Puntero de Dios, de Loris Zanatta
Autor: Loris Zanatta
Editorial Crítica
ISBN 978-987-4479-65-5
Traducción: Diego Bigongiari
Precio: 7.900$
Con “Fidel Castro: el último rey católico“, el primer libro de Loris Zanatta que traduje, se me abrieron docenas de ojos nuevos sobre Cuba y su dictador que, como el Che Guevara, hacía ya décadas que me caía atravesado. Pero gracias a Zanatta comprendí el por qué de mi disgusto. Traducir ese libro ajustó mi mirada y juicio hacia Fidel Castro y su revolución cubana.
Me excuso con mis amistades católicas ya que no es mi ánimo ofenderlas. Si bien, como leí en estas páginas, hoy son tantos los católicos argentinos con una imagen positiva de su iglesia y pontífice como aquellos con una imagen negativa. Es que nunca antes me había sucedido que traducir un libro me transformara (sí me había ocurrido que me movilizara). Antes de estas páginas de Loris Zanatta, me consideraba agnóstico, tolerante o más bien respetuosamente indiferente frente a cualquier creencia religiosa. Pero a medida que iba adentrándome en el texto, que resume los diez años de Bergoglio como papa en relación a la Argentina, me fui transmutando en un ateo cada vez más flamígero, luego en un anticlerical y antijesuita furibundo, finalmente en un antipapa ardiente. Es que como nunca me importó nada ni de la iglesia católica ni de sus papas, aunque leo varios diarios cada día si la noticia es sobre pontífices, cardenales, obispos o curas no voy más allá del título. Así, yo ignoraba toda la pestífera hiel que vomitó esa iglesia sobre mi país a lo largo de diez años. Hoy soy un enemigo que sólo desea verla jibarizada al tamaño de una iglesia católica uruguaya, bien cosido su pico sobre los asuntos de nuestra Res Publica.
Porque la iglesia católica argentina es mucho más que una cofradía de antiabortistas y encubridora de pedófilos como tantas otras filiales del credo, desacreditado por decenas de miles de abusos globales. En Argentina, es una banda patotera del laicismo, de violadores seriales de la República y de la Justicia, de abusadores y acosadores de la Constitución Nacional, liderada hoy por Jorge Bergoglio que inexplicablemente oficia de papa en el Vaticano, aquella ciudadela romana donde parece que su dios jamás estuvo: alguien capaz de recibir en audiencia a personajes de muy discutible calibre democrático e impoluto como Hebe de Bonafini, Milagro Sala y Emerenciano Sena, sindicalistas mafiosos, funcionarios corruptos, incluso barrabravas asesinos. La iglesia católica argentina es rea confesa y convicta de la decadencia argentina, cómplice culpable de la pobreza y la miseria. Desaparecidas las fuerzas armadas, la iglesia es la organización más hipócrita y dañina de nuestra sociedad, a la par con su aupado movimiento peronista. La recopilación que hace Loris Zanatta de sus falsificaciones y mentiras a lo largo de diez años es una historia argentina de la infamia, la cobardía y la parcialidad. Desde sus arzobispos hasta sus curas villeros son cómplices obtusos, partícipes del delito, o cínicos encubridores.
“Puntero de Dios” deja pensando: ¡qué país más igualitario, rico, libre e importante para el mundo sería la Argentina si no existieran el peronismo y esta iglesia católica, si ambos desaparecieran de nuestro horizonte como los militares de la política! Una y otra vez, página tras página, se repite la escena de papa, cardenales, arzobispos, obispos y curas actuando un “primitivo ritual político religioso extraño a la más elemental gramática laica y republicana” que da ganas de echar a patadas en el trasero a esa pérfida y retrógrada congregación y confiscar sus templos, además de clausurar sus escuelas y universidad. Emerge, nítida, la figura de un papa “nacional y popular”, de un Vaticano devenido unidad básica peronista, de un catolicismo fascistoide.
Con todas las agresiones eclesiásticas y vaticanas a las instituciones democráticas y republicanas de la Argentina a lo largo de la década bergogliana resumida en estas páginas, habría motivos de sobra para que la República Argentina no sólo rompiera relaciones diplomáticas con el amurallado paisito sotanudo de Roma, sino incluso para declararle la guerra. Nuestras diezmadas fuerzas armadas pueden contra la guardia suiza. Y quizá buena parte del mundo aplaudiría divertido, para distraerse del drama de Ucrania con una bufonada rioplatense en Trastevere.