10. Los correntinos
Hay un millón de correntinos y yo sólo tuve trato con pocas docenas, así que no puedo decir que los conozco. No tengo amigos correntinos y en veinte años debo haber pasado diez días en la provincia, a la que recorrí por todos sus caminos principales, ciudades y pueblos. Me encanta el paisaje correntino del Paraná al Uruguay con las vastedades del Iberá y el Paiubre. La costanera de la ciudad de Corrientes me parece de las más lindas del país fluvial. También me gusta el clima, ya casi tropical pero sin exceso. Aprecio su policía provincial caminera porque es de las que menos hinchan las pelotas al viajero con planillas y preguntas estúpidas. Pero no tengo onda con los y las correntinos/as. No les encuentro gracia ni dulzura en el hablar, como en Formosa. Con frecuencia no entiendo lo que dicen, si me hablan campestre y de prisa. Y tengo la impresión de que los correntinos sonríen poco, que en Corrientes me sonríen menos que en otras partes del país. Me resulta una provincia de naturaleza risueña pero donde la gente y los pueblos no trasudan mucha alegría de vivir. A pesar del carnaval, el chamamé y el chamigo, encuentro algo sombrío en los correntinos.
Cuando entro en Corrientes desde cualquier dirección tengo la impresión de estar entrando a otro país: la Mesopotamia es un invento entrerriano, porque Corrientes, más que una república, es una isla. Mental y culturalmente, los correntinos son casi tan isleños como los corsos y los sardos y se les parecen bastante. Imagino que se deben haber resistido bastante en 1947 a dejar de manejar a la inglesa por la izquierda y pasar a hacerlo a la americana y europea, por la derecha. No son del todo argentinos, no sólo porque allí el peronismo nunca ganó una elección y tienen sus propios centenarios partidos políticos autonomista y liberal. Corrientes es la provincia más machista de Argentina y las bellas correntinas a juzgar por sus atuendos de ciudad, playa y carnaval son las menos feministas de las argentinas.
Es una de las provincias más antiguas del país, de fuerte vocación religiosa y con una pesada mochila de tradiciones seculares hispánicas, jesuíticas, guaraníticas y criollas: la antípoda de Entre Ríos, Misiones o Chaco en cuanto a inmigración de colonos europeos. Igual que en Salta, en Corrientes lo gauchesco es menos dominguero y festivo que en Buenos Aires y está arraigado en la vida diaria. A pesar de las forestaciones, los arrozales y los semilleros transgénicos, todavía es una tierra de grandes estancieros ganaderos y pobres peones rurales a caballo con una profunda división de clases. De un lado los correntinos ricos con sus poderosas camionetas y sus lanchas con motor fuera de borda, lindas casas con vista al río y su empilchado aún más marquero y cheto que los porteños. En la otra orilla los correntinos de moto, bicicleta, caballo y a pie, que parecen de otra raza que los ricos.
En todas las rutas argentinas se encuentra de vez en cuando algún boludo al volante y por culpa de Doctor Menem ya no podemos saber por la chapa del vehículo de qué provincia proviene el tarado. Del boludo argentino al volante ya dije en otra parte. Pero después de algunos miles de kilómetros por rutas, caminos y huellas correntinas tengo la impresión de que en ellas hay más probabilidades que en otras provincias de encontrarse con el boludo carretero del tipo “guapo alfa al volante”. Ni en los ripios de Patagonia ni en las cornisas andinas abunda esta clase de individuos pesadamente testiculares que consideran una afrenta a su virilidad el que uno se les adelante. En una huella arenosa o en la ruta nacional en Corrientes me sucedió más de una vez alcanzar a otro vehículo claramente lugareño y que se negara a cederme el paso, acelerando. Eran machos correntinos que sentían como una capitis diminutio dejar pasar a quien va un poco más rápido. Esos varones correntinos son muy caballeros, pero en un sentido más árabe que español de la palabra. No me gustaría tomar alcohol con ellos.
Otra cosa es llamativa: el espíritu militarista de los correntinos. Sea porque el general argentino epónimo nació en Yapeyú, porque en esa y las otras misiones jesuíticas se vivía como en un cuartel, porque sufrió en carne propia la guerra más cruel de Sudamérica, porque su frontera del este limita con la que a lo largo del siglo XX fue la principal hipótesis de conflicto de un Ejército que llenó a las ciudades correntinas de cuarteles (casi no hay una que no tenga el suyo), porque la pobreza y falta de oportunidades llevaban y llevan a muchos correntinos a alistarse en Ejército, el hecho es que Corrientes es posiblemente la más filomilitar de las provincias argentinas. En Goya, por ejemplo, una calle céntrica se llama Ejército Argentino: no importa, porque en Córdoba hay una avenida mucho más importante y más militar con el mismo nombre, decorada con material bélico en desuso. Me gustaría recorrer los planos de mil ciudades de provincia europeas o norteamericanas para ver si en alguna existe una calle American o British Army, Armèe Francaise, Esercito Italiano o Bundeswehr ya que no más Wehrmacht. Lo dudo. (addenda: ver comentario al pie)
Después, está esa cosa algo tenebrosa de los payé, los curundú, los curupíes, el San La Muerte y los gauchos santos Gil, Lega, Antonio María y Aparicio Altamirano todos de muerte brava y tumbas visitadas, las historias de degüellos feroces entre liberales y autonomistas, sangre tan fresca que todavía algunas tumbas en los cementerios se pintan con el color de cada partido, celeste o colorado. La naturaleza correntina contiene pirañas, caimanes, serpientes yarará o cascabel y arañas pollito pero el imaginario es aún más rico de supersticiones, lugares santos y malditos y seres sobrenaturales. Y el asesinato pasional, político o comercial se practican con una frecuencia que parece algo acentuada para un millón de personas.
Lo más raro de Corrientes es su relación no tanto con la distante Buenos Aires (a la que ignora o detesta) sino con el vecino Paraguay. Es la única provincia argentina que tiene nombre guaraní (Taragüí) y lo reconoce como idioma oficial; la cultura guaranítica está en el habla, la toponimia, el mate tereré y la comida. Pero Corrientes no tiene ninguna relación formal o física con el Paraguay a pesar de que comparte más de cuatrocientos kilómetros de frontera fluvial. No hay un solo puente entre Corrientes y Paraguay: el camino que cruza por la represa de Yaciretá desde Ituzaingó a Ayolas no es un paso fronterizo habilitado. Los correntinos no miran al Paraguay como la madre patria de su cultura guaranítica, ni como a un pueblo hermano. No mantienen con los paraguayos un trato íntimo y hormigueante como los formoseños y los misioneros. Se diría que los miran de reojo, como si la guerra de la Triple Alianza hubiera sido ayer. Cierto es también que la orilla paraguaya del extremo sur en el inmenso Paraná frente a Corrientes es un territorio selvático sin rutas ni pueblos, ideal para el contrabando.
En Orangeburg, Nueva York hay un US Army Road, y hay varios en los EEUU llamados Army Road o Old Army Road. 😁
¡Gracias Dan por el dato!