Stalin fue un Hitler, Lenin fue un Stalin. ¿Y Trotsky qué fue? (II)

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Siempre glosando –como en la nota anterior– el magnífico libro de Orlando Figes (“La tragedia de un pueblo. Una historia de la revolución rusa”) en traducción mía del inglés, leo que tras las elecciones de noviembre de 1917, Trotsky dejó bien claro que los bolcheviques no iban a tolerar una asamblea constituyente que les fuera adversa.

Trotsky

Trotsky no era precisamente un humanista: “incluso adujo que dado que la burguesía ya estaba desapareciendo de la escena de la historia, las medidas violentas de los bolcheviques contra ella eran por su propio bien, dado que la ayudaría a superar su desdicha incluso más rápido: ‘No hay nada inmoral en que el proletariado acabe con una clase que está colapsando: eso es su derecho’

Apenas dos meses después de la revolución de octubre, las cárceles estaban tan llenas de presos políticos que los bolcheviques comenzaron a liberar delincuentes comunes para hacer lugar. Los prisioneros políticos más ricos podían ser liberados si pagaban un rescate. El 5 de diciembre de 1917 el Comando Revolucionario Militar fue abolido y el 20 fue creada, sin ni siquiera un decreto público, la Checa (Comisión Extraordinaria de Toda Rusia para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje), la primera policía secreta soviética con sede desde marzo de 1918 en el infame edificio de la plaza Lubianka, al mando del asesino polaco Félix Dzerzhinski. La Checa iría cambiando de nombre y de jefes pero siguió funcionando allí como NKVD, KGB y hoy FSB. En una carta de año nuevo, Máximo Gorki escribió a su mujer: ‘Está claro que Rusia se dirige a una nueva y más salvaje autocracia’.

Trotsky fue pionero en la conscripción masiva de trabajo burgués en los primeros días del Ejército Rojo, donde eran empleados para tareas no combativas en la retaguardia, tal como cavar trincheras y limpiar cuarteles. Pero pronto se volvió una práctica general de los soviets ciudadanos. Aristócratas, ex directores de fábricas, accionistas de bolsa, abogados, artistas, curas y ex oficiales eran forzados a hacer trabajos como limpiar la basura o la nieve de las calles. Mientras tanto, comisarios y grupos de trabajadores ociosos los rodeaban fumando y observando con obvio placer como esas damas y caballeros bien vestidos, que nunca habían trabajado manualmente en su vida, luchaban por manipular sus palas y picos. (…) Como Trotsky lo dijo en un discurso que expresó perfectamente la psicología de la chusma: ‘Durante siglos nuestros padres y abuelos estuvieron limpiando la basura y la suciedad de las clases dominantes, pero ahora nosotros les haremos limpiar nuestra suciedad. Debemos hacer la vida tan insoportable que pierdan el deseo de seguir siendo burgueses’.”

Tras reclutar a unos 75 mil ex oficiales del ejército zarista para el Ejército Rojo, Trotsky estableció que todo acto de traición por parte de éstos era ‘al mismo tiempo una traición a sus familias -sus padres, madres, hermanas, hermanos, mujeres e hijos’. La decisión de Trotsky de emplear ex oficiales zaristas provocó oposición y disgusto. Los “‘hijos del proletariado’ estaban resentidos al tener que dejar lugar a oficiales que habían gozado de todos los privilegios de una cuna noble y educación en la Academia Militar. Mucho de su fastidio, como oficiales de menor rango, era provocado por lo que veían como la arrogancia de Trotsky y sus modales bonapartistas a la cabeza del Ejército Rojo. Siempre llegaba al frente en su ricamente equipado tren (Trotsky era bien conocido como gourmet y su tren estaba equipado con su propio restaurante de alta categoría). Sus comisarios siempre estaban vestidos en uniformes inmaculados, con caras botas de cuero y brillantes botones dorados. (…) Pero nunca destacó por su tacto -el mismo Trotsky una vez admitió que no era querido en el Partido por su ‘aristocratismo’”.

Además de los ex oficiales zaristas, Trotsky decretó la conscripción masiva: los alemanes atacaban en Ucrania, los británicos en el norte, los checos en el Volga, los japoneses en el lejano oriente y los blancos en el Don. El Consejo Militar Revolucionario de la República, comandado por Trotsky, se volvió el órgano supremo del Estado.

El estado del Ejército Rojo era patético: más hombres morían por enfermedades que en la batalla. En 1920, un tercio del ejército contrajo tifus. El propio Trotsky, en el frente sur en junio de 1919, quedó impactado al ver los trenes llenos de heridos y enfermos sin ropa, ni médicos o enfermeros, ni comida. También le chocó que sus soldados realizaran pogromos en Ucrania, donde había crecido y vivían parientes suyos. Otro problema de su Ejército Rojo eran los desertores: un millón el primer año, unos 4 millones hacia 1921.

Trotsky también impulsó la expropiación de todos los excedentes de granos de los campesinos, aunque la izquierda socialista revolucionaria los acusara de “hacer una guerra civil contra el campesinado’ a lo que él respondió, en la asamblea: ‘¡Nuestro Partido está por la guerra civil! La guerra civil debe realizarse por el grano. ¡Nosotros los soviets vamos a la batalla!’ Escribe Figes: “A este punto un delegado gritó: ‘¡Viva la guerra civil!’ Sin duda lo había dicho en broma. Pero Trotsky se dirigió a él y replicó con mortal seriedad: ‘¡Sí, viva la guerra civil! Guerra civil por la salud de los niños, los ancianos, los trabajadores y el Ejército Rojo, guerra civil en el nombre de una directa y despiadada lucha contra la contrarrevolución’”.

Trotsky había planeado un juicio al zar similar al Luis XVI donde él sería el principal acusador y todo el proceso sería transmitido por radio al país. Pero Lenin le ganó de mano y ordenó que ejecutaran al zar, la zarina y todos sus hijos. Trotsky no se incomodó. Una vez había dicho ‘Debemos poner un final para siempre a ese blablablá papista-cuáquero acerca de la santidad de la vida humana’.

Trotsky tampoco se escandalizó frente al Terror Rojo ordenado por Lenin y realizado por Dzerzhinski al frente de la Checa. Dice Figes: “Los bolcheviques justificaban el Terror como una guerra civil contra la contrarrevolución. Pero nunca aclararon quiénes eran aquellos ‘contrarrevolucionarios’ (…) El Terror era una guerra del régimen contra el conjunto de la sociedad -una forma de aterrorizar en la sumisión. ‘El terror’, escribió Engels, ‘son innecesarias crueldades perpetradas por hombres aterrorizados’

Un recorrido de las cárceles de la Checa revelaba un vasto conjunto de gente distinta. Un ex preso de la cárcel Butyrka en Moscú recordaba haber visto políticos, ex jueces, mercaderes, comerciantes, oficiales, prostitutas, niños, curas, profesores, estudiantes, poetas, trabajadores disidentes y campesinos -en breve, un corte de la sociedad. La poetisa Gippius de Petrogrado escribió que ‘no había literalmente una sola familia que no tuviera a alguien secuestrado, arrestado o completamente desaparecido’ como resultado del Terror Rojo. (…) Pero el principio impulsado por Lenin (que era mejor arrestar a cien inocentes que correr el riesgo de dejar libre a un enemigo del régimen) aseguraron que los arrestos al por mayor e indiscriminados se volvieran una parte general del sistema.

Las condiciones en las cárceles de la Checa eran incomparablemente peores a las de las cárceles zaristas, donde incluso Trotsky fue tratado (y retratado) como en un confortable hotel. Según Figes, “la creatividad de los métodos de tortura de la Checa se comparaban sólo a los de la Inquisición española. Cada Checa local tenía su propia especialidad.” En Kharkov los chequistas se hacían guantes con la piel de los presos sumergiéndoles las manos en agua hirviente. En Tsaritsyn serruchaban los huesos por la mitad. En Voronezh hacían rodar a las víctimas dentro de barriles llenos de clavos. En Armavir fracturaban los cráneos con una cinta de cuero y un cerrojo de hierro. En Kiev colocaban una jaula con ratas en el torso de la víctima y la calentaban de manera que las ratas comían su vía de escape. En Odessa los encadenaban a una plancha y los empujaban lentamente a un horno o un tanque de agua hirviente. En invierno, echaban agua a las víctimas desnudas hasta que se volvían estatuas de hielo. Hacían simulacros de fusilamiento, enterraban vivos, encerraban en ataúdes junto a un cadáver. Obligaban a ver a los seres amados torturados, violados o asesinados. Una tal Vera Grebennikova asesinó en Odessa en dos meses a más de 700 personas, muchos con sus propias manos. Rebecca Platinina-Maisel en Arcángel mató a más de cien, incluída la familia de su ex marido, al que crucificó.

En 1919, durante una sesión del Consejo de Comisarios del Pueblo, Lenin escribió una nota y se la pasó a Dzerzhinsky. ‘¿Cuántos peligrosos contrarrevolucionarios tenemos en la cárcel?’ Dzerzhinsky anotó ‘Unos 1.500′ y devolvió la nota. Lenin la miró, dibujó una cruz junto a la cifra y se la devolvió al jefe de la Checa. Esa noche, 1.500 prosioneros en Moscú fueron fusilados por orden de Dzerzhinsky. Resultó que había sido un terrible error. Lenin no había ordenado la ejecución: siempre hacía una cruz en todo lo que leía para indicar que lo había hecho y considerado. Como resultado de un simple error de Dzerzhinsky, 1.500 personas perdieron la vida”.

Trotsky jamás dijo ni escribió nada contra la Checa y el Terror Rojo creados por Lenin, quien así dejó todo bien preparado para que luego Stalin implementara el Gran Terror.

¿Se puede seguir siendo leninista-trotskysta? ¿No es exactamente lo mismo que ser mussoliniano-hitlerista?

Continuará, siempre para peor.

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