“La llamada”: quedó ligado
Silvia Labayru en Marbella, foto de Diego Bigongiari
Poema de D.B. publicado en castellano e italiano por la revista Cittá Futura en junio de 1977
Ningún millennial sabe lo que significa que el teléfono quedó o está ligado: hay que ser argentino de más de 50 años para recordar que cuando los únicos teléfonos que existían eran fijos y todos de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones a veces se producía un curioso fenómeno: cuando uno alzaba el tubo para hacer una llamada no había tono de discar sino que se oía perfectamente una conversación ajena.
También sucedía al colgar: no era posible cortar una llamada porque “estaba ligado”. O podían “ligarse” conversaciones en su transcurso. Cuando ello ocurría, lo educado era decir “está ligado, por favor corte” y con un poco de suerte, si ambos cortaban sus respectivas telefoneadas, se des-ligaba y recuperaba el tono de discar. Pero a veces había guarangos que decían “corte usted”. Alguna vez recuerdo vagamente haber escuchado un rato en silencio una conversación ajena de desconocidos.
Algo así me sucede con “La llamada” de Leila Guerriero, que comenté la semana pasada. “La llamada” quedó ligada. Trato de cortar pero las voces siguen hablando dentro mío. Es que ese libro, como pocos otros o ninguno en la vida, me removió una cantidad de recuerdos personales ya que no sólo aparezco allí algunas veces sino además conocí o conozco a la mayoría de las voces testimoniales.
En más de una página “La llamada” me hizo reír con las descripciones de personas conocidas que hace Guerriero: “la Mrs. Robinson del Cono Sur”, por ejemplo. Conservo el nítido recuerdo del día que fui a casa de Silvia Labayru quien no estaba pero sí Betty su madre, que tomaba sol en bikini en la terraza del edificio, visión de lo más turbadora. También la noche que me llamó para explicarme que mi padre (con el que tuvo una breve relación) se había divorciado de mi madre porque le había puesto los cuernos. Me sonreí también con otra persona, que Guerriero describe como la “vestal cárnica” que “debe haber nacido bronceada”.
Me sorprendieron algunos testimonios de amigas de Silvia, que dicen por ejemplo “Ella opera en todo, manipula. En lo social, en la pareja. Con Jesús se peleaban, no se soportaban”. Y leer que éste tuvo como médico personal durante 25 años y hasta su muerte al ex marido de su mujer, que no es clínico sino ecografista. Y que su actual pareja, un psicoanalista, a Jesús lo llama “el difunto”…que Lacan me ayude a entenderlo. Por sus palabras me entero que en el Colegio hubo lo que llamaban “el Club Labayru” y que “Todos los amigos de ella son amigos que “si puedo, se la doy”. Todos han intentado de un modo u otro…”. A la pelotita. Y que otro de estos ex compañeros “le tenía un poco de miedo a la forma en que se relacionaba con los hombres. Porque hacía sufrir a los chicos. Me parece que todos, con ella, terminaron un poquito dañados”. Silvia misma confiesa: “yo era una adolescente loquísima” (…) “era una chica muy díscola” (…) “Hoy me encaprichaba con uno, mañana me encaprichaba con otro. Hice mucho daño” y leo que “novio es decir mucho” sobre los meses que anduvimos juntos en 1972. “Una chica con mucha histeria y poca nobleza” dice su ex marido (¡que llama “Leilita” a la autora!), a quien recuerdo caminando una noche por Madrid mientras narraba como un compadrito montonero la vez en que “le habían hecho la boleta” a un policía y cerró su compadrada, donde debía decir “al pedo”, tirándose uno muy ruidoso.
Un recuerdo que me aflora es una noche de 1974 que estaba en el departamento de mi padre frente a Plaza Congreso y alguien me pidió que diera refugio a un compañero del colegio algo mayor a quien conocía pero del que no era amigo, que al parecer estaba en peligro de ser detenido. Esa noche, hablando de la persona sobre la que trata el libro de marras, dijo algo que me quedó grabado para siempre por lo bestial: “habría que llenarle la concha con ácido sulfúrico”. Creo que este pichón de “hombre nuevo” acabó siendo uno más de los desaparecidos.
También me volvió aquella noche en que regresaba caminando por Las Heras desde Plaza Italia a lo largo del Jardín Botánico hacia mi departamentito en calle Ugarteche y un Ford Falcon con tres o cuatro tipos dentro me siguió, a paso de hombre, con ventanillas abiertas, esas tres cuadras: no hicieron nada, pero conservo vívido recuerdo del miedo que sentí. Y el asco, en esos mismos días, cuando al final de la larga toma de la Ciudad Universitaria una noche vimos entrar dos autos y después de un rato irse uno, mientras otro se incendiaba tras unos árboles. Al amanecer fuimos a ver: era un Fiat 128 y en el asiento trasero, calcinado por las llamas, estaba el cadáver del que luego sabríamos era un dirigente estudiantil de La Plata. Nunca vi algo más horrible. Y entendí el mensaje: gracias a que mi padre tenía los medios y estaba seguro de que nos iban a masacrar, en noviembre de 1974 fui el primero de aquella generación en rajar del país: a Italia.
Siempre fui un outsider. Cuando la mayoría eran estalinistas o peronistas, yo era trotskysta. Nunca fui a un campamento del Colegio porque los organizaba la Federación Juvenil Comunista y la dialéctica estalinista, después del Gran Terror de los ‘30 y las invasiones soviéticas a Hungría y Checoeslovaquia, me revolvía las tripas. Nunca creí en la lucha armada y sólo una vez participé en lo que se llamaban “actos relámpago”, creo contra una concesionaria de autos. Fue suficiente. Me fui del Colegio en 1972 junto a Gerardo Gambolini y Arshes Anasal…y Silvia Labayru y Alba Corral estuvieron a punto de sumarse pero sus familias las disuadieron: otra historia o ninguna historia habría sido si Silvia se iba del Nacional Buenos Aires con nosotros tres en nuestra protesta grupal, un despreciativo escupitajo a “El Colegio” que quizá permanece único en su larga historia. Luego partí a Italia y sólo ocasionalmente tuve contacto con el grupete de compañeros exiliados en Madrid que incluyó a Silvia. Siempre pensé que la guerrilla “campesina” del ERP en Tucumán era una locura comparable a lanzar una guerrilla en el Jardín Botánico porteño. Desde que en 1977 leí la entrevista de García Márquez a Firmenich, creo que es un hijo de puta junto a sus otros “comandantes”… y pobres boludos los que obedecieron a semejante canalla hasta el final. No nutrí simpatía ni admiración por Montoneros y las otras organizaciones armadas y no pienso que fueron héroes sino mentecatos: de la “monumental” (Guerriero) “La voluntad” de Caparrós y Anguita concuerdo con el riguroso Hugo Vezzetti que es una reconstrucción que “tiene poco que enseñar” (…) “Ausente el análisis retrospectivo y alguna reflexión crítica sobre esos años”. Los indultos de Menem y la política de “derechos humanos” de los Kirchner me resultaron eméticos. No admito que en el Parque de la Memoria en la costanera porteña hayan sido incluidos guerrilleros que actuaron y cayeron antes de la dictadura militar: ni en Alemania hay memoriales de caídos de la Rote Armee Fraktion ni en Italia de las Brigate Rosse. Desde hace ya muchos años estoy convencido que el “Che” Guevara era un peligroso sicópata.
En suma, desde mi trayectoria nada orbital y siempre individual comprendo bien el punto de vista de Silvia sobre todo lo que ocurrió dentro, fuera y en torno a la ex Escuela de Mecánica de la Armada. Siempre me tuvo sin cuidado lo que otros pudieran decir o pensar sobre ella, comenzando por una Hebe de Bonafini.
Silvia, que hoy es más española que argentina, hizo patria al tener la corajuda lucidez de narrar su vida a Leila Guerriero y que ésta hiciera un trabajo tan coral con otros testimonios, a veces antagónicos o poco favorables para Silvia. Hay que tener lo necesario muy bien puesto para hacerlo. Silvia y Leila lo tienen.
Colofón: también pesqué algunos pequeños errores de Guerriero: en el CNBA no había dos años de griego, sino seis de latín*; en Argentina nunca hubo una “aristocracia” (que tiene deberes antes que derechos) sino una oligarquía (que tiene derechos antes que deberes); en Buenos Aires el termómetro jamás llegó a 47,9º C sino la “sensación térmica”, que no es lo mismo que la temperatura. Que “el número total de desaparecidos durante la dictadura es de treinta mil” está lejos de ser un hecho y cerca de ser un mito. Los Montoneros se hicieron públicos (no en 1969 como escribí erradamente sino en 1970) con el secuestro y asesinato del general Aramburu, así que me disculpo con Guerriero porque efectivamente fue “surgido en los setenta”. Y “la guerra de Malvinas contra Inglaterra” fue contra Reino Unido o Gran Bretaña; una línea más abajo el Hindú Club se volvió “uno de los clubes de rugby más importantes del país” bien después de haber sido décadas antes un importante club de golf y otros deportes. Y no existe streaptease. Cosillas sin mayor importancia.
*Me dicen que en años posteriores a mi paso por el CNBA sí hubo dos años de griego.
Editorial. Anagrama
ISBN 978-84-339-2206-9
EAN 9788433922069
PVP CON IVA 20.9 € (España)
PVP $ 32.500 (Argentina)
NÚM. DE PÁGINAS 432
COLECCIÓN Narrativas hispánicas
CÓDIGO NH 726
PUBLICACIÓN 17/01/2024
ISBN 978-84-339-2240-3
EAN 9788433922403
PVP CON IVA 12.99 €
CÓDIGO NH 726
PUBLICACIÓN 17/01/2024
Me gustó el artículo. Estoy leyendo “La llamada” y más allá del juicio de valor que me puedan merecer todas las personas del libro, coincido con Diego en la “capacidad” de ver ese lado de esta historia, cruel para cualquier argentino. Soy un pendejo de 61 años e iluso votante agnóstico de Alfonsín en 1983. Nunca más hice campaña por nadie. Y soy un emigrante desde hace 34 años. Me casé con una brasileña. Saludos y gracias por el artículo.
Muchas gracias Gustavo por el comentario. Yo también me casé con una brasileña, pero no duró tanto. ¡Saludos!