14. El Impenetrable, penetrado

 In Blog, Guía Existencial Argentina, III. Provincias

En la primavera de 2010 recorrí por primera vez dos rutas que me intrigaban desde hacía años: fui hacia el oeste por la nacional 16 a través del Chaco y volví hacia el este por la nacional 81 a través de Formosa: la descripción detallada de sus atractivos se encuentra en la Guía YPF del Litoral.

Son dos rectas pavimentadas y de escaso tránsito de cientos de kilómetros a través de la planicie que más allá de la mutación climática de las húmedas riberas del litoral a las resecas y espinosas llanuras del Impenetrable y de nuevo a la humedad al pie de las sierras salteñas no contiene grandes atractivos aunque sí, como toda larga ruta argentina, algunas sorpresas: la tortuga que cruza lentamente la ruta, una increíble lluvia de mariposas después de una lluvia primaveral, vacas muertas de sed o el templete del Gauchito Gil más simpático de toda la República en el kilómetro 750 de la nacional 81, logrado dentro de la enorme panza cavernosa de un gran palo borracho.

Lo más impactante de la travesía por estas dos rutas es cómo avanza el desmonte de tierras en el Chaco, Formosa y Salta para hacer lugar a los cultivos tecnificados de soja. Se ven enormes extensiones de monte que está siendo talado, vastos campos ya talados pero no sembrados donde una brisa de viento levanta polvaredales increíbles llevándose el suelo y grandes plantaciones de soja, trigo y maíz con o sin riego artificial según la longitud terrestre, es decir, el régimen de lluvias. En algunos lugares como Avia Terai (que hace años era un caserío somnoliento) hay construcciones modernas de empresas relacionadas con la agricultura tecnificada de ciclo continuo y algunas residencias bastante confortables que supongo son de los ingenieros agrónomos que conducen esas plantaciones. También se ven algunos destacamentos de una Policía Ecológica de la Provincia del Chaco con un poco de rollizos de quebracho y pilas de bolsas de carbón decomisadas que parecen más una excusa justificatoria que una verdadera policía. Donde más duele el desmonte es en Salta, en cuyas rutas entre el pie de las sierras orientales y la llanura se ve una brutal campaña de desmonte que incluye grandes incendios sin duda provocados. En Chaco la tecnología agrícola más vanguardista convive con la explotación forestal más primaria: los grandes iglús de ladrillo que son hornos de carbón (donde con un valor agregado irrisorio se produce el insumo esencial del asadito dominical argentino) que desprenden un aroma acre que impregna a comarcas enteras.

No tengo una opinión formada y definitiva sobre la agricultura tecnificada basada en organismos vegetales genéticamente modificados para resistir a los defoliantes químicos. El sentido común me hace pensar que una intervención tan radical en la naturaleza eliminando todos los yuyos menos dos o tres cultivos, no debería ser sin consecuencias para el suelo y la vida. También me parece preocupante que ese uso industrial del suelo no requiera de otra mano de obra local que la de los peones empleados para el desmonte es decir para destruir su propio habitat: el resto puede hacerlo un ingeniero agrónomo y un robot sembrador-irrigador-cosechador.

Lo que no comprendo es cómo provincias que fueron tan duramente castigadas por la irracionalidad de los “ciclos” del quebracho colorado y del algodón se ofrezcan tan dulcemente al ciclo de la soja, que como todas las cosas humanas tendrá su apogeo y luego su agonía. Porque no es lo mismo arrancar alambrados (por más que cueste fortunas volver a instalarlos) en una pampa húmeda donde nunca hubo monte y llueve mucho, que arrasar con todo en llanuras cuyo pobre suelo sólo existe gracias a un monte espinoso y de secano de muy lento crecimiento. Viajé bastante por Chile como para saber que allí no se puede desmontar un metro cuadrado sin pedir autorización al organismo estatal protector de los bosques. No me sorprendería en absoluto que en Chaco, Salta o Formosa exista la misma prohibición: sólo en el papel.

Cuando termine el “ciclo de la soja” en la pampa húmeda bastará con volver a alambrar (que no será un chiste), meter unas vacas a campo y aprender de nuevo a ensillar y montar a caballo, todo lo cual puede hacerse en poco tiempo. Pero en las llanuras chaqueñas, formoseñas y salteñas habrá que esperar muchas décadas hasta que la naturaleza repare lo que está haciendo la miope codicia humana. Y su ya tenue y muy golpeada trama poblacional y aborigen habrá sido destruida para siempre.

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