JORGE ERNESTO LANATA Y ELBA LORENA MARCOVECCHIO

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No se me habría ocurrido escribir sobre estas dos personas si no fuera que me veo, como ciudadano antes que como escritor y periodista, obligado a hacerlo. Es que ayer viernes 27/9/24, a instancias de la doctora Marcovecchio, un juzgado violó mi derecho natural, universal y constitucional de libre expresión con esta ridiculez aberrante:

Se ordena la prohibición de la difusión por cualquier medio de prensa y comunicación (televisión, grafico, radial, medios digitales y/o publicación en páginas WEB), de toda información que involucre al Sr. Jorge Ernesto Lanata su imagen, intimidad, situación familiar e información relativa al trámite de la presente causa”.

La prohibición de la difusión por cualquier medio de prensa y comunicación (televisión, grafico, radial, medios digitales y/o publicación en páginas WEB), de toda información que involucre a la Sra. Elba Lorena Marcovecchio”.

En otras palabras, la jueza Lucila Inés Córdoba a cargo del Juzgado Civil N.º 8 de Buenos Aires, secretaría N.° 15, re-estableció la censura previa. Si no leí o recuerdo mal, el artículo 14 de la Constitución Nacional de nuestra República dice que el ciudadano que suscribe y todos los demás tienen, entre varios otros, el derecho “de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa”. Y si no estoy errado, el “delito de opinión” no existe en ningún lugar civilizado de este planeta.

Debo antes que nada aclarar que no conozco a la señora Marcovecchio y al señor Lanata me lo crucé creo que tres veces en la vida: en un cumpleaños de Martín Caparrós, en otro cumpleaños de Juan Forn y una vez que me entrevistó en su programa de radio Mitre cuando publiqué mi libro Guarangadas K. Una vez, en casa de Martín Caparrós, compartí un asado con su ex esposa Sarah Stewart Brown y su entonces pequeña hija Lola, mientras el señor Lanata estaba de viaje. Hasta allí mi relación personal.

También, sin relación personal con el señor Lanata, publiqué diversas notas en medios que él dirigía (El Porteño, 23, Ego, Página/12, Página/30).

Como desde los tiempos blanquinegros de Tato Bores no tengo televisión a la que considero se transformó en cloaca a cielo abierto y no nutro el menor interés por quienes pululan por dichas aguas servidas, no tenía valoración personal de ambas personas sobre las cuales supuestamente me es prohibido, esto es, obligatorio, escribir. Lo más que puedo decir del señor Lanata es que en el poco trato personal que tuve me resultó alguien agradable, que me choca su uso de palabrotas en la radio y que jamás me vestiría como él. Tampoco compraría un departamento en Miami y si me lo regalaran, lo vendería al día siguiente. Por lo que ví en streaming y fotos, no comparto su gusto en materia de pintura y mucho menos su forma de colgar cuadros. Aunque dejé de fumar hace ya un tiempo, no comprendo porqué tener tantos encendedores caros y ceniceros de marca, o lapiceras y accesorios marqueros. ¿No es un poco de anómico suburbio profundo necesitar tanto Rolex, Dunhill, Dupont, Montblanc, Armani, Hermés y Tom Ford? Sobre todo si uno ya es Lanata, qué se yo.

De la señora Marcovecchio sólo se aquello que en las últimas horas, motivado por su censura previa, pude encontrar en internet. Quedé bastante estupefacto por su vocabulario y el nivel de los quince minutos de conversaciones telefónicas privadas suyas que fueron grabadas y hechas públicas. También de que ambas hijas del señor Lanata la acusen de robo o hurto, pues entre cónyuges no existe tal cosa.

A raíz del interés indignado que me provocó la insólita medida judicial otorgada a la señora Marcovecchio, veo también que una letrada que la representa dijo a los medios de comunicación que hace pocos días el señor Lanata pidió a su esposa que lo comunicara con el general Perón. Me parece del todo natural: después de pasar más de tres meses horizontal tráqueoentubado en terapia intensiva, yo también quisiera hablar con Perón o quizá mejor con Albert si no fuera posible con William o Dante. Para eso está la IA.

Algo que me sorprendió de mis lecturas y visionados instigados por la señora Marcovecchio es cómo el periodismo se refiere a su esposo*: llámanlo “astro”, “genio”, “luminaria”, “brillante” y cornucopia de epítetos superlativos que no se condicen con la trayectoria del periodista de marras. Quien hasta donde se, hizo un buen trabajo dirigiendo la revista El Porteño y el diario Página/12, fracasó con las revistas 23 y Ego y el flojo y feo diario Crítica de la Argentina (de propietario cuanto menos dubitable), se aventuró sin suerte en el teatro de revistas, publicó algunos libros de los cuales, unos pocos que leí, me decepcionaron ya que no percibo tenga una pluma particularmente dotada: sin duda posee el don de la palabra radial y, aunque casi no lo haya visto, es también telegénico, pantallea re-bien. De ello, deduzco, derivan todas aquellas exageraciones acerca de su talento. Sobran ejemplos de cómo la cloaca abierta (que por ventura se está secando) transforma a cualquier monigote en estrella y/o celebridad. Incluso en presidente.

Lanata fue uno de los más pocos que muchos periodistas que se opusieron y denunciaron a la cleptocracia prepotente de Cristina Fernández de Kirchner y por dicho mérito veo sin asombro que en los comentarios públicos en internet (que nunca leo, salvo emergencias como ésta) hay una gruesa que lo tiene como personificación del mismísimo diablo, a lo cual no daría mayor importancia. Más me molesta descubrir que haya invitado a la fiesta de su cuarto matrimonio al ex presidente Mauricio Macri. No nutro simpatía ni admiración por periodistas que se tutean con políticos y presidentes. Son cosas que a mi gusto no se hacen y mucho menos en público.

Respecto a su estado de salud, desearía poder augurarle una pronta sanación pero entiendo que ello es resultado de su modo de vida y libre albedrío. Alguien que logró que lo dejaran fumar internado en FLENI, sabe lo que quiere de su vida.

 

Addenda: hoy domingo me entero que la censura previa dictada por la jueza Córdoba a pedido de la doctora Marcovecchio fue dejada sin efecto. Pero tuvo el efecto de soliviantarme, de hacerme perder algunas horas de mi tiempo hurgando con sofoco en cloacas de chismes a las que nunca me asomo y de hacerme escribir cuanto antecede sobre un tema y dos personas sobre las que jamás habría escrito nada, si no me lo hubieran querido prohibir es decir, si no me hubieran obligado a ello. Así que por lo tanto va…

* La señora Marcovecchio abusó del idioma, las formas y el sentido común al afirmar (Infobae, 16/11/24) que “Jorge es el tipo más brillante de la Argentina“. En fin.

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