Los crímenes del comunismo. Paradojas, mitos y certezas
Paradojas, mitos y certezas
Traducción Diego Bigongiari
Edhasa
Julio de 2023
Publicado en julio de 2023 por Edhasa, este ensayo de 186 páginas afronta con mucha información y coraje los dilemas que plantean los totalitarismos nazifascista y comunista en la Europa actual en sus espacios de memoria y discusión.
Para muchos, la Shoah (y habría que incluir también al Porraimos de los gitanos) pertenece a una clase única que no admite comparación con las masacres perpetradas por el comunismo leninista-estalinista, maoísta o polpotiano.
Para muchos otros, en el este europeo, resultan más relevantes los crímenes estalinistas que los de los nazis, donde hubo colaboracionismos locales que se prefiere olvidar. Un trabajo esencial para comprender los problemas de la memoria.
Para quien suscribe fue un placer traducir este libro del historiador italiano afincado en Alemania Gianluca Falanga, quien desde 2010 trabaja en el Museo de la Stasi, la ex policía secreta de la Alemania comunista. Con un acceso privilegiado a estas fuentes y una carrera académica poco convencional que se refleja en su ágil escritura, Falanga suma además su visión italiana (Italia fue cuna, además del fascismo, del Partido Comunista más grande, de ideas más avanzadas y con más destacadas figuras de todo Occidente) y alemana, donde los crímenes de Estado se realizaron por partida doble, desde el nazismo y el comunismo. Además, sigue de cerca la evolución de los países de Europa Oriental ex comunistas, donde hay un revisionismo anticomunista más fogoso que en Europa Occidental, que no sufrió a la URSS. Y se nutrió de una copiosa bibliografía que, en los últimos 30 años, tras la apertura de los archivos de Rusia y los ex países comunistas de Europa Oriental, hizo dar varias vueltas carnero a la historia del comunismo y dejó culo al viento a quienes todavía, tras la caída del muro de Berlín en 1989, nutrían alguna forma de simpatía o de nostalgia por la URSS, o por Cuba.
Uno de los aspectos relevantes de este trabajo es en lo que conduce a “despedirse de una concepción benévola del leninismo”: mis compañeros de colegio de la Federación Juvenil Comunista de Moscú no tenían el menor empacho en defender al estalinismo incluyendo el Gran Terror y la hambruna de los kulaks hoy conocida como Holodomor, así como los comunistas revolucionarios línea Pekín vivaban las masacres del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural en la China de Mao mientras que los siempre minoritarios trostskystas denunciábamos ambas barbaries, porque no es verdad que no se sabía lo que ocurría bajo el estalinismo y el maoísmo: se sabía mucho menos que hoy, pero se sabía. Sin embargo, Lenin para nosotros era tan santo como Trotsky: los nuevos archivos de los años ‘90 y la historiografía consiguiente demuestran que Lenin, con su Terror Rojo, fue no sólo un gran tergiversador de Marx sino además, el precursor de Stalin: la Cheka dirigida por el temible Dzerzhinski (“defendemos el terror organizado”) creador de la infame prisión Lubianka de Moscú nació con Lenin (y Trotsky) y luego se transformó, siempre bajo la égida de estos dos, en la GPU antes de mutar al NKVD de Yagoda (asesinado por su sucesor Yezhov a su vez asesinado por su sucesor Beria a su vez asesinado por los herederos de Stalin creadores del KGB precursor del FSB putinesco).
Lenin mantuvo a Trotsky al margen de los trabajos más sucios de la revolución, pero éste tampoco le hacía asco a la violencia terrorista estatizada. Es un problemita que nuestros trotskystas vernáculos avestruzan porque carecen de coraje intelectual para enfrentarlo o todavía se amparan en justificaciones que a esta altura de la historia suenan a Pol Pot, khmer rojo. Lenin prohibió a la prensa bolchevique “difamar” a la Cheka que sólo fue legalizada más de cuatro años después de la revolución de octubre. Naturalmente la Cheka de Lenin y Trotsky no sólo liquidaba a contrarrevolucionarios, también a revolucionarios que no seguían los diktak bolcheviques. “La garantía del éxito está en (…) la depuración de la tierra rusa de toda suerte de insectos nocivos” escribió (no para ser publicado) Lenin en diciembre de 1917. Los instrumentos del Gran Terror empleados por Stalin no los creó éste, que los heredó ya hechos por Lenin para el Terror Rojo.
Falanga analiza las diferentes formas de afrontar, historiográficamente, al nazismo y al comunismo y considera sus diferencias, estructurales y humanas. Recorre a los comunismos ruso, chino y camboyano y señala su distancia con las ideas de Marx, que jamás habría reconocido lo que se hizo en su nombre si bien ya el contemporáneo anarquista Bakunin señaló con lucidez el principal defecto de la teoría marxista: abolir al Estado burgués creando otro Estado mucho peor. En Literatura y revolución (1924) Trotsky deliró acerca de “crear un tipo social y biológico superior, o bien, si lo permiten, un superhombre”. A Hitler le hubiera encantado este judío Bronstein. Adolfito también admiraba a Stalin, que asesinó a más comunistas alemanes que el propio Hitler.
Entre las mentes más lúcidas del marxismo (que antes que al siniestro bolchevismo, dio a luz a la más benéfica socialdemocracia) hubo hombres como Antonio Gramsci (que murió en 1937) “quien no hizo secreta su aversión contra la estadolatría soviética” y Rosa Luxemburgo (asesinada en 1919) quien se opuso a la dictadura leninista y sostenía “La libertad es siempre solamente la libertad de quien piensa distinto”.
Una perla del libro de Falanga es la historia de David Riazanov, uno de los mayores estudiosos de la obra de Marx y Engels que dirigía en Moscú el instituto de tal nombre y se ocupaba de la publicación de todas sus obras. Riazanov encontró escritos inéditos contrarios a las tesis leninistas. Stalin bloqueó las publicaciones y arrestó y fusiló a los estudiosos, empezando por Riazanov. Otra es que el Partido Comunista Chino fue fundado en 1921 con participación de bolcheviques del Comintern pero entonces ni Mao ni ningún otro habían leido nada de Marx, porque no existían traducciones al chino. Y como lo demuestra en la actualidad el mismo partido tan hiperautoritario como hipercapitalista, en China nunca hubo marxismo, sino un perdurable confucianismo.
Falanga demuestra cuántos puntos de coincidencia y acción conjunta hubo entre comunismo y nazifascismo y señala que nunca hubo “un sólo Estado comunista democrático”. Explica las tensiones que se manifestaron en el Parlamento Europeo y entre países de la Unión Europea cuando, a los 30 años de la caída del muro de Berlín, se quiso instituir el 23 de agosto (fecha del pacto Ribbentrop-Molotov o mejor dicho, Hitler-Stalin, cuyos protocolos secretos Moscú negó hasta 1989) como una jornada europea en memoria de todas las víctimas del totalitarismo, lo que fue adoptado por Suecia, Canadá y algunos países de Europa Oriental pero levantó avisperos de “antifascistas” en otros países. Lo mismo cuando se quiso prohibir la hoz y el martillo (como en Alemania la esvástica) que está prohibida en media docena de países del este europeo pero no en los del oeste. En el este, “la elaboración del pasado comunista era sentida (…) como más urgente que la de la ocupación nazi, con sus implicaciones complejas y “divisivas”, como el colaboracionismo y las complicidades en la ejecución de la Shoah”.
Citando a Primo Levi (“Que “el Gulag fue antes que Auschwitz” es verdad, pero no se puede olvidar que los objetivos de los dos infiernos no eran los mismos”), Falanga afirma que “la comparación directa del nazismo alemán y del comunismo soviético no puede constituir un tabú: al contrario, es un ejercicio ineludible y valioso”.
En su último capítulo, el libro de Falanga hace una detallada enumeración de los nuevos sitios de la memoria surgidos en todos los países ex comunistas, con sus claros y sus oscuros (por ejemplo en referencia al antisemitismo) y en Ucrania, donde se voltearon más de mil estatuas de Lenin y se cambió el nombre de 50 mil calles para borrar todo pasado comunista y se dedicó al filonazi Stepán Bandera (asesinado por el KGB en 1959) calles y monumentos, reconociendo como patriotas a los nacionalistas colaboracionistas de los invasores alemanes. Algo similar sucedió en Polonia (donde está prohibido mencionar toda colaboración polaca en la Shoah) y en Rusia, donde Putin con varias leyes prohibió toda mención de los crímenes soviéticos realizados junto a los alemanes.
Cierra el libro considerando las problemáticas “leyes de la memoria” y la instrumentalización política de los crímenes de cualquier signo, construyendo paradigmas interpretativos y “verdades oficiales” como la que aquí, en su pequeñez, el kirchnerismo hebedebonafinista pretende imponer acerca de los “30.000” desaparecidos. Y un “Parque de la Memoria” que incluye guerrilleros que murieron usando armas o bombas durante un gobierno constitucional. Algo que no se consigue ni en Berlín ni en Roma para los terroristas de la Rote Armee Fraktion o las Brigate Rosse.