Las diez vidas de Tina Regan

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1.

Tina Regan es inmortal. Además, es inimputable. A ella no le cabe ninguno de los calificativos degradantes que se aplican a las mujeres muy ligeras de cascos. Ella, en amoríos, es la desmesura y la contradicción permanente. Desde hace décadas seduce o es seducida por los machos argentinos más disímiles, se entrega a los varones más disparatados.

Su primer amorío, a los 16, fue con un tal general Perón que, ya viudo por segunda vez, trataba indolente de enderezar una economía torcida por su culpa. Tina Regan se fascinó con aquél hombre cincuentón que interpretaba el rol de líder de una potencia continental y mundial. Pero a pesar de sus bravatas, terminó huyendo del país y abandonándola sin más.

2.

Tuvo que usar todos sus contactos venales en los más altos niveles del Estado para que sus documentos de identidad fueran cambiados con el nombre de Tania Gren: durante la dictadura del general Aramburu, ella volvió a frecuentar a los varones más poderosos del país, gozando al pensar que fornicaba con quien había ordenado destruir todos los retratos y bustos del general Perón, además de prohibir su nombre. Y el de su segunda mujer.

3.

A fines de los ‘50, cuando Frondizi fue elegido presidente, otra vez se ocupó de obtener nueva identidad, titulada para Anita Gern. Fueron años intensos, en los que Anita no sólo frecuentaba al Poder Ejecutivo sino además a los cuarteles militares y los enviados secretos de Perón, desde Madrid. Ella amaba a Frondizi, aunque más amaba a John Fitzgerald Kennedy. Odiaba tanto a los militares azules o colorados y a los marinos, que dejó de aceptar sus planteos hasta que voltearon al gobierno.

4.

Cuando Illia fue elegido presidente con el peronismo proscripto, para operar mejor otra vez más mudó de identificación y pasó a ser Nina Greta. Si bien nunca llegó a seducir al viejo médico radical cordobés, le hizo cien o mil chanchadas encamándose a diestra y siniestra con militares, izquierdistas, periodistas, artistas, escritores. A todos los convenció de que al país lo gobernaba un quelonio.

5.

Tras el golpe del general Onganía, en 1966, pensó que era prudente cambiar otra vez de nombre y se identificó, legalmente, como Inga Tenar. Treinteañera, era una morocha voluptuosa como aquella pintada en el cielorraso del Salón Blanco de la Casa Rosada. En esos años cabalgó mucho militar, pero también sindicalistas y, ocasionalmente, ejemplares de extrema izquierda o de la resistencia peronista. Inga Tenar vio de cerca el auge y caída de la revolución argentina, del gran acuerdo nacional y del gobierno nacional y popular que, tras la payasada camporista, llevó en 1973 de nuevo al poder al anciano Perón, con su tercera mujer como vicepresidenta. Entonces, también porque había un poderoso Brujo por ahí que la perseguía, hizo nuevos papeles a nombre de otra.

6.

Greta Anin siguió viviendo tan intensamente como siempre, en los vértices del poder y en las antípodas del contrapoder, Por la mañana temprano podía entregarse a comercio carnal con un general, por la tarde con un capo mafioso sindical y por la noche con un grupo de revolucionarios armados. Era un hermoso país loco, para disfrutar sin hacerse demasiadas preguntas sobre el futuro. Bombas, secuestros, asesinatos e inflación, eso era todo.

7.

Cuando, para alivio de una tajada enorme del país, los militares Videla, Massera y compañía defenestraron a la viuda peronista y se pusieron a procesar la reorganización nacional, una vez más fue prudente que ella trocara de nombre y apellido en sus documentos y así pasó a llamarse Gea Tinnar: una descendiente de noruegos que trabajaba en la embajada de aquél país. Gea se mantuvo bastante tranquila en esos primeros años, bien que reuniendo un cúmulo importante de información sobre lo que hacían los militares en secreto, que enviaba al exterior.

8.

Por fin volvió a respirar cuando tras la paliza de Malvinas los militares abandonaron el poder y Alfonsín fue elegido presidente. Por todo lo que había pasado en el país, le pareció conveniente mudar una vez más de nombre y, gracias a que siempre conservaba sus contactos en los vértices del Estado, se hizo hacer papeles a nombre de Gae Rantin, una norteamericana-israelí con mucho roce con los servicios secretos del país y de otros, desde donde pudo disfrutar sin mayores preocupaciones las rebeliones carapintadas, el ataque guerrillero a La Tablada y el derrumbe hiperinflacionario del gobierno radical. Ya tenía muy buenos vínculos con los peronismos.

9.

Pero cuando Menem asumió el poder, para hacer más cómodas las cosas, volvió a trocar su nombre y apellido, así como su número de documento, por el de Ana Grenti: una italiana con amigos importantes en Roma, en Madrid y en Washington, además de Rio de Janeiro. Ana disfrutó, ya madura, como una jovencita esos años locos de la pizza con champán y merca. Se entregó a peronistas, liberales, gringos y árabes como loca. Punta del Este era lo más, en esos años de fin de milenio.

10.

Después de un interludio con esos radicales impotentes e izquierdistas eyaculadores precoces a los que no les tenía simpatía, tras el marasmo económico que en nada la afectó porque ella ganaba en dólares y muchos, Ana decidió una vez más tramutarse, ahora en Rina Tange: los Kirchner estaban armando una gran fiesta nacional y popular y ella no quiso perdérsela. Ganó mucho dinero montando actos y shows para el gobierno, conoció a sus primeras docenas de punteros en todos suburbios de Buenos Aires. Como éstos, Rina Tange no tuvo problema en ponerse al servicio del gobierno Macri cuando ocurrió, aunque nunca se enamoró de ningún amarillo. Ya estaba mayor para eso. Después vino la vicepresidencia Fernández secundada por la presidencia Fernández, pero ya en un momento de su vida en que ella disfrutaba de todo el espectáculo de cerca pero de lejos, en su cómoda casa y con sus copiosas rentas en Punta del Este, donde fuera de ciertos círculos, Rina Tange no es nadie. Una gran madama que, como toda mujer libre, tiene mucha historia pero no tiene pasado.

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