Elementos de rusofobia (V)

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Como ya saben quienes leyeron las notas anteriores hasta aquí basadas en mi “cherry picking” de “Los Románov” de Simon Sebag Montefiore, nunca nutrí gran simpatía por lo ruso pero desde febrero de 2022 siento repugnancia por todo que provenga de ese inmenso pantano putrefacto que nunca conoció la democracia, los derechos humanos y la libertad. Hasta la voz de la Netrebko me da asco desde que posó con banderas de territorios robados a Ucrania. Todo ruso que no está exiliado, clandestino, encarcelado o asesinado es un enemigo que deseo ver muerto junto a Putin. Porque la Putia de Rusin, como la historia lo demuestra, es una nación de esclavos prosternados.

Nicolás I era “el modelo perfecto de autócrata, pero sabía que la autocracia estaba mal”. Creó el puesto de ministro de la corte que debía ocuparse los ¡mil cortesanos y servidores! del zar, además de toda la familia Románov con sus palacios y fincas. La Sección Tercera de su Cancillería era la policía secreta y el lugarteniente de su jefe escribió que era “imposible que alguien estornudara en su casa sin que se informara de ello al soberano en el plazo de una hora”. El jefe, un tal Beckendorff, era tan despistado que le ocurría olvidarse su nombre y tener que recordarlo mirando su tarjeta de visita. Sería “el primero de la larga serie de matones que dirigirían la policía secreta rusa”.

El zar Nicolás I

Pushkin, que había pasado seis años desterrado, fue recibido por el zar y lo hizo su cortesano, o “paje de cámara” en palabras del poeta. El poderío ruso se impuso en Persia (a pesar que el embajador ruso en Teherán fue linchado y descuartizado por una turba), en Polonia (donde se reprimió una rebelión y abolió la constitucion y la monarquía) y en el Imperio Otomano. En un desfile, Nicolás I declamó “¡Oh Dios, te doy las gracias por haberme hecho tan poderoso!”. Era un “despótico iceberg”.

Tenía 540 ayudantes de campo militares y 20 guardias negros (la mayoría eran norteamericanos). El zar se ocupaba hasta de diseñar los uniformes militares, los vestidos de las damas y la vestimenta de la servidumbre. Aunque estaba muy enamorado de su esposa, el zar tenía un inagotable harén de amantes y pretendía seducir a la jovencita esposa de Pushkin. Parece que “la sodomía estaba por entonces muy extendida entre la alta sociedad” pero a Pushkin le llegó un anónimo que lo nombraba Gran Maestre de la Orden de los Cornudos. Tres meses después Pushkin murió a consecuencia de un duelo con el principal cortejador de su esposa.

Pushkin, el Gran Maestre de la Orden de los Cornudos

Tras el incendio del Palacio de Invierno, Nicolás construyó ese espanto cursi de más de mil habitaciones que hoy alberga al Museo del Hermitage. También construyó otro gran espanto, el Gran Palacio del Kremlin, cuyos inmensos salones fueron muy apreciados por Stalin y hoy, lo son por Putin.

La cursilería del Hermitage

En esos años el francés marqués de Custine publicó un best seller llamado Rusia en 1839 donde Nicolás era descripto como “el tirano brutal, megalómano y adúltero de un imperio bárbaro y agresivo” (…) “una cárcel cuyas dimensiones la hacen todavía más formidable”. Ciento ochenta y cinco años después, nada cambió. En aquellos años los “eslavófilos” añoraban al “Mundo Ruso” y “desdeñaban a Occidente, al que consideraban flojo y decadente”. Rusia no cambia. Nicolás aprendió a odiar a los judíos (que eran millones en Rusia) gracias a una niñera escocesa y los llamaba “auténticas sanguijuelas”. En 1827 estableció el reclutamiento forzoso de todos los niños judíos de 12 años durante ¡veinticinco años! para hacerlos cambiar de religión. En 1835 prohibió a los judíos poseer tierras y vivir en todas las grandes ciudades. Quizá fue entonces que a mi tatarabuelo por vía materna o a su padre le adosaron el apellido Smolensky, que significa “el judío de Smolensk”, porque por algún motivo le permitieron quedarse en la aldea.

Rusia, detestada por su aliados Prusia y Austria y sus enemigos Inglaterra y Francia vivía cada vez más encerrada en sí misma. En el colmo de la estultez, Nicolás hizo eliminar la palabra “república” de los textos sobre la antigüedad grecorromana y prohibió el Ricardo III de Shakespeare. También condenó a muerte a Dostoyevski (junto a otros 17) quien salvó la vida un momento antes de ser fusilado, en una “broma sádica” de Nicolás, que lo condenó a cuatro años de trabajos forzados en Siberia.

Este pelotudo coronado, además de contar con un ejército inmenso pero mal equipado, no creía en el ferrocarril ni en su utilidad militar y retrasó durante décadas su desarrollo. Pomposo y grandilocuente, se sentía un enviado de Dios. En aquellos tiempos, Rusia se creía titulada a controlar Jerusalén y, como es desde siempre, le dolía en los testículos esa pinza que son los Dardanelos y el Bósforo. Así Nicolás desencadenó la guerra de Crimea a fines de 1853, que en rigor se libró desde Kamchatka hasta el Báltico. En Crimea fue un bochorno: los soldados rusos salieron corriendo y los anglofranceses capturaron la carroza del comandante en jefe, el príncipe Ménshikov, quien, pese a haber sido castrado por una bala de cañón años antes, coleccionaba ropa interior femenina y pornografía francesa, que llevaba consigo al frente, en su carruaje.

El propio zar decía “tras escuchar a diario falacias y adulaciones durante treinta años, he perdido la capacidad de distinguir la verdad de la mentira”. En el invierno de 1855 un resfrío del zar, gracias a pasar revista a las tropas con 23 grados bajo cero se agravó en una neumonía que acabó transformando a su hijo mayor en el zar Alejandro II, el penúltimo de Rusia. Las ceremonias fúnebres de Nicolás duraron dos semanas. Mientras tanto, Francia, Gran Bretaña, el reino de Piamonte y Cerdeña se unieron y Austria y Suecia amenazaban con unirse a ellos contra Rusia, que tuvo que firmar la paz. El nuevo zar, en palabras de Sebag Montefiore, “no sólo era el más apuesto y el más sensible de los Románov, sino también el más simpático”. Pero a pesar de sus reformas liberales, moriría asesinado por un terrorista. Históricamente, la forma rusa de alternancia en el poder es el homicidio.

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