La monstruosidad sustentable

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Ya está botado y haciendo sus navegaciones de prueba el Icon of the Seas de la compañía Royal Caribbean International que en enero del ‘24 comenzará a hacer cruceros de una semana por el Caribe. Otro barco similar está en construcción en el mismo astillero finlandés donde se construyó esta cosa monstruosa. Encuentro que la belleza de las naves, igual que las de las aeronaves o los automóviles (los trenes, agrego) y los edificios, deriva de la pureza y economía de sus líneas diseñadas, con la tecnología y materiales disponibles en cada época, para desempeñar lo mejor posible su función.

Del Icon of the Seas puede decirse, borgeanamente, que es “horrible de feo”. Según el artículo del Washington Post que me puso al tanto (“7 wild facts about the biggest of cruise ships”, 13/7/23, por Hannah Sampson) en las redes hubo quienes comentaron que parece una “lasaña de payaso de pesadilla”, o que recuerda a Hyeronimus Bosch y al Inferno del Dante. Es una indudable obra maestra del mal gusto. Ejemplo supremo del capitalismo en su fase demencial. Hubris al estado puro y al por mayor.

Además es una grosería náutica, como la de aquél ricachón árabe que en su superyate se hizo fabricar una mesa de billar cardánica: el mar no es el lugar adecuado para jugar al billar. Tampoco, como en el Icon, para tener un “central park” con árboles de verdad, pista de patinaje sobre hielo, canchas de bowling, minigolf, simulador de surf con olas artificiales, pared para escalada en roca e instalaciones para tirolesa, un colosal domo vidriado en la proa y una cascada artificial de 16 m de altura, además de tantos parques de diversión acuáticos con toboganes de agua de todo tipo que la popa del barco parece una descomunal torta de cumpleaños infantil. Con 250.800 toneladas de desplazamiento, 365 m de eslora y 20 puentes (5 veces más grande que el Titanic), la cosa alberga 7 piletas, 20 restaurantes y 15 bares, con 28 distintos tipos de habitaciones incluyendo algunos triplex con tobogán para niños y karaoke, distribuidos en 8 “barrios” atiborrados de todo lo necesario para que los pasajeros sean cumplidos consumidores. La cosa puede albergar un máximo de 7.600 pasajeros, con una tripulación de 2.350. O sea, 10 mil personas a bordo. Para eso, ¿no es mejor quedarse en tierra? Sólo imaginar la rutina del desembarco de 7.600 pasajeros en un puerto es una pesadilla: incluso una gran ciudad se altera si llegan al mismo tiempo 20 jumbos cargados de turistas, imaginarse un poblado marítimo, en caso que tuviera un muelle donde atracar al gigante. Ni hablar de un abandono de la nave, que cuenta con una decena de chalupas salvavidas cada una para 370 personas (esto también es otra pesadilla…) y balsas salvavidas para los tripulantes. Me resulta inimaginable el comportamiento de este monstruo en mar gruesa o un temporal. Los farallones de 40 metros de altura que tiene por bordas a lo largo de tres cuadras y la parafernalia que cuelga de sus puentes son una insolente provocación a Poseidón.

Toda esta desmesura que agravia al mar y al sentido común náutico es propulsada a 22 nudos por 6 máquinas que erogan más de 90 mil HP con gas natural licuado, para hacerla más “sustentable”, lo que es el colmo del ridículo. Pero también, llegado el caso, puede quemar petróleo. Ver nota en Wikipedia y en la página de  Royal Caribbean International para más detalles, en particular de las habitaciones. Porque camarotes de barco no son. Ya que el Icon of the Seas no es un barco, sino una Disneylandia flotante…con perdón de Disneylandia.

Comments
  • Diego Bigongiari
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    En 2019, el 47,8% de los pasajeros de cruceros eran estadounidenses, seguidos muy de lejos por británicos alemanes y chinos.

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