MI TRAVESÍA DEL ATLÁNTICO SUR

Pagina de la bitacora de Misty al llegar a Santa Helena
Entre marzo y junio de 1987 viví una de las grandes aventuras de mi vida, la travesía del Atlántico Sur en un velerito de 28 pies. Escribí la crónica en francés y en diciembre de aquél año fue publicada en el Bulletin de Liaison de la compañía naviera Suisse-Atlantique en la que había navegado hasta entonces. Hace años que busco aquél ejemplar del Bulletin y supongo que lo perdí: hace unos días escribí a Suisse-At y tuvieron la gentileza de reenviármelo así que aquí lo publico en su versión original en francés y mi traducción al castellano.
“Misty”: de Port Elizabeth a Río de Janeiro
por Diego Bigongiari ex 2do. oficial del motor ship Diavolezza
Dejo Port Elizabeth el 16 de marzo de 1987, después de tres meses de preparación, con destino a Ciudad del Cabo. Durante esos tres meses vi pasar por Port Elizabeth muchos veleros de crucero en torno al mundo; la mayor parte franceses, estadounidenses, australianos, alemanes y también suizos, como el ketch Penélope (de Georges y Elizabeth Veuve, de Lausana), que regresa a Suiza después de siete años de viaje.
Las aguas costeras sudafricanas son consideradas entre las más difíciles a la vela. Es sobre todo en torno al Cabo Agulhas que uno no quiere encontrarse con un sudoeste en la trompa.
Los tres días de sudeste que la estación meteorológica del aeropuerto de Port Elizabeth nos había prometido no se producen. Llego a motor y a vela hasta Mossel Bay antes de un golpe de viento de sudoeste que durará dos días. Dentro del puerto hay un oleaje incómodo incluso para barcos bastante más grandes que “Misty”. Después llega el sudeste con 35 nudos: lo dejo reposar veinticuatro horas ya que “parece que esto va durar”: efectivamente estos buenos vientos de sudeste me acompañan hasta Ciudad del Cabo.
Doblamos el Cabo Agulhas con mala visibilidad y mucha lluvia, bastante tráfico también. Al timón bajo la lluvia en mi pequeño cockpit durante la noche, cada vez que veo la luces de un carguero pienso en abrigarme en el puente de mando con un radar y un satnav* y varios millares de buen acero japonés alrededor mío. “Misty” no es mucho más grande que una chalupa salvavidas. A través de su casco se escucha cada ola y a veces también el ruido de la hélice de un carguero. Un “Gale Warning” (aviso de tormenta) recibido por VHF (las estaciones de radio costeras sudafricanas son excelentes) nos obliga a refugiarnos en un pequeño puerto pesquero, Gansbai. Al día siguiente, a eso de las tres de la tarde, doblamos el Cabo de Buena Esperanza con una buen brisa del sudeste. “Misty”, con la mayor y el foque principal llega a los 9 e incluso 10 nudos planeando sobre la olas. Bebemos un buen champán sudafricano.
A la noche decidimos recalar en Hout Bay, a 25 millas al sur de Ciudad del Cabo. La temperatura del agua cayó de 24° a 13°. El sudeste sopla todavía con fuerza desde el otro lado del Cabo: entrando a Hout Bay el anemómetro marca más de 60 nudos: “Misty”, con dos manos de rizos en la mayor y nada adelante, casi se recuesta en el agua. Así conocimos al famoso sudeste de Ciudad del Cabo. Las montañas del Cabo crean remolinos y efectos embudo donde el viento alcanza en minutos fuerza de tormenta. La Montaña de la Mesa se cubre entonces con el “mantel” de nubes. En la bahía de Ciudad del Cabo no es raro ver spinakers explotar súbitamente.
Me quedo un mes en Ciudad del Cabo. Instalo un timón de viento que permitirá dejar a “Misty” timonearse sola en los alisios. Y después está el embarque de las provisiones: sobre todo latas, porque no hay refrigerador a bordo.
Zarparé con 300 litros de agua y 150 de gasoil. Mi tripulación cambió: los dos amigos que me habían acompañado hasta el Cabo deben volver a Port Elizabeth. Tendré a bordo para la travesía a una tripulanta.
Dejamos Ciudad del Cabo el 26 de abril. Si bien es un poco tarde en la temporada, tenemos suerte: tres días más tarde estamos en el alisio. Navegamos junto a otro velero de 31 pies hasta Santa Helena: a lo largo de 1.800 millas no nos perderemos de vista más que dos veces. “Misty” comienza a devorar las millas: con los dos foques como alas de mariposa y sin vela mayor llega a hacer sin esfuerzo 120 millas por día, o sea un promedio de 5 nudos. A 300 millas de Santa Helena el viento desaparece. Durante cuatro días nos quedamos sentados en la calma. Estamos ya a cientos de millas de África y el océano es calmo como un lago aceitoso. ¿Dónde está el alisio? Arrojamos la basura por la borda y la vemos flotar si alejarse. Al atardecer, nos tomamos a remolque con el otro velero y recibimos invitados en alta mar. Bebemos nuestros “sundowner” y cenamos en la calma infinita, bajo las estrellas de los trópicos.
Pasan un día, dos días. Comienza a hacer calor. Avanzamos algunas millas a motor para cargar las baterías y movernos al menos un poco en la carta náutica. La corriente nos lleva a alrededor de un nudo rumbo a Santa Helena. Al tercer día a eso de las dos de la tarde, todavía encalmados, arranco el motor para alcanzar al otro velero que casi desapareció en el horizonte. Escucho de pronto un ruido anormal. La hélice no se mueve. Bajo a la cabina y veo con sorpresa, es decir pánico, que el agua entra a raudales y ya hay 15 centímetros por todos lados. ¡Nos hundimos!
Me precipito al compartimiento del motor. El eje de la hélice se salió de su lugar y por su agujero de una pulgada, el Atlántico entra gloriosamente. Tampono como puedo el agujero y llamo por el VHF al otro velero. Mientras tanto la tripulanta bombea y bombea fuera el agua, que ya alcanzó un buen pie. Pasaré el resto de la tarde zambulléndome con un martillo sobre un abismo de 4 mil metros con un martillo para volver a colocar al eje de la hélice en su lugar. Felizmente el mar está calmo y todo estará terminado para el atardecer. Fue el único momento difícil del viaje.
Al cuarto día vuelve el alisio. Llegamos a Santa Helena el 14 de mayo, 18 días después de haber zarpado de Ciudad del Cabo.**
Pasaremos diez días al ancla frente a Jamestown, la capital y único poblado de la isla. Nos encontramos allí con cuatro veleros que habían zarpado de Ciudad del Cabo poco antes que nosotros. La isla es notable y una descripción tomaría demasiado espacio. La parte inferior de la isla (que no tiene playas) es volcánica y muy seca, mientras que por encima de los 400 metros está completamente cubierta de vegetación. La isla tiene 5 mil habitantes ¡y más de un millar de autos!*** Nada mal para una isla que no produce nada más que algunas toneladas de atún enlatado. La gente es increíblemente gentil. Naturalmente visitamos la tumba y la casa de Napoleón en Longwood, que es territorio francés.
El 24 de mayo a la tarde dejamos Santa Helena. Tenemos por delante 2.100 millas de océano hasta Río, ahora en completa soledad ya que el velero había navegado con nosotros continuará rumbo a Bahía. Al largo de la isla un grupo de delfines nos alcanza para decirnos adiós, escoltándonos durante media hora. Es un buen presagio.
Trazo un rumbo de 260° todo recto hacia Cabo Frío, lo que nos hará pasar al largo de las islas de Martim Vaz y Trindade. En esta segunda parte del viaje estamos verdaderamente en el alisio: cielo azul con las típicas pequeñas nubes del tipo “cumulus humilis”, vientos de diez-quince nudos del este noreste y a veces del norte. Hacemos cada día sin esfuerzo un centenar de millas, de las cuales unas quince son quizá debidas a la corriente subtropical.
Tras 14 días de soledad (no hemos visto una sóla nave después de Santa Helena) la isla de Trindade aparece al largo. Los últimos días tuvimos vientos del sur-sudeste que empujaron a “Misty” un poco al norte de su ruta y no veo a Martim Vaz más que muy lejos, como un castillo en el horizonte. Me aproximo a Trindade todo lo que me parece prudente: no es cuestión de detenerse aquí, ya que no hay más que un fondeadero muy expuesto y difícilmente practicable, pero la isla está habitada: han visto nuestro velero al largo y nos llaman por VHF. Es un destacamento de la marina brasilera que nos hace las preguntas habituales: identidad, destino, tiempo estimado de llegada, velocidad. Son muy gentiles y también un poco informales desde el punto de vista de la etiqueta militar porque nos dejan con un “um abraco, amigo!”
La isla es fantástica, como un castillo encantado que trepa desde fondos de 4 mil metros. Al atardecer Trindade está ya muy lejos detrás de la popa, pero todavía visible. No nos quedan más que 700 millas hasta Río. Pasando sobre los bancos que forman la Cordillera de Trindade capturo los únicos dos pescados del viaje: una dorada corifena de alrededor de diez kilos y un hermoso atún de al menos quince kilos: ¡suficiente para dos personas y sin refrigerador! Arrastré la línea durante todo el viaje, pero sin más resultado.
Río se acerca. A doscientas millas de la costa nos encontramos con el único mal tiempo del viaje. Recuerdo haber discutido con otros navegantes a vela en Ciudad del Cabo que decían que la Luna llena refuerza los vientos y que las olas sienten la plataforma continental muy lejos de la costa. Mi experiencia de oficial de navegación en cargueros no es la misma. Pero esta noche es Luna llena y el noreste sopla a 35 nudos desde hace un día entero. Las olas son impresionantes vistas desde el cockpit: seis o siete metros. Durante la noche comienzan a romper con mucha espuma. Cambio de rumbo después de haber corrido el riesgo de embarcar dos o tres paquetes de mar. Pongo al barco en fuga frente a las olas, timón a mano. Durante toda la noche y una parte del día siguiente no podemos más que descender y remontar las olas a la máxima velocidad posible para evitar embarcar agua por detrás o, peor aún, atravesarnos y volcar. Dos días después, en una calma aceitosa, vemos tierra. Hacemos las últimas 30 millas a motor. Al anochecer estamos en la Marina da Gloria, después de 22 días de navegación.
Navegué con un sextante holandés Observator, dos brújulas y un cronómetro. La corredera, que era muy útil pero no esencial en navegación oceánica, desapareció a la semana de haber dejado Ciudad del Cabo. El único otro instrumento de navegación a bordo era una ecosonda. Siempre navegué con el sol (salvo tres días nublados sin posición, al llegar a Santa Helena) y no hice más que dos o tres veces posiciones con las estrellas, lo cual es bastante más laborioso en un pequeño velero que sobre un carguero. La velocidad media final sobre 4.000 millas fue de 4,3 nudos. El consumo de agua dulce alrededor de 3 litros por día para dos personas, exclusivamente para la cocina y las bebidas. Mezclábamos el agua de mar y el agua dulce para el arroz y los spaghetti, pero las papas las cocinábamos en agua de mar sin problemas. Teníamos también mucho jugos de fruta, cerveza, vino y gaseosas. Las provisiones no fueron un problema. Habíamos llevado sobre todo excelentes latas de conservas sudafricanas, papas, spaghetti, arroz (como reserva de urgencia, casi 20 kg), leche en lata, en polvo y de larga conservación, cebollas, calabazas, zapallitos y huevos (que duraron 50 días sin refrigeración).
El velero “Misty”:
Eslora total: 8,60 m
Eslora en la flotación: 7,70 m
Manga: 2,80 m
Calado: 1,60 m
Diseño Van der Stad “Spirit 28”, sloop
Construido en 1979, casco en fibra de vidrio reforzada
Motor auxiliar interior de 12 HP Yanmar
* En aquellos años el GPS existía pero era sólo de uso militar USA. El Satnav era un sistema basado en satélites en órbita polar baja, que daba buenas posiciones pero no era constante: tenía que pasar un satélite para tenerla y en las zonas ecuatoriales eso se volvía menos frecuente.
** Aquél aterrizaje en St. Helena fue el mayor orgasmo intelectual de mi vida: en la página de bitácora está sintéticamente descripto. Tras tres días de navegar sin posición a causa de las nubes y sin corredera, como ya estaba por llegar a la isla (que es inaccesible y peligrosísima de lado sur, por el alisio y su oleaje) durante la noche puse rumbo nornoreste (un “saludo”) y a medianoche, cuando estimaba tener la isla al través a babor, rumbo norte hasta las 6 AM, cuando viré al sursuroeste. A las 8 AM la silueta de la isla apareció en la bruma matinal, apenas a babor de la proa, a unas 25 millas de distancia a ojímetro. Segundos y terceros orgasmos no son igual que el primero, pero algo parecido sentí al aterrizar en la solitaria Trindade y frente a la bahía de Rio de Janeiro. Con sextante, brújula, cronómetro y un calculador de bolsillo HP me demostré que la Tierra es redonda, digan lo que digan los bobos terraplanistas.
*** Casi todos Mini Cooper.
