Mis buenas y malas compañías
Desde que comencé a trabajar hace casi medio siglo, lo hice con más de media docena de compañías diversas, incluyendo una de mi propiedad. Lo que me resultó ya desde hace años interesante fue constatar cómo cada empresa, sea familiar o sociedad anónima, nacional o multinacional, tiene una cultura interna propia, intransferible. Como si fuera una persona, o una familia, o un ser viviente, cada una tiene sus virtudes y defectos. Cada empresa es un mundo, macro o micro mundo. Por eso es un poco gracioso oír hablar de “las empresas” o “los empresarios” como si pertenecieran a una única categoría: como “las familias”, no hay dos que sean iguales.
La primera empresa para la que trabajé fue una naviera helvética, la Suisse-Atlantique de Lausana, que pertenecía a una acaudalada familia de una secta protestante que imponía a sus dueños estrictas normas de austeridad. Vi con mis ojos, al embarcar en Nagasaki en mi primer barco recién botado, el M/V (Motor Vessel) Iguazú, al dueño vestido con la simplicidad de un empleadito pagar el barco al astillero con un cheque de varios millones de dólares. En una naviera, naturalmente, cada barco es un mundo aparte y su vida depende más del capitán que del armador. Pero había costumbres propias de la empresa. Casi en cada puerto, llegaban desde Suiza grandes hormas enteras de los principales tipos de quesos suizos y, aunque los suizos a bordo nunca eran más de un tercio de la tripulación (el resto, sobre todo croatas e italianos) se respetaba a rajatabla en todos los barcos la costumbre suiza de comer papas hervidas y queso los miércoles (día de mercado) y los domingos, porque las mujeres esos días no cocinan. Y el cocinero siempre era suizo.
Suisse-At como la llaman todavía sus ex tripulantes (la empresa quebró hace años pero renació y en facebook hay un grupo de ex tripulantes que postea fotos y recuerdos) creaba un vínculo entre sus naves y tripulantes con una revistita mensuario donde se podían ver los viajes y las tripulaciones de todas las naves de la compañía. Las naves o tenían nombres de montañas y ciudades suizas o relacionadas con Argentina: tuvieron barcos llamados, además de Iguazú, Aconcagua, Pampero, Bariloche y El Gaucho. Es que la naviera nació en 1941 abasteciendo a Suiza con granos argentinos a través de su filial La Plata Cereal. Con el dinero eran puntillosos al centésimo de franco suizo: encontré correcciones de esa envergadura en mis pagos. Y también, si caía el valor de los fletes, rebajaban proporcionalmente los salarios. Esa fue una de las razones por las que dejé de navegar.
La siguiente compañía para la que trabajé fue Pirelli, cuando volví a la Argentina y les propuse hacer una guía de viajes que por entonces (1988) no existía. Durante seis años trabajé no dentro pero muy cerca de la empresa, que tenía dos curiosos dogmas que dejó escritos su fundador el ingeniero Giovanni Battista Pirelli: la empresa podía fabricar cualquier artículo de goma menos dos: bastones para la policía y…¡preservativos! Lo recuerdo bien porque su presidente me contó que el director de una planta donde hacían guantes de látex tenía capacidad ociosa y rogaba que lo dejaran producir forros (era la misma máquina y materia prima) incluso con otra marca pero nunca lo dejaron.
Trabajé para Pirelli entre fines de los ‘80 y mediados de los ‘90 y pude ver con mis ojos el efecto que tuvo internet en la cultura empresarial. Antes que existiera, el presidente de una filial nacional tenía una autonomía decisional que fue perdiendo paulatinamente. Al final parecía que desde la casa central milanesa les controlaban hasta el consumo de azúcar y café en las maquinitas de filiales al otro lado del mundo. También vi cómo en una empresa donde los directivos (casi todos ingenieros italianos) eran gentiluomini cultores de un humanismo empresarial fueron desapareciendo: hoy la empresa es china.
El éxito de mis guías para Pirelli llevó a que la editorial Planeta me contratara para desarrollar guías en una época en que parecía una empresa dispuesta a comerse al mundo, al menos el de los libros. Me dieron un buen sueldo, un escritorio vacío en una oficina que compartía con Juan Sasturain y nada más. Ninguna orientación, ni un plan editorial, nada. Mi creatividad estaba seriamente afectada por un fracaso amoroso con una bella muchacha que trabajaba allí mismo, a diez pasos de distancia. Aguanté unos pocos meses cobrando por calentar una silla y renuncié.
En aquellos tiempos, un abogado y productor agropecuario que tenía algún contacto con el diario La Prensa me propuso hacer un suplemento turístico y así nació La Prensa Viajes, con diseño de Eduardo Stupía y la ayuda en la redacción de Jorge Fonderbrider y Fabián Casas. Es una experiencia que recuerdo con cariño, que también me permitió hacer algunos lindos viajes.
Lo mismo digo de los dos o tres años en que colaboré asiduamente con Cuisine & Vins, que me brindó viajes estupendos a Hawaii, Australia y Europa. Trabajar con Cristina Goto y Marcelo Murano era un placer. Miguel Brascó me hacía enojar por cómo metía mano en las notas ajenas.
En algún momento de los ‘90, mi amigo fraterno Antonio Terni, dueño de la editorial Aliter que había fundado su padre para publicar el semanario Segundamano, me pidió que fuera parte del directorio, donde había algunos conflictos con socios minoritarios y como presidente, un abogado de su total confianza que era un caballero, pero en extremo florentino y conservador. El clima laboral era muy bueno. Había incluso un comedor donde almorzaba todo el personal. Mi rol allí fue por un lado tratar de que la editorial produjera algo más que la revista y por otro, agregarle a ésta algún contenido que aumentara sus ventas. En lo primero fracasé, en buena parte por la oposición conservadora del florentino abogado y director. En lo segundo, inspirado por el Whole Earth Catalog, agregué unas páginas centrales sobre libros utilitarios que hizo subir un poco las ventas. Alli fue la primera vez que tomé contacto con internet: había una computadora en una oficinita que el florentino abogado hacía mantener cerrada con llave. Si hubiera tenido libre acceso a ella para pasarme horas entendiendo que era ese mundo nuevo, quizá habría visto la posibilidad de hacer Segundamanonline, años antes que Mercado Libre. Cuando Antonio decidió vender la empresa, tuve que recurrir a la justicia para que los nuevos propietarios me pagaran lo que correspondía según el Estatuto del Periodista.
Uno de los trabajos que recuerdo con más gusto fue el que hice para la empresa hotelera Mares Sur de los Iachetti, familia amiga de la mía desde que nuestras madres eran adolescentes. Para ellos exploré y relevé por entero la isla Victoria en el lago Nahuel Huapi donde estaban por inaugurar la estupenda hostería sobre el acantilado de Puerto Anchorena. Pasé meses recorriendo la isla a pie, a caballo, en Land Rover, en kayak y en lancha para hacer un mapa 1:25.000 con el cartógrafo Sergio Huykman que es uno de mis trabajos que más me gustan, aunque nunca entendí porqué los Iachetti no lo imprimieron más que en un ejemplar que está colgado en la hostería. Otro, está en mi biblioteca. También pasé mucho tiempo en el hotel Tunquelén, también de ellos, recorriendo Bariloche para recopilar todo lo existente sobre la isla y su historia. Gracias a ese trabajo pasé casi todo el 2001 viendo por tv como se desmoronaba el desgobierno De la Rúa.
Mapa Puerto Anchorena
Filó era una pizzería restaurante del Bajo porteño de lo más hot a fines de los ‘90 y principios de los 2000. No recuerdo quién me presentó a Giovanni Ventura, uno de sus tres dueños: un personaje singular, fascista véneto que había sido acusado de graves atentados en Italia y por ello había pasado varios años en la cárcel en Argentina y allá. Pero además era una persona de notable cultura político-filosófica y un gran amante de la buena mesa, que además del restaurant (en cuyo subsuelo había un amplio espacio de arte) quería hacer una editorial. Le caí bien y debo decir que Ventura también me caía bien: comenzamos a vernos regularmente en Filò y siempre comenzaba ofreciendo una spritza y luego el almuerzo, con conversación y compañía interesante.
Me propuso hacer una guía de viajes de Argentina, ya que todavía tenía frescos mis últimos viajes para Pirelli. Le propuse hacer una guía totalmente inconformista, que dijera claramente todas las fealdades y porquerías que se ven al viajar por el país. Aceptó y me dio total libertad. Roberto García Balza y Marcela González hicieron el diseño. La escribí por entero pero quedó inédita. Es que Filò tenía sus rarezas: a mí siempre me pagaron bien y puntualmente pero nunca hubo un contrato ni una factura o un recibo. Una vez terminado mi trabajo, en vez de publicarlo a Ventura se le ocurrió venderlo a la secretaría de turismo o a Telefónica, pidiendo una cifra astronómica y olvidando que lo que yo había escrito estaba OK para una editorial independiente pero era impublicable por el Estado o una empresa privada.
Sin embargo, un par de años después me convocaron de Telefónica para escribir los contenidos de unas guías Viajar Hoy que serían totalmente comerciales, es decir con anuncios pero de distribución gratuita.
Lo que recuerdo de mis visitas a sus oficinas en Puerto Madero es lo raro que me resultaba el trato con personas de marketing, sin ninguna visión editorial o periodística.
La culminación de mi carrera como escritor de guías de viaje fue con los 5 volúmenes (en dos y hasta 3 ediciones) de las Guías YPF. Lo que más me enorgullece de aquella experiencia que comenzó en 2010 fue que llegué al piso 30 del edificio YPF en Puerto Madero por mi propia iniciativa, sin ser presentado ni apalancado por nadie: sólo un conocido me dio un teléfono al cual llamar. Y aparecí justo cuando estaban planeando dejar de publicar una espantosa guía copiada de Repsol en España y hacer algo nuevo, en cuya concepción participé desde el principio.
También me encantó que aceptaran mi propuesta de hacer una “guía de autor” es decir no con una mirada anónima sino personal. Disfruté mucho viajando y escribiéndolas pero sufrí los sismos o terremotos que sacudieron a YPF en esos años. El mediodía que CFK anunció por cadena nacional que la expropiaba a los españoles yo estaba en el piso 30 y vi cómo el gran jefe de marketing y comunicación apareció para despedirse de los empleados e irse con ojos húmedos y lo puesto porque le habían dado 20 minutos para levantar campamento. Pasaron un par de meses de parálisis y yo estaba convencido que con la nueva administración “nacional y popular” las guías YPF dejarían de hacerse. Pero para mi sorpresa la mujer que quedó a cargo de la comunicación decidió que las guías eran un excelente producto y había que continuarlas. Así seguí trabajando en ellas y, cuando en 2015 ganó la presidencia Mauricio Macri, imaginé que se abriría un nuevo horizonte para las guías YPF. Fue exactamente al revés. A cargo de la comunicación quedó un marketinero, esa clase de personas que por tener un alto cargo bien pagado y oficina en los pisos altos de un rascacielos se la creen, aunque no sepan expresarse más que con las frases imbéciles del mercadeo. Este individuo decidió que las guías de papel formato libro no iban más y así dejé de hacerlas. Por la forma en que se comportaron con el suscripto tras 5 años de creativo y productivo trabajo les planté un juicio, que todavía está en curso.
La última empresa para la que trabajé fue mía: Austral Spectator, que fundamos en 2003 con Antonio Terni y Lía Pichon Riviere pero al cabo de una decena de años acabó siendo sólo mía y casi unipersonal, más allá de la inestimable y fiel ayuda de Mercedes Carullo. De esta experiencia me quedó claro que el sentido empresarial no es mi lado fuerte y menos en una economía hiperregulada e inflacionaria como la argentina. Y que en el fondo detesto ser jefe y líder de equipos. Me gusta trabajar por mi cuenta…que es lo que hice siempre, a pesar de mis buenas y malas compañías.