13. Telefonemas al Interior

 In Blog, Guía Existencial Argentina, III. Provincias

(Esta nota fue escrita hace ya unos años, cuando todavía me ocupaba de escribir guías de viaje)

Para actualizar información de lugares que conozco y donde estuve no hace mucho, me nutro de varios baqueanos, guías y empresarios en diversas provincias que me brindan su valiosa información.

Además, uso mucho el teléfono. Gasto en llamadas de larga distancia porque me basta llamar a un restaurante o parrilla y ya por cuando y cómo atienden el teléfono me dicen bastante…y más al conversar un minuto. Llamo a oficinas de turismo de La Quiaca a Ushuaia para pedir datos y uso el correo electrónico para recibir lo que me envían. Me complace escuchar una voz humana en lugar del sintetizador vocal con opciones numéricas.

Y eso es lo que más me agrada de llamar por teléfono al Interior, desde mi escritorio: son más las veces que atiende una voz humana antes que un sistema automático y programable como ocurre casi siempre en Buenos Aires y alrededores.

Me gusta llamar personalmente al Interior. Sentir que cada ring equivale a cincuenta o cien leguas de distancia. Figurarme mentalmente el lejano lugar al que llamo.

Aprender las reglas del Interior: a las oficinas públicas mejor llamar sólo por la mañana. A todos presentarse por nombre y apellido, porque la gente del Interior no conversa telefónicamente de nada con nadie sin saber con quién habla ni para qué. A muchos celulares del Interior hay que entenderlos como buzones portátiles e inteligentes que transcurren buena parte del día sin señal. Cuando se entabla una conversación, se la mantiene hasta agotarla y saludarse con cordialidad y sin apuro.

A mí que una juvenil y respetuosa voz femenina del Interior se despida diciéndome “que ande bien” me mata, a comenzar porque estoy sedentario en mi escritorio. Los timbres del castellano argentino según llame a Jujuy, Salta, Tucumán, San Juan, Corrientes o Formosa me deleitan tanto como me aburre nuestra anomia dialectal patagónica: desde Neuquén hasta Ushuaia se habla igual.

Me encanta el contraste de voces telefónico entre mi acento rioplatense y el de mi interlocutor del Interior, con sus propias pausas y tiempos. Allá adentro hablan más lento y más despacio a través de los teléfonos que quienes merodeamos a la Capital sea con el fijo o con el móvil.

Hablar por teléfono con el Interior a mí me resulta benéfico. Me hace bien oír la voz de personas que están en la Puna, en la Patagonia, en la bodega o la estación de servicio YPF a diez leguas de ninguna parte. No sólo me informan: me brindan pistas y contactos. La generosidad es la norma y la reticencia, la excepción. La mala educación, en el Interior telefónico de mi país, en mi experiencia no existe: las únicas personas de trato rudo que encontré eran porteñas trasplantadas con sus neurosis al Interior.

Es lindo habitar un país tan grande para hablarle adentro. Donde todavía hay pueblos que sólo tienen una cabina telefónica pública que hace el servicio para todos los habitantes. Y otros donde la conexión telefónica es por radio, con retrasos de transmisión que impiden hablar uno encima del otro, como en los barcos. A veces, sobre todo en celulares patagónicos, se oye soplar el viento. Mantuve algunas conversaciones telefónicas con el Interior que sonaban tan valiosas allá y acá como una llamada de Moscú a una aldea perdida en Siberia.

Llamar a Buenos Aires es otra cosa. Más allá de las cotidianas secretarias y telefonistas de voz y trato argumentable, una que nunca olvidaré fue hace un tiempo al celular de un amigo. Cuando empezamos a hablar escuché fuerte y claro una voz masculina que profería la sarta de insultos y groserías que anticipa una pelea a trompadas. Me pareció llamar en un mal momento y pregunté a mi amigo si estaba todo bien.

–Claro que sí– dijo– estoy en un taxi y el taxista se está puteando con otro.

Y seguimos conversando tranquilamente, pero con el ruido de fondo del protocolo callejero porteño como si fuera tango en la radio de ese taxi amarillo y negro.

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