Las carcajadas de Fidel

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Ilustración: Vera Ridge

Cuando en 2016 escribía y editaba la edición 2017 de mi Guía Austral Spectator (que sería la última impresa como libro) me causó gracia que Vera Ridge, la desde siempre ilustradora y diseñadora de las guías, me enviara esta viñeta de su idea y creación: a mi no se me hubiera jamás ocurrido… como en cambio sí se me ocurrió la ilustración de tapa de aquella edición, también de Vera, que provocó la mayor polémica que jamás desaté en Facebook.

Castro estaba recién muertito y Trump recién electito. No nutría simpatía por ninguno de los dos, aunque supongo que en el trato personal Fidel me habría simpatizado más que Donald. Con el Barbudo se podía tomar un vino y cocinar unos spaghetti con langosta, con el Monstruo Naranja sólo hamburguesas y gaseosa de fábrica. Pero cuando en 2019 traduje Fidel Castro, el último “rey católico” de Loris Zanatta acabé de persuadirme de que no debería haber aceptado jamás una invitación del primero, como no la aceptaría jamás del segundo. Ambos son esa clase de personas que pasan por la Tierra para dejarla peor de lo que ya estaba antes de ellos.

Tampoco creí nunca que los muertitos fueran al cielo y nos miraran desde las nubes, pero como recurso humorístico me hizo gracia. Con el odio (donde hubo amor…) que Castro nutría por Estados Unidos aun tras de la visita -aquél mismo año- de Barack Obama a Cuba, la del Monstruo Naranja era una trumpada en la mandíbula de la democracia estadounidense y sus valores.

Ocho años después, me causa una gracia amarga imaginar al dictador vitalicio cubano viendo cómo Estados Unidos recibe una nueva trumpada en la mandíbula. Con su flauta de Champagne, se atragantaría de carcajadas que colapsarían a su largo soliloquio sobre todo lo que el Monstruo Naranja significa para Estados Unidos y el resto del mundo. Además de una renovada razón para obligar a los cubanos a resistir cuatro años más al imperialismo yanqui, Fidel estaría feliz por su amigo Putin, a quien le besó su anexión de Crimea en 2014.

Pero también estaría feliz por todo el daño que Trump le hará a la sociedad estadounidense, profundizando su desgarro de género, de generaciones, de clases, de geografía, de cultura y creencias. Hablaría horas sobre todo eso, también de los desastres que su pragmática ignorancia e incoherencia provocará a los europeos, a los globalistas y los apóstoles de la lucha contra el cambio climático o en favor de tales o cuales minorías. Y se reiría de los chinos con su capitalismo salvaje y de los argentinos con su energúmeno anarcocapitalista trumpito dándose de bruces con nuevos aranceles a las exportaciones sudacas. Pasaría horas blasfemando contra Elon Musk y denunciando a los gigantes digitales y de la inteligencia artificial que con Trump se harán un caldo gordo. Por no hablar de los criptomonetarios, otra trumpada a la razón.

También es gracioso, dentro de lo trágico, ver las vueltas imprevistas que tiene la historia, como la misma vida. Cuando concebí celebrar el fin del populismo K que tanto daño le hizo a la vitivinicultura argentina con esta viñeta de tapa, no podía imaginar que Mauricio Macri fracasaría tan humillantemente como lo hizo, ni que el populismo K ladrón volvería al poder empeorizado, ni que tras él, el PRO-Cambiemos se autofagocitaría y con ayuda de fórceps massistas surgiría de la nada un delirante populismo autoritario de extrema derecha, sedicente libertario.

Así que habré de ponerle más soda a mis vinos y mis whiskies. Todo está bien, ya que es verdad que todo podría estar mejor, pero también peor.

O completamente distinto a lo imaginado.

O cómo debían ser y cómo acabaron siendo las cosas.

O cómo el terraplanismo avanza, entendido por todo aquello que se opone a la vida en democracias liberales socialmente avanzadas.

El mundo parece estar engualichado.

Ilustración de tapa de la edición 2017 de mi guía de vinos

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