libro último es su libro “Contra el cambio”, un ladrillo de cientos de páginas donde Caparrós viajó mucho por el mundo para sostener una tesis muy debilucha (que lo que hay que cambiar es el sistema, como si el capitalismo no hubiera demostrado hasta el hartazgo su capacidad de extraer ganancias incluso de sus deyecciones) y que la idea del cambio climático es una conspiración capitalista-ecologista de los países ricos contra los países pobres: tan flojo es el libraco que jamás lo vi citado en ningún trabajo sobre cambio climático y fue justa y prontamente olvidado.
No me interesó buena parte de “Antes que nada” porque el autor recorre y autocita muchos de sus trabajos. Como crítico gastronómico (¡alguien que escribe de “ese sabor casi perfecto” del salmón…de fabricación chilena!¡Y que a los 30 bebía dos litros de cocacola por día!) en todo ese párrafo de numerología del crítico gastronómico Caparrós es perfectamente insustancial.
Pero, snob como es, no se priva de mencionar “las varias veces” que comió en El Bulli. Quien suscribe, que cocina desde sus 18 y según dicen, muy bien, se precia de no haber comido nunca en El Bulli.
El largo espacio que dedica a “La Voluntad” me sigue demostrando su incapacidad de analizar con rigor y profundidad lo que ocurrió en aquellos años…y la anodina parrafada concluye refregándole su yo en la cara al de Néstor Kirchner.
De Boca y el fútbol no digo nada porque nunca me interesaron ninguna de las dos cosas y me río de los intelectuales que escriben y hablan de fútbol.
De “Ñamérica” y los ñamericanos sólo digo que me parece uno de los más espantosos neologismos jamás acuñados. Una amiga que lo leyó porque le gusta leer a Caparrós me dijo que es insoportable encontrar cómo cada página y media se tropieza con el autor. Y más inaguantable le resultó otro libro donde Caparrós describe el presente desde el futuro…citándose a sí mismo.
Después, por ejemplo, hay una entera contratapa de Página 12 de 1992 que uno se queda pensando ¿y con eso qué?
“Estaba orgulloso: (…) de ser —qué necio suena– yo. Quizá ser y parecer un tipo orgulloso fue uno de mis peores errores: uno que me hizo antipático o desagradable a los ojos de personas que no me conocían…”. Mopi: quedáte tranquilo, no fue un error tuyo. Vos naciste así, a los diez años ya eras orgulloso, soberbio, pedante, sabelotodo, pagado de vos mismo, el “mariquita terremoto”. Quizá si hubieras aprovechado tempranamente aquél abundante remedio familiar del psicoanálisis podrías haberlo atenuado, pero te negaste a ello. Quedaste así, gauche divine radical chic para toda la vida. Un “rebelde” que vivió pour èpater la gallerie pero no se cansa de ganar premios, becas, conferenciar por el mundo, ser declarado ciudadano ilustre y traducido y publicado por los medios más establishment. En eso, sos un rebelde hazmerreir.
Escribís: “no me quedan muchas chances y todavía no se muy bien quien soy, cómo soy, qué hice y qué no hice (…) voy a morirme sin saber quien fui” y esto mucho no te lo creo, se me contradice con todo lo que escribiste antes y ese algo presuntuoso “El problema es quien se muere sin haber vivido, y son tantos” del que te autoexcluís con razón, porque varias veces repetís que tuviste una buena vida y no lo dudo. Tu problema, como decía más arriba, creo que está en el watakushi. Si uno se toma demasiado en serio esas dos letras (“Yo”) se jode la vida…y la muerte. Lo dice Buddha, no yo.
Algo que me sorprendió es el espacio y la franqueza con que Mopi habla de la envidia: “La envidia me mata”. O “La envidia (…) es el mayor homenaje, el más sincero, que se le pueda hacer a algo o a alguien; es esa sensación de que uno sería tanto mejor si lo tuviera o si lo hubiera hecho. Y es, sin duda, la emoción más sincera, más cierta, más real.”. Recuerdo que cuando comencé a hacer mi primera “Guía Pirelli de Argentina” en 1989 me dijo que sentía envidia y me sorprendió. No lo entiendo, porque para sentir envidia hay que querer ser otro, cosa que a mi no se me ocurre. Pero leo con sorpresa en mi Espasa-Calpe que el término tiene dos acepciones muy distintas: “Tristeza o pesar del bien ajeno” y “Emulación, deseo honesto”. Quizá Mopi se refiere a lo segundo. Quizá por eso estuvo, después que yo, con tres de mis novias: S., N. y P. y yo jamás con una ex suya. Y una más para nutrir la envidia de alguien que a los 30 era pelado y hoy se lamenta de su papada: a los 68 tengo todo mi pelo, casi sin canas, y no tengo papada. Aunque sí, estoy gordo. Raro, pero gracias al cáncer subí 20 kilos.
Siempre admiré con intriga a esos escritores sin rostro como Salinger o Pynchon y por el contrario des-admiro con des-intriga a aquellos con demasiado rostro, como Caparrós. Creo que la escritura necesita de cierto grado de anonimato y cuanto más famoso es un escritor, peor escribe. Pero no soy suficiente buen lector para asegurarlo: la ficción hace mucho que dejó de interesarme y la literatura nunca me importó. En “Antes que nada”, me sorprenden las idas y vueltas que le da Mopi al asunto: varias veces se pone en duda y hasta se dice un escritor malo. Pero al final se confiesa: “Yo se que escribo mejor que miles y miles. El problema no es ese: lo es, si acaso, esas docenas que lo hacen mejor.” A la pelotita, muchacho. También dice estar convencido que hay más “literatura” en ese ladrillo de mil páginas que casi nadie leyó (“La historia”) que en la mayoría de los libros que se publican. Que lo pareó.
Y las erratas: las revistas Cuisine&Vins y Sal y Pimienta no las creó Miguel Brascó sino su tempranamente fallecida esposa, Lucila Goto. No hay ninguna ciudad llamada Peruggia en Italia, pero sí una Perugia y en cambio Lucca es el nombre de la ciudad de donde provienen los Bigongiari, pero las personas se llaman Luca. Como Prodan y mi hijo mayor. Me sorprende que alguien tan culto y leido asegure que en el infierno uno se quema, cuando desde Dante en adelante es sabido que allí los peores pecadores se congelan. Y en página 520 parece que el corrector de textos se bloqueó y el editor en Pengüin estaba durmiendo.
En suma, ya que esto se hizo más largo de lo que esperaba, aprecio el filo de ese libro llamado “La enfermedad” y el coraje de su autor. El resto de “Antes que nada” me deja más escéptico. Pero lo que me apabulla, duele y asquea es haber visto, hace poco más de una semana, en los comentarios de lectores de La Nación, Clarín y Perfil, la asombrosa cantidad de miserables que se alegran de la noticia de la enfermedad “kamikaze” que sufre Martín Caparrós. Si existiera un botón para hacerles explotar a todos ellos el celular a la israelí, si pudiera estar seguro que no hay niños cerca, quizá lo apretaría. Se puede detestar a una persona y en este caso lo comprendo, pero alegrarse de que sufra ELA, es ser una mierda. Y no son pocos.
Una despedida sincera y brutal. Creo poder captar tus sentimientos. Recuerdo con mucho afecto aquellos tiempos encuentros en las Barrancas de Escobar. Y algunas otras cosas recuerdo que no quisiera recordar. Te mando un abrazo desde este eTer personal. Más allá de todo lo que decís que sera cierto o no, me da una gran tristeza imaginar estas últimas tiempos de Mopi. Qué duro. Así los últimos años. Se ve que son los más difíciles en principio. Un caluroso abrazo desde La Cumbre.
Ps. Todavía manejo con mucho orgullo mi querido Volvo dorado 244GLe, un verdadero tanque indestructible.
Hola Martín! Long time no hear dicen en inglés! Obviamente yo también recuerdo aquellos tiempos en lo alto de la barranca porque sigo viviendo acá! (el que no se acuerda ni un cachito es Mopi, que estuvo acá docenas de veces y hasta lo invité para mis 60…pero no pudo venir). A esta altura todos tenemos cosas que ya olvidamos o mejor no recordar. Lo que escribí se basa en lo que leí de sus páginas y mis recuerdos o ideas, no me invento nada. Agradezco haber vivido en este tiempo porque gracias a la ciencia pasé por un cáncer de pulmón avanzado como si fuera un resfrío. Antes o después le encontrarán la vuelta también a la ELA, pero a Mopi le tocó a destiempo. Al menos, me dicen, tiene un gran templanza y un gran afecto al lado. Lo del Volvo es increíble! Yo también tengo un clásico, un Honda CRV98 que es el mejor auto que tuve…ya no los hacen así. Un gran abrazo desde la barranca, cuidado con las chispas y ojalá algún día nos veamos para tomar un vino. Abrazo grande.