15. Salir de Buenos Aires
Si lo pensamos bien mirando el mapamundi, no hay muchas capitales y países como el nuestro donde salir de la capital (que además es la mayor ciudad) sea algo tan fuerte como es salir de Buenos Aires. Es que no hay otras megalópolis rodeadas por la pampa y semejantes distancias hasta volver a encontrar otra ciudad. Para el porteño, salir de Buenos Aires es más que salir de la ciudad. Es un salirse de uno mismo, dejar atrás hábitos y neuralgias: si uno va de vacaciones, para desenchufarse y si uno va por trabajo, para enchufarse con transformador o estabilizador de tensión al voltaje propio del Interior, que no es el mismo que el de la Ciudad Autónoma. Ese largo baño de rectas en la pradera purifica al porteño que se aleja de Buenos Aires y tonifica al provinciano que se acerca.
La Argentina interior empieza cuando, por fin, a fuerza de hacer ciento treinta kilómetros por hora, dejan de escucharse las radios de Buenos Aires. Cuando la vastedad del horizonte se mastica primero a las FM, luego también a las estaciones AM y finalmente no queda nada más que un viento electromagnético crepitando en el horizonte vacío de la radio. De todos modos, nadie en esa ciudad parecía tener nada demasiado importante para decir.