Del andar titaniqueando por el fondo del océano

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El Titan en inmersión

Sin ser claustrofóbico, jamás me haría encerrar en un barril blindado de 6,7 x 2,8 x 2,5 m junto a otras cuatro personas para excursionar al fondo del Atlántico. Ni siquiera si me pagaran 250 mil dólares. Que es lo que abonaron los cuatro pasajeros del sumergible comercial Titan de la empresa OceanGate. Fui marino mercante y crucé el Atlántico Sur en un velerito de 8,5 m con sextante, brújula y cronómetro, antes que existieran el GPS y las balizas de SOS satelitales, con sólo una radio VHF de corto alcance. No temo al mar pero le tengo respeto, amo a su superficie y nutro escaso interés por sus profundidades más allá de las accesibles con snorkel.

Toda esta historia del sumergible Titan (en desarrollo mientras escribía estas líneas) me resulta inverosímil. Tanto como las colas de cientos de montañistas pacientando para hacer cumbre en el Everest cada verano boreal, a un mínimo de 45 mil dólares por cabeza. Cada uno con su vida y su dinero hace lo que quiere mientras no fastidie a los demás, pero este derecho no conculca el derecho mío a considerarlo un mentecato. A mi juicio, hay que serlo para desembolsar un cuarto de millón de dólares para ir a otear los restos del Titanic a 3,8 km de profundidad. Pero leo que, al menos hasta estos días (la página web de la compañía dedicada al turismo Titanic ahora está en blanco…) OceanGate tenía una larga lista de espera de ricos mentecatos voyeuristas del pecio. Un rico alemán que hizo el viaje al abismo el año pasado, hoy reconoce haber sido un mentecato.

También leo por ahí que el turismo para ultra-ricos no para de crecer: hay vueltas al mundo en avión privado de 24 días, viajes en helicóptero al campamento base del Everest y 800 de estos plutócratas ya compraron pasajes (a 450 mil dólares) para ser “astronautas privados” en Virgin Galactic mientras que una tal Orion Span planea construir un hotel de lujo espacial, que costaría 10 millones de dólares por persona por dos semanas. Serán ultra-ricos, pero a mi ver están muy ultra-vacíos existencialmente para gastar así el dinero. Como ese multimillonario árabe que en su superyate se hizo construir una mesa de billar montada cardánicamente: si querés jugar al billar quedáte en tierra firme, pelotudo.

A diferencia de las batiesferas, los batiscafos, los submarinos, los aviones y las cápsulas espaciales, el Titan tenía una compuerta que se cerraba desde afuera con 17 tuercas. Los que estaban adentro no tenían modo de salir de allí. Dicen que llevaban oxígeno para unas 90 horas tras lo cual, en la superficie del mar si no les abrían la escotilla o en el fondo, habrían muerto como peces fuera del agua. Tuvieron la suerte de morir sin darse cuenta.

Los cinco iban sentados en el piso y no tenían nada que hacer más que mirar a través de un obló o unas pantallas como las que hay en casa: con la mayor potencia lumínica, a esa profundidad no se ve más que a 7 m. O sea: ir a ver durante tres horas chatarra cubierta de incrustaciones a siete pasos de distancia. El artefacto tardaba un par de horas en bajar y otro tanto en subir y el paseo duraba unas ocho horas en total.

Como equipamiento, en el Titan no había nada más que un pequeño retrete con una cortina y en caso de que alguno de los “aventureros” o “ciudadanos científicos” (así los llamaba la empresa) debiera usarlo, el piloto ponía música. Pero se aconsejaba no comer nada y beber poco antes y durante la inmersión, para evitar su empleo.

Estimo que todas las personas que abordaban dicho artefacto usaban celular y detestaban estar desconectadas. Pero en el Titan la desconexión era total: las ondas de radio, salvo las muy largas y de muy baja frecuencia (que penetran apenas algún centenar de metros), no atraviesan el agua salada y así el sumergible, que no llevaba ningún cable que lo conectara a la superficie, sólo recibía y emitía señales acústicas de determinada frecuencia que se usan para comunicar con submarinos. Pero que también fallan porque las distintas capas del agua marina desvían o bloquean estas señales. El artefacto no sólo estaba sellado sino que además no tenía idea dónde estaba: desde la nave de apoyo en la superficie (que lo detectaba por sonar) le indicaban con señales acústicas en qué dirección debía moverse para llegar al Titanic con sus pequeñas hélices que lo desplazaban a no más de 3 nudos. Muy bien el sistema no funcionaba: el año pasado el Titan estuvo dos horas y media dando vueltas en el negro abismo sin hallar al Titanic, que supuestamente estaba ahí nomás.

Al llegar al montón de chatarra, hay que tener cuidado porque las corrientes en el fondo del mar pueden ser tan o más fuertes que en la superficie. Un artefacto ruso similar al Titan en 2000 fue empujado por la corriente a incrustarse entre una de las hélices y el casco y de milagro, tras casi una hora de intentarlo, logró zafar y volver a la superficie. En el Titan, para emerger, los pasajeros debían desplazarse de un lado a otro del barril para así hacer caer los rollos de plomo de lastre que llevaba a ambos lados.

Los 5 del Titan pagaron con su vida esta “aventura”, pero pienso que en cualquier caso los herederos de su considerable patrimonio deberían sufragar los millones de dólares que costó su inútil búsqueda. Lo único que le falta a este planeta es que los contribuyentes paguen con sus impuestos el salvamento de ultra-ricos que iban a pispear chatarra en el fondo del Atlántico: ya no los habrá más. Los salvamentos en el Everest o el Aconcagua no son gratis, se pagan.

Uno de los pasajeros del Titan, un francés que fue submarinista y era un estudioso del Titanic, al parecer ya había estado allí ¡más de treinta veces! Se estima que 300 personas gastaron pequeñas fortunas por este curioso fetichismo de ir a ver el Titanic (¿el mismo morbo de los que gustan mirar los choques en la autopista?), un deseo del que bien supo aprovechar el capitalismo: hace un año, OceanGate había obtenido más de 18 millones de dólares de inversores. Y en China, en Sichuan, están construyendo una réplica exacta a tamaño natural del Titanic que no sólo será museo sino también hotel y, aunque no navegará, flotará sobre agua dulce y tendrá máquinas de vapor como las del original.

¿Quizá con esta implosión y esa flamante réplica china desaparecerá el interés por ir a ver al descalabrado original inglés en el abismo? Mientras tanto fue revulsivo comprobar que al universo mediático  durante una semana le interesó más la suerte de esos cinco “aventureros” (entre ellos un padre e hijo de los paquistaníes más ricos) que la de los 500 refugiados, en buena parte mujeres y niños, que se ahogaron en un barco pesquero frente Grecia (entre ellos, no menos de 300 paquistaníes de los más pobres). No se vio el mismo despliegue de medios náuticos y aeronáuticos para salvar a medio millar de miserables refugiados que para rescatar a cuatro ricachones, que además habían firmado un waiver donde aceptaban ponerse en riesgo de muerte a manos del creador del artefacto, quien pagó con su vida la codicia capitalista de querer hacer un sumergible más barato, de fibra de carbono en vez que de titanio. Una presión de cuatro mil toneladas por metro cuadrado los liquidó en lo que tarda en reventar un globo, el domingo pasado por la mañana. Todo lo demás fue un inútil dispendio de decenas, quizá cientos de millones de dólares y una interminable cháchara de pundits en el universo paralelo de los medios.

O tempora, o mores.

La balsa de lanzamiento

El Titan en su barco de apoyo

El creador del Titan en su creación con el control del sumergible

Fuente de las imágenes: diversos medios

Showing 2 comments
  • Diego Bigongiari
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    Una addenda interesante que leí hoy: según un comandante de submarinos estadounidense, a esa profundidad y presión la implosión se produce en un milisegundo y nuestros sentidos no perciben eventos de menos de 25 milisegundos, de modo que a los 5 se les apagó la luz sin que se sintieran nada ni se dieran cuenta de nada. Además, según este submarinista, la presión es tal que de inmediato provoca la explosión del aire por la formidable compresión, de modo que los restos humanos además de aplastados son incinerados y reducidos a polvo. D.B.

  • Diego BigongiaRI
    Responder

    En el New Yorker apareció un largo artículo mucho más profundo e informado que mi nota titulado The Titan Submersible “was an accident waiting to happen” por Be Taub donde leo esta frase clave: “With titanium, there’s a purpose to a pressure test that goes beyond just seeing whether it will survive,” John Ramsay, the designer of the Limiting Factor, explained. The metal gradually strengthens under repeated exposure to incredible stresses. With carbon fibre, however, pressure testing slowly breaks the hull, fibre by tiny fibre. “If you’re repeatedly nearing the threshold of the material, then there’s just no way of knowing how many cycles it will survive,” he said.

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