CÓMO ME VOLVÍ UN “JUDÍO ANTISEMITA” (o reflexiones íntimas sobre un bienio de terror)

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Desde la guerra de los 6 días en 1967, cuando tenía 11 años, siempre fui simpatizante y defensor de Israel. No por ser hijo de una hebrea, ya que la familia de mi madre era totalmente laica al menos tres generaciones para atrás: no fui circuncidado, ni supe lo que eran el kosher, el Sabbath o Yom Kippur hasta que lo descubrí por mi cuenta (igual que, técnicamente hablando, para las cámaras de gas nazihitlerianas, yo era judío si hubiera nacido quince años antes en Alemania). Mi judaísmo, por llamarlo de algún modo, derivó siempre de una línea laica, racionalista y atea o agnóstica que en mi interior llamo el tensor cósmico Marx-Freud-Einstein. Como desde mi adolescencia siempre fui más o menos socialista, me gustaba Israel por sus kibbutz y sus mujeres militares. O sea, soy un judío 110% hiloni (no observante) y no me gustan nada los haredim (ultra ortodoxos).

Hace más de 30 años, cuando Israel dio luz verde a las masacres de refugiados palestinos en Sabra y Shatila en Líbano, tuve alguna feroz discusión con mi padre (bautizado católico, jamás creyente ni practicante) quien estaba indignado de que Israel ¡y los judíos! permitieran esas bestialidades… que hoy parecen minúsculas. A mí Menachem Begin y Ariel Sharon me caían muy atravesados, pero no dejaba de defender a Israel.

En el último cuarto de siglo, desde que el laborismo o socialismo israelí dejó de gobernar, los acuerdos de Oslo y los apretones de manos de Camp David quedaron en el olvido y la sociedad israelí se desplazó más y más a la derecha, mi simpatía por Israel comenzó a declinar. También porque en esos años pasó por Buenos Aires una joven prima lejana israelí con su novio en típico viaje post servicio militar que me dejó mudo y aturdido tras escuchar sus expresiones de cómo debía manejarse el problema con los palestinos. Al mismo tiempo, la militancia palestina se desplazaba más y más al fundamentalismo islámico… pero esa gente no eran los míos. Aún así (consta en mi muro de Facebook) hasta 2021 podía enojarme con quien dijera ciertas cosas de Israel.

Pero nutría ninguna simpatía por ese personaje nefasto que es Netanyahu y seguía con preocupación su intento de “orbanizar” o “erdoganizar” a la democracia israelí quitándole el poder supremo a la máxima corte de justicia, en un país que no tiene constitución. Simpatizaba con los cientos de miles de israelíes que se manifestaban en su contra y me daba asco que en su gobierno hubiera ministros fanáticos extremistas impresentables (que hoy llamo nazifascistas o naziisraelíes) como Ben Gvir y Smotrich.

Entonces fue el domingo negro. Alguna vez el hijo de puta que aun gobierna Israel tendrá que explicar a sus ciudadanos, a la diáspora y al mundo cómo y porqué fue posible esa (desde un punto de vista estrictamente logístico y militar) brillante operación de los asesinos de Hamas y Jihad Islámica. El hdp que hizo creer y confiar a su país que con una muralla, unas alambradas y cámaras y torres con ametralladoras automáticas Gaza estaba bajo control y el Israel fronterizo, seguro. El hdp que durante años dejó que Qatar enviara cientos de millones de dólares a Hamas, con tal de debilitar a la Autoridad Palestina. El hdp que ignoró las advertencias de sus propios soldados de guardia limítrofes (hubo soldadas que no sólo avisaron antes sino incluso fueron secuestradas, después) y de Egipto de que Hamas estaba tramando algo: es imposible organizar un ataque aire mar y tierra como el que realizaron en completo secreto. Y el hdp debería explicar porqué la mayor parte de las tropas de la IDF no estaba en la frontera con Gaza sino en Cisjordania, que no pertenece a Israel. Quedé hebetado durante dos días y recién el 9 de septiembre de 2023 me animé a escribir en Facebook: “Con Israel sí. Con el repugnante Netanyahu y el ministro terrorista Ben Gvir, no.” Un familiar mío del lado materno es decir judío, me criticó en FB diciéndome que en medio de un pogromo no se podía decir eso. Me reconfortó recibir varias opiniones de amigos, judíos y no, de que no tenía que hacer caso a esos dichos. El unanimismo siempre me provocó rechazo, el unanimismo entre judíos me produce asco y el unanimismo ante un gobierno (incluso de un país atacado por enemigos mortales) como el de Netanyahu, vómito y rebelión. Una de las cosas más preocupantes desde mi remoto y aislado punto de vista, en esos días, fue que Israel fuera a la guerra conducido por un tipo semejante, todo lo contrario de su hermano héroe caído en Entebbe.

Qué clase de hombre, padre, ciudadano y político es este “crime minister” quedó público cuando se supo que su hijo Yair, de 32 años, en vez de regresar a combatir como muchos otros reservistas en el exterior, se quedó un año viviendo de lujo en Miami con escolta pagada por los contribuyentes israelíes.

A las pocas semanas comenzó a gallinarse mi piel viendo cómo Israel iba al rescate de más de doscientos rehenes y al aniquilamiento de Hamas y Jihad Islámica. Fue un proceso de meses, lento y doloroso, donde la convicción de que los terroristas gazatíes debían ser capturados o muertos y los rehenes liberados (apoyada por la creciente evidencia de lo que hicieron en aquél domingo negro a niños, mujeres y hombres jóvenes o ancianos) fue contraponiéndose a las evidencias de que a Israel se le estaba yendo la mano en su defensa, que se volvió una represalia desmesurada, indigna, brutal. Y además, las agresiones y escupitajos de los ultraderechistas israelíes contra los familiares de rehenes. Con muy pocos amigos judíos pude compartir esa creciente sensación de que día tras día se me hacía más cuesta arriba apoyar a Israel. Daniel Helft, quien publicó las mejores páginas en castellano sobre el conflicto, me comprendió. Un par de amigas de la vida y las redes también. Otros comenzaron a encresparse cuando hice pública mi desazón en FB, el 6/2/24: “No creo que a nadie le importe pero aviso a mis amigos que mi paciencia desbordó y en el conflicto Israel-Hamas cambié de bando. No simpatizo con Hamas pero a partir de hoy apoyo a Palestina y estoy en contra de un país que destroza docenas de monumentos históricos, profana y destruye cementerios y mata o hiere casi al 5% de la población gazatí. Este Israel fascista deberá pagar por sus crímenes de guerra. Sólo el energúmeno del presidente argentino simpatiza con Netanyahu y su pandilla asesina.”. Bueno, además de Milei están Orbán y Trump, ya no más Putin y Erdogan. Toda linda gente para amigos.

Ver cientos, luego miles de edificios y casas bombardeadas por Israel en ese minúsculo territorio desmesuradamente urbanizado (donde proporcionalmente se arrojaron 20 veces más explosivos que sobre el Tercer Reich) me chocó, pero lo que me indignó e hizo decirme “esta no es mi gente” fueron las imágenes de tanques israelíes pasando por encima de cementerios musulmanes y luego, fotos satelitales de todos los invernáculos y campos agrícolas de Gaza arrasados: cosa de faraones, de plagas de Egipto, de reyes católicos o de nazis, no de hebreos. Con eso y como frutilla en la torta un youtube de soldados israelíes violando a un prisionero palestino en la más infame cárcel israelí se me quebró el judío y me nació dentro un desconocido palestino. Toda mi humanidad, que hasta esos días sentía rechazo por lo que hicieron los bárbaros del domingo negro, empezó a sentir lo mismo pero superpuesto, en palestino. Sumado a los atropellos y asesinatos crecientes en Cisjordania, donde prospera un tipo humano que me produce aún más rechazo que el haredim: el supremacista judío. Lo que vendría a ser un SS o camisa parda circunciso. Juden fur Lebensraum in Judäa und Samaria.

Claro que no fue un proceso lineal, inequívoco. Confieso, con mucho pudor, que me alegró que Israel matara a los jefes de Hamas y Hezbollah, también lo de los beepers y celulares explotantes. Detesto tanto a los ayatollahs iraníes que no me entristeció que los bombardearan un poco ahí donde tratan de bombear nuclear, aunque reconozco que también me reconfortó que algún misil iraní hiciera sentir a los civiles israelíes un poquito de cómo es ser civil en Gaza desde octubre del ‘23.

Me produce un vértigo abismal ser de la misma raza o pueblo que esos bellos cuerpos que disfrutan las playas de Tel Aviv los veranos del ‘24 y del ‘25 mientras, distancia de mi casa a Buenos Aires, se produce un genocidio. Quiero decir bien (sobre todo para mi familiar negacionista), genocidio. Lo dicen la ONU y la CPI, B’Tselem en Israel y cualquier observador honesto como John Carlin. Sufro vértigos y veo un precipicio negro cuando en una pantalla aparece una madre israelí de Jerusalén Este que, señalando a la cúpula de Al-Aqsa, dice de lo más pancha “habrá que demolerla para reconstruir el templo”.

Trato de callar lo que pienso sobre Ben Gvir, Smotrich y algunos otros (incluida una mujer judía israelí imperialista ya grande, repugnantísima) porque sólo podría expresarlo con términos soeces que no gusto usar. Naziisraelíes es lo más delicado que me surge. Mi familiar no admite que a un judío se le diga nazi. A mí en cambio me asombra y duele que así pueda ser, como desde 1948 cuando Einstein, Arendt y docenas de destacados judíos estadounidenses llamaron “nazifascista” a Menachem Begin, al que repudiaron en su visita a Nueva York. Los Ben Gvir, Smotrich y cía. son remilputísimamente más nazis y fascistas que Begin.

El 9/5/25 posteé en mi FB un link a un artículo en The Atlantic, “Israel plunges into darkness” del israelí Gershom Goremberg con estas líneas mías: “El mundo está cada vez más loco y dado vuelta. Y una de las mayores locuras es que Israel se esté volviendo nazifascista”. Un judío argentinoisraelí a quien conozco desde la infancia comentó en mi página, sin siquiera leer el artículo, que todo eso era mentira, que si “Israel quisiera no queda nadie vivo en Gaza” y que “no hay nada peor que un judío antisemita” refiriéndose a quien suscribe, moviéndolo a hilaridad.

El mencionado familiar que hace dos años me conminaba al unanimismo, hace unos días publicó en FB un largo posteo con no pocas inexactitudes y afirmaciones descabelladas, como que Hamas y Gaza son la misma cosa. Escribió: “El pogromo del 7 de octubre fue, de hecho, festejado por no sólo los árabes de Gaza, sino por toda la izquierda mundial” (a la que también llama “izquierda boba”, “izquierda antisemita”): que hubo algunos cientos o miles de fanáticos que incluso quisieron linchar rehenes es sabido, pero ignoro quién o cómo mensuró la reacción de los más de dos millones de gazatíes. Mucho menos me explico qué es eso de “la izquierda mundial” y de qué modo pudo constatar sus celebraciones. Tradicionalmente, los antisemitas son más de derecha que de izquierda. Y los pueblos árabes son más de derecha que de izquierda. Este familiar (que no es sonso, pero tiene la inteligencia nublada por la ofuscación) me escribió en respuesta a mis comentarios sobre las inexactitudes de su posteo sobre “la batalla mediática financiada por los enemigos de Israel, USA y Occidente, que sigue un guión antinorteamericano, anticapitalista y antisemita de manual y que vos venís repitiendo”. Aquí estamos delirando en cota “Los Protocolos de los Sabios de Sión” porque cabe suponer que sólo Rusia o China podrían ser dichos financistas pero no llego a imaginarme cómo podrían materializar y distribuir dicho “guión”, que no sabría repetir porque jamás lo vi y además, porque nunca repetí un guión: la única vez en la vida que alguien trató de “guionarme” fue hace más de medio siglo en la Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista pero me negué y me expulsaron. Como este familiar se pasó la vida entre guiones (muchos de publicidad o propaganda) quizá crea que hay “guiones globales”. En fin. 

Me quedo con mi “judío antisemita” entrecomillado porque a esta altura de mi vida son contadas las cosas que me enojan. Por ejemplo, los judíos antisemitas Netanyahu, Ben Gvir y Smotrich, estos sí sin comillas, que tanto contribuyen al alucinante (pero explicable) crecimiento del antisemitismo en todo el mundo. Y a que muchos hoy vean a la Estrella de David como una Esvástica.

Y no me siento solo en mi “antisemitismo”, sino acompañado por algunas de las mentes más brillantes de Israel como Gideon Levy (quien hace tiempo denuncia la “ceguera moral israelí”) o Harari quien en The Atlantic (“Yuval Noah Harari Wants to Reclaim Zionism”, 4/10/24) dice más elegantemente lo mismo que yo: “¿cuáles son los valores de gente como Ben Gvir, Bezalel Smotrich, Netanyahu—son los valores de la legión romana”. Según Harari son zelotes que conducen a la destrucción del templo y al nacimiento de un nuevo sionismo y judaísmo que los excluya para siempre: “el sionismo no niega la existencia y los derechos del pueblo palestino”. Demoledor, afirma “la nación israelí está colapsando, los lazos patrióticos que sostenían a la nación unida están siendo rotos deliberadamente por Netanyahu y sus colegas. Es la persona más odiada en la historia de Israel”.

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