Mi Eternauta

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De chico leía historietas: me gustaban (más que las de Superman y Batman) sobre todo unas que eran de aventuras basadas en personajes históricos, como Livingstone y Stanley en Africa. También me gustaban Tintin, Asterix y Mafalda. Cuando descubrí a Bradbury a los 11 o 12 años, las historietas dejaron de atraerme. Creo que por entonces no había leído El Eternauta, al que llegué años después, no recuerdo cuándo. Al volver a vivir acá abajo, en algún momento compré una edición completa de El Eternauta pero me costaba mucha fatiga leer historieta: las únicas que leí de joven con gusto fueron las de Corto Maltese, en Italia, en italiano. Y muchos años después volví a Tintin y Asterix para leerle a mis hijos. Cada uno tiene sus taras y reconozco que ésta es una de las mías: así como no me gustan el hígado y el riñón o los licores dulces, no me gustan las historietas ni los musicales en cine ni casi nada en teatro ni los dibujos animados: apenas vi algún fragmento de Los Simpson.

Tras haber visto la primera temporada de 6 capítulos en Netflix, quise corroborarla con el original pero descubrí que mi ejemplar desapareció. O lo presté y nunca me lo devolvieron.

La serie en Netflix me dejó con impresiones opuestas. La realización visual, sobre todo de la ciudad nevada y los cascarudos, me pareció extraordinaria. También me agradó reconocer diversos lugares de la ciudad y que los únicos vehículos que funcionaran fueran aquellos anteriores a la electrónica y la computación.

Ricardo Darín es un gran actor pero aquí no brilla como hubiera podido, con un buen guión detrás. En casi tres horas no construye un personaje y esa idea del veterano de Malvinas con desorden postraumático no agrega nada, no ayuda, confunde. Los demás actores no están mal pero tampoco bien, porque el guión no los apoya. Los conflictos entre supervivientes por momentos me parecieron gratuitos.

No recuerdo si la historieta de Oesterheld conducía a Campo de Mayo e introducía al Ejército como protagonista. Me parece una flagrante incoherencia con que justamente en Campo de Mayo el autor de la historia fue detenido ilegal, torturado y quizá asesinado. Entre eso, algún ¡Viva la Patria!, Malvinas (hay un horizonte de montañas nevadas inverosímil) y cierto exceso de banderas argentinas además del truco (inexplicable a un espectador extranjero) la serie me pareció un tanto nacionalista. Súmese lo filmado en el falansterio semicircular de Dorrego y Luis María Campos, que aunque la mayoría lo ignore fue construido para viviendas de oficiales de la Fuerza Aérea.

El final es flojo, no se entiende qué pasa en el Monumental ni cómo acaba la historia.

La música, de Mercedes Sosa a Manal, me resultó patética.

Luego está el subtexto o mensaje político (“nadie se salva solo”) que peroniza o kirchneriza un poco al todo. Esa idea del “héroe colectivo” a mí me chirria pero a muchos encantará, a comenzar por el productor (acaudalado empresario farmacéutico, fallido fabricante de la vacuna nac&pop para el Covid) Hugo Sigman, tan amigo de Cuba él. No por caso el kirchnerismo se adueñó del personaje, como bien lo escribió María Seoane en Caras y Caretas (3/7/21): “surgió el 14 de septiembre de 2010, un mes y medio antes de su muerte, en el Luna Park, cuando Néstor y Cristina se reunieron con los jóvenes de La Cámpora y otras agrupaciones juveniles. Allí nació el “Nestornauta”, como el Juan Salvo-Eternauta creado por Oesterheld y dibujado por Solano López en 1957. Los jóvenes de La Cámpora que inventaron el Nestornauta le quitaron el fusil y la expresión en guardia al Juan Salvo de la imagen original y dibujaron a un Kirchner sonriente, dispuesto a ir a la lucha con alegría. El resto del dibujo de Solano está intacto: siempre es un líder, el héroe que conduce la resistencia contra los invasores. La muerte de Néstor, el 27 de octubre de 2010, definió la potencia del mito y de esa imagen.

Porque Oesterheld y Néstor fueron parte de la misma resistencia popular como militantes peronistas contra la dictadura militar. Kirchner sobrevivió. Pudo huir al sur.” Bué, dejemos estas últimas tres oraciones para otra ocasión, porque Kirchner resistiendo a la dictadura militar sí que es ciencia ficción de la mejor.

Héctor Oesterheld, a quien mi madre conoció bastante en sus años en editorial Abril, era todo lo contrario del extroverso y seductor Hugo Pratt que también trabajaba allí: tímido e introverso, me pregunto qué diablos lo habrá impulsado a enrolarse en las huestes del atorrante bocaza engominado Firmenich…junto a sus cuatro hijas y yernos. La hijoputez asesina de los mierda uniformados no debería dejar de interrogarnos sobre la ceguera o encandilamiento que afectó a buena parte de más de una generación en los ‘70.

Queda por ver, en la futura segunda temporada, cómo se las arreglarán Bruno Stagnaro y sus guionistas con un Juan Salvo que Oesterheld, ya enrolado en Montoneros, cheguevarizó al mango. Entre aquellos dos Eternautas y el Nestornauta hay un buen resumen de la tragedia argentina nacional y popular.

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