Elementos de rusofobia (VI)

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Comparto con Joseph Conrad el odio a Rusia y a todo lo que sea ruso. Como ya repetí en las notas anteriores, detesto a todos los rusos que no fueron o son opositores, presos políticos, exiliados o asesinados por sus déspotas. Desde febrero de 2022, no escucho más a Tchaikovski ni a esa chupaputin de la Netrebko. No bebo vodka rusa y si me regalaran caviar beluga lo tiraría por el inodoro, filmándolo con el celular para colgarlo en tiktok.

Este capítulo de mi rusofobia se basa, como hasta ahora, en “cherry picking” de la ineludible obra “Los Románov” de Simon Sebag Montefiore. Complementado con algún fragmento de la “Historia de la Revolución Rusa” de León Trotsky.

Alejandro II fue el antepenúltimo zar de ese inmenso y pútrido pantanal que es Rusia, nación bruta y desdichada que jamás supo qué son la libertad, los derechos humanos, la democracia. El nuevo zar, en 1856, declaró a los nobles moscovitas que la servidumbre de la gleba era un mal y había que abolirla. Para ello creó una comisión que encabezó con un príncipe reaccionario que bien se ocupó de bloquear cualquier reforma. Sin embargo, a principios de 1861, el zar firmó el decreto que liberó a veintidós millones de siervos: ya no se los podría comprar o vender ni azotarlos, tenían el derecho de comprar tierras, casarse y comerciar…pero seguían estando sometidos laboralmente a sus dueños. Rusia abolió la esclavitud dos años antes que Estados Unidos y durante la guerra civil fue aliada de la Unión contra la Confederación, que era apoyada por Reino Unido y Francia: en apoyo de la Unión, la flota rusa del Báltico se desplazó a New York y la del Pacífico, a San Francisco.

Alejandro II

El gobierno zarista tardó siete años en determinar que pagaría a los terratenientes 4/5 del valor de las tierras que recibieran los campesinos, que debían pagar el resto. Trotsky escribió: “La reforma campesina (…) fue obra de la monarquía burocrática y aristocrática, acuciada por las necesidades de la sociedad burguesa (…) Los burgueses rusos soñaban con un desarrollo agrario de tipo francés, danés o norteamericano (…) con tal que no fuera ruso. Sin embargo, no se les ocurría asimilarse a la historia francesa o a la estructura social norteamericana”. Trotsky asegura que si la cuestión agraria hubiera sido resuelta por la burguesía, no habría habido revolución en 1917.

En 1864, Alejandro II creó el primer sistema judicial independiente con jurados y estableció unas asambleas electivas provinciales en las que participarían nobles, comerciantes y campesinos. Relajó las leyes contra los judíos, a los que se les permitió establecerse en las ciudades. También consintió más libertad a las universidades y menos censura a la prensa. Pero cuando la asamblea moscovita propuso una constitución, el zar abolió la asamblea. La corte y la nobleza estaba dividida entre retrógrados y liberales. De pronto el zar destituía a los liberales que había instalado, clausuraba los diarios que había permitido nacer y perseguía a los estudiantes y los radicales aunque la represión, para los estándares rusos, no era muy feroz. Pero sí fue brutal la represión de una rebelión en Polonia, con cientos de ahorcados, miles de fusilados y unos 18 mil enviados a Siberia: de ahí el odio del polaco Joseph Conrad a Rusia, cuyo padre había sido desterrado a Siberia. Inglaterra protestó en defensa de los polacos pero los rusos repusieron que ellos habían sido mucho más brutales con los amotinados hindúes. Lo cual era verdad.

En 1865 la dinastía Románov tuvo una desgracia probablemente fatal para su futuro: el mayor de los siete hijos, el zarevitch Nicolás apodado Nixa, murió de meningitis: era un heredero mucho más dotado que su hermano Sasha (zar Alejandro III) y su hermano homónimo Nicky (zar Nicolás II), ambos bastante obtusos. Al año siguiente, el zar salvó la vida por un pelo en un intento de asesinarlo. Ese año, Estados Unidos le compró Alaska a Rusia por 7,2 millones de dólares. Tras el atentado, el zar se lanzó contra los liberales, quiso cerrar las universidades y prohibir hablar en polaco, ucraniano y lituano. La represión fomentó la proliferación de revolucionarios extremistas como Sergéi Necháyev quien tenía, en sus propias palabras, “un único propósito en la cabeza: la destrucción despiadada”. Sebag Montefiore lo define “leninismo antes de Lenin”. Su organización, Venganza del Pueblo, exigía a sus miembros como prueba de lealtad asesinar a un estudiante inocente. Fue la inspiración de Dostoyevski en Los demonios: en esos mismos tiempos se publicaba como folletín por entregas y con gran éxito Crimen y castigo además de Guerra y paz de Tolstói. El ambiguo Dostoyevski, que casi fue asesinado por un zar, trabajaría luego para los más retrógrados y escribió esta barbaridad que Vladimir Putin firmaría gustoso, igual que el georgiano Stalin: “La nación rusa es un fenómeno extraordinario en la historia del genio humano”. En 1867, en París, el zar sobrevivió a otro atentado mientras iba en carruaje con Napoleón III: el joven asesino erró dos disparos. En 1874, miles de estudiantes Naródniki (Populistas, acepción originaria del término) fueron al campo a promover la rebelión del campesinado: arrestaron a cuatro mil y los trataron tan brutalmente que docenas enloquecieron y otros tantos se suicidaron o murieron encarcelados.

Como buen zar, Alejandro se hizo con un harén de amantes entre las que destacaba una princesa y dama de honor de la zarina, apodada “La Tigresa”. Luego también aparecería una jovencita de 16 años (“mi descarada picaruela”) con quien fornicaba a diario si podía y se escribían cartas eróticas con terminología propia: ella, Katia Dologorúkaya, se definía a sí misma “deliciosa déspota especial” y tuvo tres hijos con el zar. La erotomanía invadía a la corte. Una aventurera estadounidense, Fanny Lear, se aprovechó de ello y enamoró al sobrino del zar, Nikola, un “erotómano cultivado y radical (…) el más talentoso de los últimos Románov”. Otro hermano del zar, también llamado Nicolás y apodado Nizi “era un adicto al sexo furibundo” a quien “le gustaban todas las mujeres excepto la suya” pero como general frente a los turcos “fue siempre estúpido”. Llegó hasta las afueras de Constantinopla (hoy Estambul, que los rusos deseosos llamaban Zargrado) pero Inglaterra y Austria los obligaron a retirarse. La indignación frente al repliegue provocó el auge del terrorismo.

Katia, la odalisca

En abril de 1879, Alejandro se salvó por poco de otro atentado pistolero. Unos meses después escribió “Me siento como un lobo acosado por un grupo de cazadores”. En noviembre, cuando regresaba de Crimea en dos trenes, uno de ellos voló dinamitado: por casualidad, el zar viajaba en el otro convoy. Un carpintero del Palacio de Invierno era terrorista y acumuló allí tanta nitroglicerina (ciento cincuenta kilos) que se intoxicó. Querían matar a toda la familia del zar. En ese clima, Tchaikovski compuso la Obertura 1812 para estrenarla en la inauguración de la nueva catedral de Moscú y el jubileo de la coronación del zar: con sus cañonazos, esa columna sonora del imperialismo ruso avergonzó al prosternado compositor hasta su muerte*.

A principios de febrero de 1880, a la hora de cenar, el carpintero junto a un cómplice hizo estallar la carga colocada bajo el comedor imperial justo cuando el zar estaba por entrar: hubo doce muertos y sesenta y nueve heridos pero ninguno de la familia imperial. En la sucesiva investigación, primó el antisemitismo ruso: el jefe del servicio secreto escribió “todos los capitalistas judíos han pasado a formar parte del contubernio universal judío cuyos objetivos son hostiles a toda la población cristiana”. Pero en palabras de un cortesano, el zar había sido enviado por dios para desgracia de Rusia y “los únicos instintos que le quedan son un sórdido amor al poder y a la sensualidad”. Una dama de honor de la emperatriz escribió que “sólo quiere vivir atendiendo a la voluntad instintiva de la tripas”.

El atentado contra Alejandro II

En enero de 1881 el zar firmó un programa de reformas bastante ambiciosas para tratarse de Rusia. Al mismo tiempo, tras la muerte de la zarina por tuberculosis, planeaba coronar a su joven amante Katia, “la odalisca”, lo que provocaría un gran escándalo en la nobleza. Sumado a la conquista imperialista del Turkmenistán (con masacre de 25 mil civiles), el zar actuaba “a sus sesenta y cuatro años como si tuviera dieciocho”. Pese a que la policía sabía que en una quesería frente a la cual pasaba el zar todos los domingos había una célula terrorista que estaba preparando un atentado y la registraron dos veces, no encontraron o no quisieron encontrar nada. El domingo 1º de marzo, tras una rapidita con su amada Katia, se subió a su carruaje a prueba de balas que le había regalado Napoleón III y partió con su escolta rumbo al desfile dominical de tropas. Al regreso, un joven terrorista arrojó una bomba al carruaje que no tuvo daños graves pero mató a un cosaco y a un transeúnte. El zar, ileso pero atontado por la explosión, bajó del carruaje y quiso ver al terrorista que había sido apresado y al lugar de la explosión. Entonces otro terrorista arrojó otra bomba que hizo varios muertos (entre ellos el atacante) y destrozó las piernas del zar que murió desangrado poco después, en el Palacio de Invierno. Su segundo hijo varón, Sasha, se transformó al instante en zar Alejandro III y lo primero que hizo fue ordenar marcha atrás en todas las reformas liberales emprendidas por su padre. También hizo construir una iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada que todavía está en el exacto lugar del sexto y último atentado contra su progenitor. Sic transit Rusia mundi.

* Tchaikovsky era homosexual y ni siquiera lo ocultaba mucho pero tratándose del creador de la columna sonora del imperialismo ruso, ni siquiera muerto lo dejaron ser gay en paz. Durante la era soviética estuvo prohibido mencionar el tema y en la era putina, a pesar de que se publicó en el extranjero su epistolario amoroso, no sólo está prohibido, sino que se publican trabajos que ensucian a quienes dicen la verdad.

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