El kitsch militar argentino

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Junto a Plaza de Mayo, al pie del ofensivamente cursi Ministerio de Defensa de 1939, hay un buen ejemplo de kitsch militaresco que perdura con la exposición al público de un tanque y otros armamentos obsoletos, de la segunda guerra mundial. La ciudad más castrense de Argentina, Bahía Blanca, está decorada con cañones apuntando al vecindario por doquier y nadie nunca plantó flores en sus bocas.

Pero ya pasó el tiempo en que los militares argentinos se sentían titulados a intervenir monumentalmente en el espacio público urbano. Hasta que éstos estuvieron sometidos al poder civil, los monumentos a militares patriotas eran bronces encargados por los civiles a grandes artistas, con frecuencia franceses. A partir de 1930 los uniformados comenzaron a desmesurarse y con el tiempo, perdieron toda noción del ridículo. Durante el peronismo, Fabricaciones Militares realizó docenas de copias de ese bello bronce de Louis Joseph Daumas que está en plaza San Martín en Buenos Aires, que en rigor era una copia apenas modificada de otro encargado por Chile y curiosamente, inaugurado después. O sea que la copia resultó ser más original que el original. La obvia cursilería aquí es el copiado: desparramadas en plazas San Martín de todo el país hay 57 copias de este original-copia y más de una docena en varias ciudades del planeta. Cabría preguntarse que hubiera opinado Daumas (o sus herederos) que se multiplicara a tal punto a su obra por mero deseo del Estado argentino.

De los muchos monumentos al Libertador, uno de los más cursis es el que está desde 1983 en la plaza de Libertador General San Martín, provincia de Jujuy. Obra de un escultor Garrard y un arquitecto Dadah, representa a un Libertador pedestre sobre una roca-tronco alfombrada, rodeado por una carga de granaderos que evoca a la del mucho más logrado monumento del Cerro de la Gloria en Mendoza, el todo curiosamente encerrado en una islita rodeada por agua de una pileta, que no se comprende qué significa.

Tampoco bromea, en cuanto a cursilería, “Libertador y el Mar” de Mar de Ajó, obra en cemento, hierro y otros materiales del escultor Ricardo D. Emilio, donada por los rotarios de Santa Teresita en 1988 que según parece, para incremento de su cursilería, contiene en su interior algunas piedras traídas de las ruinas de la casa natal del Libertador, en Yapeyú, Corrientes.

Perones hay muchos en Argentina, pero uno destaca: es el del Parque 9 de Julio en San Miguel de Tucumán: emplazado en 1987, además de feo es contradictorio porque conmemora a un presidente sin rango militar pero en uniforme, disponiéndolo como grotesca guía turística de un garabato cuadrado que representa el plano del Parque.

En el mismo Parque tucumano los militares se automonumentaron con esta grotesca pieza propia del estalinismo o el nazifascismo, a los que sin embargo superó con el espantoso basamento.

En Comodoro Rivadavia, “embellece” a un tramo costanero este soldado sobre pedestal de roca acompañado por un cañón de la primera guerra mundial.

En alguna población costera del país, aparece esta discutible combinación de escultura de un piloto pedestre sobrevolado por lo que parece un estilizado avión Pucará.

Ushuaia tiene la costa de mar más bella de Argentina, pero hace todo lo que puede por estropearla. Esta plaza es un soberano ejemplo de cursilería militaresca.

Otro ejemplo de cómo afear la costa de Ushuaia: en nombre de Malvinas se levantaron algunos de los adefesios más notables del país. El kirchnerismo detuvo la proliferación de cursilerías militarescas, transformándolas en no menos cursis monumentos malvineros nacionalistas. Así, por más que la mayoría sean espantosos, resultan indiscutibles. Como dijo Milan Kundera (ver nota anterior), sólo un cipayo antipatria y antipueblo puede poner en tela de juicio la estética de un monumento malvinero.

El que está en pleno centro de Córdoba, claramente inspirado en la foto de Joe Rosenthal “Raising the Flag on Iwo Jima”, no es de los más cursis sino por el detalle del letrero que informa sobre la distancia entre el lugar y Puerto Argentino, como si eso tuviera alguna importancia.

Sí en cambio es espantosamente kitsch el monumento a los caídos en Malvinas que afea a la ciudad de Rawson, capital del Chubut.

No lejos de allí, en Puerto Madryn, destaca el que quizá es el más logrado en cursi fealdad de todos los monumentos malvineros argentinos.

El más gracioso de los monumentos malvineros es involuntariamente el de Comodoro Rivadavia, que con sus estatuas de aviador, soldado y marino que ni se miran reflejan fielmente la descabellada forma en que los militares libraron esa loca aventura.

También resulta patéticamente cursi, en Caleta Olivia (Santa Cruz), el monumento a la lancha Río Iguazú que la Prefectura Naval perdió en aquella guerra. Todo barco de cemento es kitsch.

En Ushuaia hay varias incongruencias cursi. Una de ellas es este centro de combatientes de Malvinas que se arroga el derecho de apuntar cañones a la vía pública.

Ushuaia también exhibe, desde 1971 es decir en plena dictadura militar anterior a la última, frente a la base naval, un paradigma del kitsch militar argentino: un dudoso homenaje a la Armada Argentina realizado en cemento, compuesto por una cabeza con gorro frigio entre olas de hormigón con unos aparentes delfines del mismo material que saltan al frente. Es ciertamente arduo imaginar algo que supere esta vulgaridad cursi.

Habrá más kitsch, que en Argentina no escasea.

(todas fotos del autor, salvo las dos tomadas de la web)

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