La barranca de los psicoanalistas: la primera “Villa Freud”
Folleto de loteo de El Cazador, 1950
Todo comenzó en los años ‘50, todos ellos han muerto, el bañado infinito al pie de la barranca desapareció bajo barrios privados y ahora también están desapareciendo sus viejas casas-quinta de fin de semana. Pero la primera “Villa Freud” argentina no estuvo en Palermo, sino en el barrio El Cazador en las afueras de Escobar. Que se comenzó a lotear en 1948 en las tierras de una estancia del mismo nombre.
Villa Viena
Los primeros en construir su casa-quinta en El Cazador fueron la psicoanalista Marie “Mimi” Langer y su marido el médico Max Langer: en 1952 compraron un terreno sobre la barranca frente al infinito bañado y construyeron un chalet que llamaron Villa Viena, que fue diseñado y construido por Max Langer, que “tenía un sentido muy práctico de las cosas” según me dice su hijo Martin Langer y fue su propietario hasta hace poco.*
Hoy el chalet está a punto de ser demolido por un desarrollo inmobiliario. El lote contiguo al de los Langer hacia el sur fue comprado por otro psicoanalista fundacional, Enrique Racker, quien sin embargo no construyó su casa-quinta allí.
Casa Bigongiari recién construída, véase la llanura y el único árbol natural del lugar, un tala
En 1955, mientras yo estaba en gestación, mis padres fueron un día de fin de semana a Villa Viena con Yvonne Würmser (vecina de mis padres y futura esposa de Jack Fuchs) y se enamoraron del lugar. La autopista Panamericana no existía: se llegaba por la vieja ruta 9. A lote por medio de los Langer, con un crédito del Banco Hipotecario que mi madre pagaba escribiendo cuentos infantiles para Editorial Abril (en la época de Hugo Pratt y Héctor Oesterheld), compraron un terreno en la barranca donde mi padre construyó la “cabaña de troncos prefabricada” en la que vivo (ver La Toscana en Escobar). Durante la epidemia de poliomielitis del ‘56, el miedo fue tan grande que Villa Viena se convirtió todo el verano en un refugio de niños donde, además de los Langer, estuvieron mis primas y otros. Los Langer tenían caballos criollos, los primeros que monté. Recuerdo a la yegua Estrella y a los caballos Buenín y Flamingo.
El suscripto a caballo con Mimi Langer y Verónica Langer
En tanto, Enrique Racker con su esposa Nun Tronquoy (tempranamente desaparecida hija del arquitecto Fleury que proyectó la basílica de Mercedes para la familia Unzué, diseñó la tienda más bella del país en Gath & Chaves y fue uno de los proyectistas de la basílica de Luján) compró otro terreno sobre la barranca casi al fondo de El Cazador y allí (con diseño de Nun y supervisión de obra de Max Langer) construyeron una casa-quinta llamada La Escobita que aun existe y donde vive su hijo Dani, médico patólogo y gran dibujante. Racker murió en 1961 y Nun se puso en pareja con el más excéntrico de todos los psicoanalistas argentinos, Emilio Rodrigué. Debo corregir lo que decía la primera versión de este artículo: fue Dani Racker quien a los quince años construyó su propio auto de tres ruedas con motor de cortadora de césped (un Briggs & Stratton de 3/4 HP) y volante tipo timón de barra que se llamaba Dagoberto Mamotreto y ¡funcionaba! Dani Racker me cuenta que funcionaba tan bien que llegaban con él hasta el río Paraná y hasta Escobar. Y que una vez con el más pequeño y hoy escultor Pablo García Reynoso (hijo del psicoanalista Diego…) se quedó sin combustible cerca del río Luján y ya estaba cayendo la tarde y alguien le dio un poco de combustible (¿kerosén?) con el que lograron regresar a casa. Y que su mayor problema era la falta de un embrague y de frenos adecuados…pero no queda ni una foto del artefacto.
El terreno contiguo al de los Langer, Racker lo vendió al matrimonio suizo Besançon, donde ella, Verena Saslawsky, también era psicoanalista. Y para ellos mi padre proyectó y construyó la segunda casa sobre la barranca, contigua a la nuestra, que muy ampliada aun existe y aparentemente será el “club house” del desarrollo inmobiliario en curso.
Casa Besançon
Para entonces ya también tenían su casa-quinta el psicoanalista León Grinberg y su mujer Rebe: “La Casa Blanca” está exactamente igual a como fue construida a principios de los ‘60. Otros psicoanalistas que construyeron sus casas-quinta en El Cazador fueron Reggy Serebriani, los Kaplan y mi tía Giuliana Della Rossa con su marido Alejo, ambos psicoanalistas: su quinta, en un enorme terreno, todavía está en pie.
La Casa Blanca, de León y Rebeca Grinberg
En estas quintas, en particular la de los Langer, se juntaban los fines de semana los capitostes del psicoanálisis: es probable que todos, de Arnaldo Rascovsky a Enrique Pichon-Riviere y Arminda Aberastury hayan estado en Villa Viena; no sé porqué, ya que era muy pequeño, pero tengo el nítido recuerdo del psicoanalista español Avelino González. También Mauricio Goldenberg: sus hijos Carlos, Liliana e Isabel iban muy seguido a Villa Viena, así como Lidia Segre Forti venía a la nuestra aunque tuvo una quinta suya antes en Merlo y años después en Pacheco. Tengo recuerdo de Carlos Goldenberg con Verónica Langer, a caballo delante de casa. Carlos y Liliana, ambos guerrilleros montoneros, fueron asesinados por la dictadura de Videla, Massera & Cía. Me cuenta Daniel Racker que en los tempranos ’70 en la quinta de su madre en fines de semana no se hablaba de más que de política.
Nuestros padres tenían una costumbre: festejar cada año nuevo en una quinta distinta. La noche vieja más inolvidable para mí fue en la quinta de Verena Saslawsky. A instancias de Emilio Rodrigué todos movieron las agujas de sus relojes para celebrar no una sino muchas medianoches: a las 12, cada uno cantaba la suya y se brindaba. Hay que decir que entonces todo esto era campo, no había luz eléctrica y la única forma de saber cuándo era la verdadera medianoche hubiera sido con una radio a pilas. Quizá por tanto brindar, esa noche se incendió la “santa bárbara” de cañitas voladoras y fuegos artificiales que empezaron a volar por la terraza entre las piernas y por suerte no lastimaron a nadie, pero me dejaron un recuerdo imborrable.
Otro recuerdo imborrable fue un sábado o domingo en que un paciente de Mimi Langer, un tal Rolla, llegó a sobrevolar en avioneta a Villa Viena y luego quiso aterrizar en la calle de tierra pero se enredó con un alambrado. No era común ver aterrizar una avioneta a una cuadra de casa. ¡Vaya transfer!
En el ‘61 o ‘62, un día mi padre me quiso mostrar al pie de la barranca de nuestro terreno cómo actuaban las hormigas guerreras y rompió y puso la mano en un hormiguero de hormigas coloradas. Minutos después, mientras subíamos la barranca, se desplomó inconsciente. Me mandaron corriendo a buscarlo a Max Langer quien se encontró con alguien que estaba agonizando. Recuerdo que pidió que le esterilizaran un cuchillo para hacerle una traqueotomía que por suerte no fue necesaria, porque le salvó la vida con una inyección de antihistamínico.
No todos los vecinos de El Cazador eran psicoanalistas: tenían quinta Vico Rosenthal (el dueño de la gran tienda en calle Florida) que escalaba la chimenea de una antigua destilería de maíz que todavía existe no lejos de la ex hostería El Cazador y algunos italianos como la familia Azzano y la familia Saraceno, para quienes mi padre proyectó y construyó la tercera casa-quinta sobre la barranca. Según el arquitecto Ignacio Azpiazu las quintas Bigongiari, Besançon y Saraceno “están en lo más alto de la arquitectura argentina (que tampoco es decir tanto) y moderna italiana”. Ver Mario Bigongiari y Argentina, 1949-74.
Casa Saraceno, dibujo de Mario Bigongiari
A veces me pregunto qué otro país sería la Argentina si entre la Triple A y la dictadura militar no hubieran expulsado a toda esa generación de profesionales como Mimi Langer, Mauricio Goldenberg y Emilio Rodrigué, resultado también del delirio militarista de las guerrillas ERP y FAR-Montoneros. Y mi viejo, que se fue a los 50 años de puro asco al peronismo en todas sus variantes setentistas. Seguramente el maravilloso bañado (que desapareció en 2007) habría sido urbanizado veinte años antes: el Club Náutico Escobar es de los ‘70.
Hoy es un mar de anónimas casitas, pero esa llanura inundable al pie de la barranca de El Cazador, que se extendía una legua hacia el este hasta el río Luján llena de caballos, vacas, teros, garzas, ranas y grillos, recordaba cada día aquella frase tan pampeanamente metafísica de Borges: “Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible, como una música”.
Así fue, durante décadas. Ya no existe más.
* Agradezco a Martin Langer y Daniel Racker haber compartido varios de sus recuerdos para estas líneas.
El bañado del arroyo Escobar al pie de la barranca de El Cazador
ADDENDA
Desde México, Verónica Langer me envió fotos de aquella época. Las dos en colores son en La Casa Blanca de León y Rebe Grinberg, quienes aparecen junto a Mimi y Max Langer y quizá Diego García Reynoso con su mujer Gilou y Nun Racker. En la foto blanco y negro con el asado se ve a Max y Mimi Langer, junto a ella a Enrique Racker y a la derecha, fumando, Nun Racker. La otra persona de pie podría ser un psicoanalista brasilero, Danilo Perestrelo. Y el asador es Giuliano, el casero italiano de los Langer. Sumando recuerdos, Martin Langer me cuenta que tenía un funicular cable carril de la torre del molino a un poste y que un día mi padre se lanzó por allí…Daniel Racker me cuenta que su amigo y coetáneo Martin Langer era un hábil constructor de cable carriles e hizo más de uno, además de un formidable carro para andar con la yegua Estrella.
Mimi Langer en La Casa Blanca con Leon y Rebe Grinberg
Mimi y Max Langer en La Casa Blanca de los Grinberg
Max y Mimi Langer a la izquierda, luego Enrique Racker y a la derecha, fumando, Nun Racker