Dos franchutas en el colapso de la Tercera República
La Tercera República
William Shirer escribió la que a mi gusto todavía hoy, 65 años después, sigue siendo la mejor historia de la Alemania nazi (The Rise and Fall of the Third Reich) y un apasionante Berlin Diary, pero otra obra suya descomunal es The Collapse of the Third Republic (francesa, naturalmente) que publicó en 1969. A través de casi un millar de páginas, Shirer describe con punzante detalle y elegancia cómo Francia hizo formidablemente bien todo lo posible para acabar mal bajo Hitler. Hacia la mitad del libro hay unas páginas que resumen el increíble intríngulis en el que se metió la clase política francesa, profundamente dividida (hasta el suicidio colectivo) entre la derecha profascista liderada por Pierre Laval, el centro izquierda dividido entre las primeras figuras Édouard Daladier y Paul Reynaud, el socialismo de León Blum y los comunistas de Maurice Thorez que habían quedado (como todos los comunistas del mundo) culo al aire tras el pacto Hitler-Stalin y pronto fueron ilegalizados.
Lo que sucedió entre el inicio de la segunda guerra mundial en septiembre del ‘39 y la derrota ante los alemanes en mayo-junio del ‘40 tiene ribetes de tragicomedia. El ambicioso Reynaud, ministro de finanzas del gobierno Daladier, deseaba desplazarlo y éste último lo sabía y de hecho el primero ocupó su cargo en marzo. Pero lo inverosímil es que detrás de ambos había sendas amantes rivales: dos auténticas franchutas (del lunfardo argentino de clase alta de principios de siglo XX, “francesa puta”), acomodadas burguesas que se casaron ambas con nobles a los que les pusieron los cuernos sin pudor: la condesa de Portes, amante de Reynaud, y la marquesa de Crussol, amante de Daladier. Shirer las describe como ambiciosas para impulsar las carreras de sus respectivos amantes, ávidas de poder para ellos y para ellas mismas: en particular la condesa, “una fuerza impulsora de formidables proporciones”. Y aunque ya en aquellos días aciagos el rol de ambas franchutas era de público conocimiento, ni Reynaud ni Daladier las mencionaron siquiera en sus memorias.
La futura condesa de Portes (de soltera Hélène Rebuffel) y Reynaud ya eran amantes en los años ‘20 y el acomodado padre de ella, molesto por esta relación, quiso casarla con el marqués Emmanuel de Crussol d’Uzès pero éste prefirió a la hija de un millonario dueño de fábricas de sardinas enlatadas, Marie Louise Frédérique Jeanne Amélie Béziers, la futura marquesa de Crussol. Así el señor Rebuffel optó por otro noble más insignificante, el conde Henri de Portes. Las dos franchutas tenían motivos de sobra para odiarse.
Escribe Shirer: “En los últimos meses de vida de la Tercera República, el rol de Madame de Portes en los asuntos públicos era, como veremos, considerable, tanto como aquél de la Marquesa de Maintenon en el reino de Luis XIV y, todavía más, de la Marquesa de Pompadour en el de Luis XV. La última virtualmente gobernó a Francia durante veinte años (1745-64). Madame de Portes nunca llegó tan lejos –su tiempo fue demasiado corto– pero lo intentó”.
Quienes conocieron a la marquesa de Crussol la describen atractiva pero codiciosa y dominante, aunque ejercía su influencia sobre el viudo Daladier detrás de bastidores. La condesa de Portes era descripta como inteligente, poco bonita u horripilante pero con atractivo sexual, algo loca y entrometida, ambiciosa. En palabras de Shirer: “El misterio de su poder sobre este hombre brillante y de fuerte carácter nunca fue penetrado”, refiriéndose a Reynaud. Winston Churchill la llamaba “la cotorra”. El embajador estadounidense, en un telegrama al presidente Roosevelt decía “Reynaud está completamente dominado por su amante, la condesa de Portes. Ella dicta la lista de los nuevos ministros y exige la desaparición de Daladier”.
Desde los años ‘30, la marquesa de Crussol tenía su parisino salón de los miércoles donde recibía a Paul Valéry, André Gide, François Mauriac, André Malraux, André Maurois y otros literatos además de políticos de derecha y de izquierda, como el radical socialista Daladier. Pero la prensa derechista acabó llamándola la “marquesa roja”.
Cuando Reynaud llegó al gobierno desplazando a Daladier (que siguió siendo parte del gobierno, como ministro de defensa) tras el ataque alemán a Bélgica, la guerra abierta se desató además entre las dos mujeres. La marquesa era más discreta, pero la condesa se metía con su voz chillona en todos los asuntos de gobierno y Reynaud la dejaba hacer. Se inmiscuía incluso en asuntos militares, fustigando al generalísimo Gamelin jefe de las fuerzas armadas (quien en efecto parecía afrontar la guerra no con uno sino dos pepinos en el recto). Desde que Hitler invadió Polonia, el coronel De Gaulle insistía en que Francia debía preparar y utilizar sus superiores y numerosos tanques contra los alemanes tal como ellos lo habían hecho en la Blitzkrieg. Nadie le hizo caso. Si Francia hubiera atacado a Alemania mientras estaba invadiendo Polonia, no habría existido la drôle de guerre, sitzkrieg o phoney war de 8 meses: los franceses, superiores en armas y tropas, habrían llegado al Rin sin encontrar oposición.
A fines de abril, Reynaud volvió de una conferencia en Londres con gripe. Mientras estaba en cama, la condesa de Portes sentada en su escritorio recibía jefes militares, ministros y parlamentarios dando órdenes de gobierno. Un testigo presencial narró que cuando ella dejó la habitación para ver a su amante enfermo, todos los presentes se lanzaron a maldecirla a ella y a la marquesa de Crussol por la cada vez peor relación entre Reynaud y Daladier. Otro funcionario recordó que en un encuentro social en una casa campestre, las amantes de los dos políticos más importantes de Francia “casi llegaron a las manos”.
Cuando cayó Francia, Daladier y la marquesa embarcaron en Burdeos rumbo a Casablanca, donde Daladier fue detenido y luego juzgado por orden del ilustre traidor mariscal Pétain. Ella nunca fue a visitarlo al castillo donde fue recluido ni volvió a verlo y en 1941 se divorció de su marqués cornudo. El coronel Charles De Gaulle, secretario de estado de Reynaud, se tomó un avión a Londres y desde allí siguió luchando. El primer ministro Reynaud y la condesa marcharon en auto rumbo a los Alpes y mientras él conducía, chocaron contra un árbol y ella se mató. Tenía 38 años.
Édouard Daladier
La marquesa de Crussol
La condesa de Portes
Paul Reynaud
Escudo de la Tercera República