1. Nosotros y las rutas
Creo que los argentinos somos mejores personas en la ruta que en las calles. En ruta abierta, camino rural o huella perdida somos gauchos y solidarios, capaces de auxiliar al desconocido y prestar generosa asistencia a quien lo necesita. En el camino, nuestra moneda de curso legal que no se devalúa con los años es la gauchada: en cada largo viaje carretero inevitablemente uno termina haciendo o recibiendo gauchadas. Si calculo la cantidad de veces que hice o recibí gauchadas andando por las rutas del país me siento rico.
Pero es curioso: ese talante caballeroso se nos difumina apenas llegamos a la rotonda o el arco de acceso a una ciudad. El donaire rutero se nos troca en desgarbo callejero. En medio de la nada éramos capaces de detenernos incluso con lluvia o de noche a prestar asistencia a un desconocido pero en medio del hormiguero urbano somos incapaces de ceder la prioridad en una bocacalle a quien la tiene. Podemos perder un buen rato de viaje ayudando a cambiar un neumático o resolver un problema mecánico a condición que eso ocurra en ruta abierta: en el semáforo no soportamos que el de adelante nos haga perder un segundo de luz verde. A los argentinos la ruta nos ensancha el alma y la calle, nos la encoge.