Obituarios y necrológicas Lanata
No me sorprendió en absoluto que la muerte de Jorge Lanata disparara una cantidad de obituarios-égloga pletóricos de adjetivos superlativos y elogios desmesurados, carentes de sentido crítico y de las proporciones. El unanimismo necrológico es algo típicamente argentino. No tengo la impresión de que en otras culturas, incluso vecinas, haya tal tendencia a esta desmesura y, en casos singulares, la deificación maradonizadora del difunto. Indigestión de “De mortvis nisi bene” y ayuno de sombras y oscuridades. De todo lo que leí en estos días, me quedo con las notas en Letra P de Carla Castelo (“El traidor brillante”), Rubén Furman (“Lanata en primera persona”) y también Juan Rezzano (“La noche que odiamos a Lanata”). En La Nación, en medio de loas, apologías, ditirambos y odas similares a la mayoría de los otros medios, aprecié que Marcelo Stiletano (“El último gran periodista político de la televisión abierta”) no olvidara que fue un descomunal malhablado (“Tenía una tendencia casi incontinente a la expresión de trazo grueso, casi siempre innecesaria y fuera de lugar”) lo cual lo hizo sin duda mucho menos “genial” y “maestro” de lo que pretenden sus apologistas. En la página contigua, Jorge Fernández Díaz (“Esta vez el equilibrista no sobrevivió”) lo idoliza y deifica pero al menos menciona “cierto carácter autodestructivo” del, en la práctica, suicida Jorge Lanata.
Sí me sorprendió que la muerte de Jorge Lanata disparara una cantidad de anuncios fúnebres en La Nación del 31 de diciembre que llaman la atención por quien los firma: Asuntos Corporativos de Axion Energy, Equipo Joyería Cipriano, el financista y banquero Wenceslao Bunge, Telecom Argentina, Círculo DIRCOMS, Cámara de Servicios Petroleros, el empresario multirubro Claudio Belocopitt, directorio de Edesur, Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jorge Macri (dos anuncios).
Lanata decía que era periodista porque sólo tenía preguntas y me pregunto: ¿murió un periodista o un empresario? ¿qué hacen todas esas empresas y empresarios condolenciándose con un sedicente “liberal de izquierda” que, dícese, incomodaba al poder?
Lanata decía que no le gustaba el fútbol porque le resultaba patético que millones de pobres perdieran el tiempo viendo a veintidós millonarios pateando una pelota. Sin percatarse (o percatándose, porque decía que la tv era mierda e invitaba a apagarla) que lo mismo podría decirse de él: un millonario vestido con carísimos (y ridículos) trajes a medida, que coleccionaba relojes, encendedores y lapiceras de lujo, que se compró una colección de arte aparentemente muy valiosa a la velocidad de un nuevo rico sin saber nada de arte, que poseía propiedades en José Ignacio, Miami y Nueva York además de dos lujosos pisos en el oligárquico Palacio Estrugamou. Y según se lee, tenía un tren de gastos mensuales del orden de los 40 o 50 mil dólares.
No tengo nada contra Jorge Lanata, en cuyos medios por él dirigidos publiqué varias notas. Pero dicho de una manera general, no me gusta que los periodistas sean millonarios ni que cuenten entre sus amigos a presidentes o ex presidentes y los inviten a su boda. Tampoco me suena del todo bien que grandes empresas, algunas de ellas monopólicas o casi y grandes empresarios, lamenten su muerte.
Por curiosidad, vi en streaming sus últimas entrevistas antes de internarse en un sanatorio del que no saldría más. Me impactó sobre todo una con Nelson Castro en TN, seis días antes de su internación, siempre fumando y en un estado psicofísico que lo hacía parecer diez años más viejo que su interlocutor, cinco años mayor que él. Lanata ya estaba muy mal antes de su medio año de agonía hospitalaria. Matándose frente a la cámara con el pucho en mano.
Otro punto de vista que también ilumina sobre las complejidades del personaje es esta nota de Horacio Verbitsky: https://www.elcohetealaluna.com/la-muerte-no-afea-ni-embellece/