¡UY DIÓ, LA TIERRA ES PLANA!
La Tierra según Anaximandro
Estos últimos días me tocó tocar personalmente cómo la Edad Antigua y la Edad Media sobreviven ya algo entrado el Tercer Milenio. Con unos amigos y amigas, personas a las que quiero o aprecio no sólo como personas sino además por lo que hicieron y hacen en la vida. Ya que seré polémico y no quiero herir ni fastidiar a nadie, daré los mínimos indicios de sus expresiones que me atormentaron o dejaron estupefacto y quienes las pronunciaron. Es más: haré de todos un Ello, sujeto abstracto frente al cual puedo desenvainar mi espada verbal y combatir. Porque uno no debe combatir contra amigos (ojalá se pudiera discutir, pero es un arte perdido), sin embargo hay ideas tan retrógradas que sí deben ser combatidas. Al menos por quienes todavía creemos en la Diosa Razón.
Ninguno me dijo que la Tierra es plana, como me dijeron un par de conocidas italianas de una hermanamiga toscana la última vez que anduve por allá. Aquellas dos también abundaron con las estrías químicas que lanzan los jets en la atmósfera para drogarnos a todos. Y por supuesto a la Luna jamás había llegado un ser humano. A un terraplanista, en teoría, lo desarmo en el acto: todavía conservo mi diario de navegación en un velerito de 8,5 m con el que crucé el Atlántico Sur guiándome sólo con brújula magnética, buen reloj pulsera que cada mañana comparaba con mi receptor a pilas de onda corta con la hora GMT emitida por la BBC y un sextante con el que, si no había nubes, tomaba una recta de altura de Sol a las diez, otra al tránsito meridiano y una última a las tres de la tarde. Pero más importante, aplicando en mis cálculos astronómicos trigonometría esférica, que habría errado feo en medio de mares planos. Y sin embargo me llevó a aterrizar con exactitud, tras muchos días de alta mar, en la isla de Santa Helena, en las rocas de Martin Vaz y Trinidade, y en la bahía de Guanabara. Estoy aquí ahora escribiendo esto más de treinta y cinco años después porque la Tierra es redonda. Si tuviera cualquier otra forma posiblemente habría perdido mi vida en el Atlántico Sur. Trigonometría esférica. Con ayuda de un pequeño calculador HP de bolsillo y una pieza suplementaria con programas de cálculos náuticos. Pero también con la más trabajosa tabla de logaritmos en caso que mi HP se quedara sin batería o se mojara. Es todo lo que puedo decirle a un terraplanista: yo comprobé empíricamente lo contrario y aquí están todos mis cálculos de 50 días de navegación con el Sol. Si no lo admite, o es una persona de mala fe o es un imbécil.
Por eso me siento mal cuando personas que se que no actúan de mala fe ni son imbéciles me hablan de lo maravilloso que es el método Silva, que en buena parte se basa en una pseudociencia como la parapsicología. Que personas adultas y competentes en lo suyo crean posible comunicarse a distancia o a través del sueño con otras personas, cuando pese a cantidad de experimentos científicos jamás se pudo reproducir una comunicación telepática de ningún tipo me deja estupefacto, tanto más cuando traen a colación la mecánica cuántica (de la que obviamente saben tanto como yo) que con la “transmisión de pensamiento” tiene que ver como las coles en la merienda. Y que con ondas y pantallas y vibraciones, o también un trozo de cuarzo en el bolsillo, se modifica el entorno y hasta el devenir de los días. Me desorienta que me hablen del espíritu como si alguien alguna vez hubiera visto o hallado tal cosa, fuera del lenguaje literario o poético, si se quiere también religioso. Me siento una veleta soldada, indiferente a esos vientos verbales.
Sobre eso vino otra andanada, esta vez equiparando la ciencia de la astronomía con la “ciencia” de la astrología y esto sí que me enfurece, porque es un insulto bestial y desmedido a los millares de seres humanos que dedicaron o dedican su vida a esa hermosa disciplina que es la astronomía que algunos, hace siglos, ejercieron con el riesgo de dejar el pellejo en ello. En los mismos tiempos en que ya Calderón de la Barca se burlaba de los imbéciles astrólogos. Soy tolerante con todas las creencias, mientras no sean fundamentalismos intolerantes. Si alguien me dice que cree en la astrología no tengo nada que objetar. Pero si pretende que es una ciencia como la astronomía me siento moral y éticamente obligado a discutirlo y si fuera algo más serio que un simple e irresponsable posteo en facebook, a combatirlo como se deben combatir la mentira y la falacia, o las ideas totalitarias: un país o un mundo que adoptara la astrología como ciencia es decir en universidades e instituciones sería invivible, mortal para la libertad de pensamiento. Otra vez más, me duele hondo que alguien que aprecio pretenda que Virgo o algún planeta que pasa por ahí trae humedad y frío a la Tierra: si lo cree me digo bueno, lo siento mucho por lo suyo. Pero si pretende que esa ridícula afirmación es ciencia, me saco y torno intelectualmente combativo. Otra vez, como si no hubiera una copiosa cantidad de experimentos científicos que demostraron hasta el hartazgo que la astrología no es más que charlatanería. A ello se sumó otra voz sosteniendo que la biodinámica y la homeopatía también eran ciencias refutables, lo cual es grotesco: jamás ningún científico logró reproducir ninguna de las pretendidas capacidades de esas dos pseudociencias que tanto engañifan a tantos. Recibí una larga tirada sobre la “ciencia” empírica del crecimiento de las zanahorias plantadas según los días de la Luna. No entiendo cómo personas adultas e inteligentes pueden dar crédito a esas supercherías, que fueron demostradas falsas en innumerables trabajos científicos: jamás ninguna revista científica publicó nada que probara que la Luna influye en el crecimiento de las plantas, que como mucho perciben la luz de nuestro satélite. Pero no les importa. Tampoco les dice nada que ningún productor de semillas de rabanito o zanahoria, en el reverso del sobre donde indica las épocas de siembra, diga jamás una palabra sobre la fase de la Luna para sembrar en “días de raíz”. Quizá porque les conviene que muchas semillas fallen para vender más.
Se atribuye a Einstein el dicho de que el conocimiento tiene límites pero la ignorancia es infinita y es algo muy cierto. Sólo que todas estas personas que me trastornaron con sus afirmaciones en los últimos días no son precisamente ignorantes. Más bien diría que no quieren saber nada de lo que niega a sus creencias o supersticiones. Porque se resisten a admitir que lo suyo son filosofías o religiones pero no ciencia.
A mí me sucedió con la grafología, a la que desde mi adolescencia, por cercanía con grafólogas, consideré una ciencia hasta que me demostraron que no lo era, sino pseudociencia. Sé cuanto duele tener que desprenderse de algo que era una pieza en nuestro complejo modo de percibir al mundo. Pero lo hice. Aunque todavía siento, irracionalmente, que la escritura y las firmas dicen algo de quienes las producen.
Pero ya no me atrevo a llamarlo ciencia.
Del mismo modo que el psicoanálisis y el “materialismo científico” también cayeron en esa ineludible categoría de Karl Popper: lo no refutable o no falsable. O sea, “Dios existe”.
¿La letra de CFK lo dice todo?
El Universo según Cosmas Indicopleustes
Creo que estas amistades se aferran a estas supersticiones (y creen que las vigorizan definiéndolas como ciencias, cuando en rigor las cargan de plomo) por miedo. Miedo a una muerte más allá de la cual no hay ninguna espiritualidad. Miedo a la soledad existencial. Miedo a un Universo que nos ignora por completo, para el cual nuestra existencia y la vida en la Tierra es cero. Miedo a no poder controlar todo, desde el crecimiento de los vegetales a la vinificación. Me recuerdan aquella tierna visión cosmológica del Indicopleustes, quien hacia el año 550 diseñó un universo en forma de cajita musical, con el Sol adentro. Con el método Silva, la astrología, la biodinámica, la homeopatía y varias otras de estas “artes” lo que logran es el mismo efecto reconfortante que vivir dentro de una cajita musical Indicopleustes, algo seguramente más tranquilizador que habitar una inmensa explosión del todo indiferente a nuestra suerte y existencia en un puntículo cualesquiera de una infinitud a que le chupa un huevo de la humanidad y de la Tierra.
La Tierra según la visión homérica