Elementos de rusofobia (VII)

 In Blog, rusofobia

La rusofobia es una enfermedad incurable, porque los agentes patógenos que la provocan son potentísimos. Quienes leyeron las notas anteriores saben porqué me es imposible amar a Rusia, ese pantano inmenso poblado por millones de esclavos que jamás supieron qué es la libertad, la democracia, los derechos humanos. Desde hace más de tres siglos, hay sólo una clase de ruso decente, incluso digno de admiración: el ajusticiado, desterrado, torturado, encarcelado, censurado o exiliado. Todos los demás fueron o son cómplices prosternados de sus déspotas.

Basándome como siempre en “cherry picking” de “Los Románov” de Simon Sebag Montefiore, aquí va el penúltimo capítulo de la infamia zarista, con Alejandro III coronado tras el asesinato a la bomba de su padre. El nuevo zar expulsó de su gobierno a todos los liberales heredados de su progenitor y se abroqueló en una férrea autocracia. Destituyó a sus tíos Kostia (general almirante y presidente del Consejo de Estado) que se fue a vivir a Crimea con su amante bailarina y Nizi (comandante en jefe del ejército) que cayó en una “demencia hipersexual” y perseguía por igual a bailarinas y bailarines: acabó confinado en su palacio en Crimea. Su hermano Miguel se maravilló de que “un hombre de una estupidez tan extraordinaria pudiera llegar a perder el seso”.

Alejandro III, apodado “Sasha” y “El Coloso” (medía 1,9 m y era tan fuerte que doblaba atizadores de hierro con las manos), fue emperador entre 1881 y 1894. Con la emperatriz “Minny”, una princesa danesa, procreó tres varones y dos mujeres: el mayor, “Nicky”, sería el último zar de la dinastía. Alejandro parecía “un campesino ruso grandote”, vestía como tal y detestaba la vida cortesana y los bailes: le gustaba cazar, pelear, remar, talar árboles, beber, bromear y jugar con sus hijos. Detestaba los libros. La emperatriz era todo lo contrario: le gustaban los bailes y tenía tantos diamantes que en 1885 el zar encargó al joyero Fabergé el Huevo de la Gallina que contenía una yema con adentro una gallina con adentro un nido de diamantes. Fabergé hizo 50 huevos para el zar Alejandro III y su hijo Nicolás II. Bebía tanto que los médicos se lo prohibieron y entonces, con ayuda de su brutal ayudante Cherevin, se hizo hacer una botas que escondían petacas de cognac y se emborrachaban juntos a escondidas.

Alejandro III

Alejandro III vestido como campesino

Un huevo Fabergé

En abril de 1881, cuando el zar recién comenzaba a gobernar, ocurrieron los primeros pogromos (del ruso gromit, “destruir”) contra los judíos de Kherson, Odessa y Varsovia, con 40 asesinatos y varias violaciones en grupo. Se presumía que los judíos habían asesinado a Alejandro II, lo cual era falso. Pero Alejandro III sentía “un odio feroz contra los judíos”. Que eran revolucionarios, regicidas, dueños de la prensa y las finanzas. Como Pushkin, Dostoyevski también era un antisemita, alabado por ello poco antes de morir por el “Torquemada” del régimen, Pobedonóstsev. Desde entonces, más de 60 mil judíos rusos partieron cada año rumbo a América. El zar puso a cargo de la represión como ministro del interior a un conde primo del escritor León Tolstói, cuyas obras el propio emperador se ocupó de censurar a pesar de que admiraba Guerra y paz. En cambio a Tchaikovsky, autor de la columna sonora del imperialismo ruso, el zar lo condecoró. Mientras tanto el Tolstói reaccionario eliminaba las asambleas locales y los juicios por jurado e imponía la censura (también la censura postal) y la policía secreta, que sería la Okhrana (“departamento de seguridad”). Un grupo de aristócratas amigos del zar crearon el “Séquito Sagrado”, un escuadrón de la muerte clandestino para combatir al “terror con el terror”. Bruto e ignorante, Alejandro III despreciaba a sus ministros y burócratas. Una presa política que había insultado a un gendarme recibió 100 azotes por orden expresa del zar y murió. Uno de sus ministros decía que era “como Pedro el Grande con su maza” pero “aquí tenemos sólo la maza, sin el gran Pedro”. El ultrarreaccionario príncipe Vladímir Meshcherski, tan públicamente gay que se lo llamaba “el Príncipe de Sodoma”, publicaba un diario retrógrado financiado por el zar.

En mayo de 1883, seguido por una larga procesión, fue coronado zar en la catedral de la Dormición de Moscú. Pese a que era un eslavófilo imperialista, sabía que Rusia era un país campesino atrasado cuyo ejército y marina no podían rivalizar con las potencias europeas. Pero como todo zar, soñaba con adueñarse del Bósforo y los Dardanelos. En 1887, justo el día que Alejandro III con su familia conmemoraban el asesinato de su padre, otro grupo terrorista fue detenido con bombas y cinco de ellos fueron ahorcados: uno de ellos, el fabricante de los explosivos, Alexandr Uliánov de 19 años, era el hermano mayor de Vladímir, que unas décadas más tarde sería mundialmente conocido como Lenin. Al año siguiente, regresando de Crimea en ferrocarril con su familia, el zar ordenó que el tren fuera más rápido y así descarriló, provocando 23 muertos…pero la familia imperial salió ilesa.

Gracias a un ministro competente, Sergéi Witte, en la década de 1890 Rusia triplicó la producción de acero y carbón, duplicó sus ferrocarriles y comenzó a construir el Transiberiano, se volvió una potencia textil y el productor de la mitad del petróleo mundial. Al mismo tiempo, además de perseguir a los judíos, el zar obligó a enseñar sólo el ruso en las escuelas polacas, armenias y georgianas. Nombró a su hermano menor Sergio gobernador de Moscú pero éste se rehusó a ir hasta que la ciudad no quedara “limpia de judíos”. Todos los profesionales judíos fueron expulsados (20 mil personas) y a las judías se les permitía quedarse sólo si trabajaban como prostitutas. Y cerró la Gran Sinagoga. Por entonces emigraban de Rusia 137 mil judíos al año.
A diferencia de su padre, el zarévitch Nicolás amaba la lectura y los idiomas. Pero fue criado en un tal aislamiento que quedó corto de miras para toda la vida.

En el otoño de 1894, en Crimea, el zar enfermó de nefritis; según Trotski, si no hubiera bebido tanto habría vivido hasta los tiempos de la revolución y la historia habría sido distinta. Antes de morir quiso que su heredero se casara con la princesa alemana Alejandra de Hesse, “Alix”, que era casi una hija de la reina Victoria de Inglaterra, suerte de madrastra de prácticamente toda la nobleza europea de la época, incluyendo a los Románov. Pero no vivió lo suficiente. Apenas murió, el cuerpo del zar comenzó a descomponerse y si bien los médicos intentaron embalsamarlo, no lograron impedir la putrefacción.

El 1º de noviembre el nuevo zar Nicolás II llegó en tren a San Petersburgo junto a su futura esposa, su madre y el ataúd con el cadáver de su padre. Que a pesar de de tener la cabeza negra y podrida, fue expuesto al público en la catedral de San Pedro y San Pablo. Comenzaba el último capítulo de la dinastía Románov, los déspotas de la desdichada y patética Rusia.

Putin inagurando una estatua de Alejandro III en Crimea, en 2017

(Es la misma Rusia que en 2022 liberó de la cárcel al asesino Ivan Rossomakhin para combatir con la organización criminal Wagner contra Ucrania. Volvió del frente y violó y asesinó a una mujer de 85 años. Condenado a 23 años de cárcel, a la semana siguiente fue liberado para volver a combatir contra Ucrania. Eso es Rusia. Un gran país de mierda.)​

Leave a Comment