1. El país del que le vaya bien
No sé quién enseñó a los argentinos de la vera de la ruta a despedirse del forastero en movimiento con un “que le vaya bien” o “que ande bien”. Pero es común que así sea y tanto más cuanto más lejos de las grandes ciudades. Me pasó que en un día de viaje por el Noroeste me desearan más de media docena de veces que me fuera bien: el vecino, el policía, la gendarme, el mecánico, la quiosquera y el playero de la estación de servicio. Viajé bastante en auto por otros países vecinos y de ultramar y no tengo recuerdo de algo semejante. Si lo pienso en los cinco idiomas que conozco, ninguno es tan filosófico y musical como nuestra expresión argentina: se puede decir algo parecido en inglés, francés, portugués o italiano pero no se acostumbra y no suena igual.
Los argentinos de las ciudades suelen ser muy gentiles con el forastero, abiertos y cordiales. Los argentinos del campo, el desierto, la selva o la montaña suelen ser más parcos y cerrados, pero en compensación tienen ese tic cultural de desearle a uno que ande bien, vaya adonde vaya.
A mi gusto, esa capacidad de tirar buena onda en tres o cuatro palabras rituales dirigidas al forastero de paso es uno de los rasgos más nobles de esta tierra. Supongo que es algo antiguo y arraigado, de la época de las mulas y las largas travesías, un rasgo profundo de una cultura nacida entre desiertos inmensos.
Y lo que más me gusta es que nadie te tutea al desearte buen andar, porque tutearse en el desierto entre desconocidos es un poco excesivo.