Cursilería arquitectónica argentina
La cursilería arquitectónica en Argentina tiene una larga tradición, para la relativamente corta historia nacional. Y la llamo cursilería porque de algún modo trasciende al kitsch, entendido como estética: el mejor ejemplo de cursilería es lo que hizo el país, en tiempos del Centenario, con la sencilla casa colonial de Tucumán donde se declaró la Independencia en 1816: fue demolida por entero salvo la sala donde se juró la misma, que quedó englobada en un templete de hierro y vidrio de estilo francés. Unas décadas más tarde el país se apercibió de la barbaridad que había acometido y desmanteló el templete: la casa de la independencia fue reconstruida en base a la traza de los cimientos y algún dibujo o pintura. Aquí el kitsch no tiene mucho que ver, pero la cursilería sí. A nadie se le ocurrió en cambio demoler las insignificantes construcciones contiguas y las que están al otro lado de una angosta calle, para crear un espacio verde que diera cierta dignidad a la casita de la independencita.
Lo mismo sucedió con el Cabildo de Buenos Aires, donde se produjo la Revolución de Mayo de 1810: primero se le construyó una torre más bella y más alta, luego se le amputaron tres arcos de un ala y tres de otra para abrir avenidas, después se demolió la torre y finalmente se reconstruyó una copia aminorada del original.
Esta cursi falta de respeto por las construcciones fundacionales del país se expande a la falta de respeto por los edificios institucionales más importantes de la República, como puede verse en Plaza de Mayo en Buenos Aires: la Catedral es ofendida por la medianera de un banco detrás suyo y la Casa Rosada por los rascacielos de Puerto Madero que poronguean detrás: ni en Estados Unidos ni en Europa se permitiría semejante ofensa.
En San Miguel de Tucumán, en el lugar donde había uno de los más bonitos cabildos coloniales, el presidente tucumano Roca (que permitió que se demoliera la casa de la independencia) hizo construir una casa de gobierno de estilo académico afrancesado. Otro anónimo permitió que justo al lado se construyera un edificio de departamentos, que en tiempos del gobernador Palito Ortega lucía para más agravio lo que se ve en la foto.
Casa de gobierno de Tucumán
En Bahía Blanca sucede lo mismo, pero con la catedral local.
Uno se pregunta: ¿adónde estaban el obispo, el intendente, las fuerzas vivas de la ciudad cuando se realizó el atropello edilicio?
¿O eran todos ciegos y nadie lo vio?
En la ciudad de San Nicolás de los Arroyos sucedió exactamente lo mismo.
Un me cago y meo en la catedral, a la vista de todos.
Hay que encontrar flor de arquitectos sinvergüenzas para eso, también.
Catedral de Bahía Blanca
Las fotos 3 y 4 muestran más de lo mismo, pero en relación a construcciones civiles: no sabría si llamarlo cursilería o guarangada. Pero Mar del Plata es rea de haber permitido que un valioso patrimonio arquitectónico de elegantes mansiones oligárquicas de veraneo fuera demolido, salvo unas pocas excepciones, para construir espantosas torres de departamentos. Espacio para construir más allá no faltaba y si la ciudad las hubiera conservado todas, hoy sería el balneario más afamado y espectacular del hemisferio sur. Pinga.
Un marplatazo
Otro marplatazo
Los coronamientos de Togo Díaz en Córdoba
Adentrándonos en el cursi, en la ciudad de Córdoba sucede algo extraño para el forastero: a poco de andar advertirá que una cantidad anormal de edificios de departamentos lucen una variedad de coronamientos metálicos del todo gratuitos, que parecieran querer evocar las cúpulas de antaño: son la firma del arquitecto (y empresario constructor) José Ignacio “Togo” Díaz, que llenó los barrios céntricos de la ciudad con esa cursilería.
Aunque tratándose de un arquitecto-empresario de propiedad horizontal, bien puede ser que más que una firma arquitectónica, esos coronamientos fungieran de marca o isotipo comercial.
En Posadas, la torre más alta de la ciudad se vuelve cursi en su alado coronamiento, que no se entiende qué función cumple:
¿helipuerto?
¿sombra o paralluvias?
¿embellecimiento?
¿o será que al constructor le sobró plata del proyecto y le encargó al arquitecto gastarla al pedo?
Coronamiento de un edificio en Posadas
Pasemos a otra cursilería que está en vías de extinción gracias a los barrios privados, donde hoy es obligatorio construir cubos o paralelepípedos de color crema: el sueño del castillito propio. Es claro que hay una regresión infantil en los comitentes que encargan un castillito al arquitecto y que hay una perversión en el arquitecto que acepta proyectarlo.
Hay que ser muy mercenario para diseñar lo que en definitiva es una casa con torres almenadas.
Castillito en la Costa Atlántica
Castillito bonaerense
En San Martín de los Andes, en las afueras, están estos chalecitos cuyo presumible tanque de agua se disfraza de torre de castillo con unas ventanitas que no se entiende para qué sirven.
Chalecitos castillosos en San Martín de los Andes
Otro género de kitsch arquitectónico es el étnico, el de la evocación de otra cultura ya sea con un carísimo y ridículo triple techo apagodado o con cúpula y minarete.
Chalet apagodado en Tandil
Casa morisca en Rada Tilly
Finalmente están los cursis que no se entiende qué quisieron decir, como el chalecito alpino con incrustación de torrecita almenada y tanque de agua con aspas de molino holandés. O la culminación del grotesco en una casita del todo anónima a la que se le antepuso un monstruoso arco de triunfo que funge como tanque de agua y quién sabe qué otra cosa, en la mente de su creador.
Alpino con torre y molino, Sierra de la Ventana
Casa con tanque-Arco de Triunfo, barrio privado de Salta