Bye bye, Trumpland

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La gold card emitida por el mayor sinverguenza del planeta

Entre barcos cargueros, aviones y bus debo haber estado una decena o docena de veces en las tres costas de Estados Unidos y en su corazón, Chicago. Ya conté aquí cómo los crucé de costa a costa en Greyhound. Pero hace ya un tiempo que sospecho que no volveré a poner pie allí. La primera razón es que a mi edad para viajar a USA hay que tener muchos miles de dólares líquidos en una cuenta bancaria porque si hay un problema cualquiera de salud, por más buen seguro de viaje y salud que tengas, primero habrás de desembolsar millares de verdes y luego litigar con la aseguradora para que te los reembolse en tiempo y forma.

Además hay razones humanísticas. Con los años me fui volviendo cada vez más quisquilloso en esto (¡yo, que compré un velero en la Sudáfrica del apartheid!*), pero no me gusta pisar países cuyos valores no comparto, a comenzar por la pena de muerte: Rusia (donde estuve una vez, que ya conté aquí), China (donde estuve dos o tres veces), India e Israel (donde no estuve nunca) y Arabia Saudita (donde estuve una vez). Es decir que me queda poco más que América Latina, la demasiado lejana Oceanía y la vieja y querida Europa.

Pero desde ayer estoy completamente seguro que no volveré a pisar Estados Unidos al menos mientras Trump o sus acólitos gobiernen esta potencia bananizada. Leo con asombro en The Guardian (10/12/25) que los turistas que ingresen tendrán que “revelar su actividad en redes sociales en los últimos cinco años”. Incluso si entrara sin visa con mi pasaporte italiano, debería brindar a esa Gestapo fronteriza “números de teléfono usados (…) en el mismo período y cualquier dirección de correo electrónico empleado en la última década, así como también rostro, huella digital, ADN y biométrica del iris. También requerirán los nombres, direcciones, fechas y lugares de nacimiento de familiares, incluyendo niños”. Bien a lo nazi y todo ello, en palabras del propio Trump, para asegurarse que los visitantes de los Estados Unidos “no traen actitudes hostiles contra sus ciudadanos, cultura, gobierno, instituciones o principios fundacionales”.

Con todo lo que publiqué en esta web, en Facebook y en Instagram es claro que si pidiera una visa me la rechazarían y si llegara sin visa me encarcelarían y deportarían… porque sí: soy hostil a muchos ciudadanos estadounidenses a comenzar por su presidente y vice; desprecio su imperialismo y su cultura de comida rápida, venta libre de armas, pena de muerte e insensibilidad social con ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres; me dan asco y vergüenza ajena su gobierno y varias de sus instituciones y nutro cierto escepticismo sobre una democracia que nació esclavista, tardó casi un siglo en dejar de serlo y casi dos en dejar de ser racista, hasta ahí nomás.

Me gustaría poder visitar a mis primos en Oregon, Chicago y upper state New York, a mis amigos en NYC y Davis, ver algo más que Boston en Nueva Inglaterra y algo más que O’ahu en Hawai. Pero parece que no será en esta vida, o no al menos hasta que la mayoría de los estadounidenses vuelvan a votar como seres humanos civilizados y no como lunáticos enculados por el fantasma de la ópera.

* Mi decisión de comprar mi velerito en Sudáfrica en la segunda mitad de los ’80 fue resultado de haber estado antes, siempre con barcos cargueros suizos, no sólo en Sudáfrica sino en otros países de África negra o subsahariana: a pesar de que vivían segregados, los negros sudafricanos tenían un nivel de vida muy superior al de cualquier otro país africano que vi. Y además había un clima de resistencia civil. Los diarios publicaban enteras páginas en blanco censuradas por el gobierno.

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