16. La mano de obra y el personal
Entre Salta y Neuquén, si se habla con algún emprendedor en vitivinicultura, olivicultura, hotelería o gastronomía, hay un tema recurrente: la dificultad para encontrar mano de obra para las labores agrícolas y personal para la industria turística. Como el asunto me interesaba, solía preguntar al respecto y nunca encontré a nadie que me dijera “no hay problema con la mano de obra y el personal, es abundante y responsable”. Al contrario, en todas partes había lamentos: o eran los planes Trabajar (que los empresarios llamaban “Descansar”), o las variadas subvenciones que las provincias y/o la nación distribuían en economías locales yertas (los empresarios decían: “las mujeres prefieren tener hijos y cobrar por cada uno antes que trabajar”), o eran los vagorosos empleos estatales (los empresarios decían: “si les pagan para tomar mate, ¿para qué van a trabajar?”), o eran la minería o el petróleo (los empresarios dicen: “es imposible competir con esos sueldos”). Si no es que directamente dicen: “aquí son vagos y no les gusta trabajar”, “vienen hasta que cobran y después desaparecen hasta que se les acabó la plata”, etcétera.
En Italia, hace treinta o más años, se escuchaban lamentos similares que gracias a la mano de obra barata del este europeo pasaron de moda. En esos años en la izquierda extraparlamentaria italiana se hablaba de las “necesidades secundarias” del proletariado (llamáranse vacaciones en Cuba o la “semana blanca” en la nieve) y también de “la crítica integral del trabajo”: los lavoratori estaban hartos de marcar la tarjeta todos los días y había que liberarse de este yugo. Hoy la izquierda que defendía esa política en la práctica no existe más.
Pero los obreros y campesinos italianos por entonces ya tenían todos casa, auto, salud, vejez y educación para los hijos asegurada. Me parece que en nuestras provincias andinas la “crítica integral del trabajo” gracias al populismo peronista llegó con una generación o dos de anticipación. Para alcanzar el bienestar general en esas ciudades y pueblos habría que trabajar duro algunas décadas, rogando para que todos los vectores de la economía argentina se mantuvieran en rumbo firme y continuo. Pero no tengo la impresión de que estemos yendo para allá: en las economías regionales hace tiempo que se cosechan los amargos frutos del populismo peronista: dulces para muchos. Y ahora del populismo libertario: chocolate amargo para todos. Los jóvenes parecen estar más tuneados con el ciber, la motito, las pilchas y el boliche que con la cultura del esfuerzo y el trabajo. Y quizá hacen bien, porque vivir aquí y ahora parece preferible a matarse trabajando durante años para que la Argentina después te estafe, licuando su moneda. Pero es llamativo ver en Mendoza y en San Juan que en tiempos de cosecha hay jóvenes que prefieren la insalubre pero fácil changa de limpiar vidrios en los semáforos a la dura cosecha en viñedos y olivares. Los empresarios y los sindicatos también tienen algo que ver en esto, pero de eso digo en otra parte. Me gustaría resucitar sobre todo a Sarmiento pero también a San Martín y a Belgrano, a Rivadavia y a Moreno para que tomaran vistas del tema y opinaran al respecto. Mi impresión es que el populismo peronista y ahora libertario está asfixiando lentamente y antes de tiempo a una cultura del trabajo que en estas tierras de agricultores y alfareros existía desde bien antes de la llegada de los españoles primero y de los italianos al segundo.
Que en esta materia somos un país enfermo me lo demuestra una anécdota narrada por una productora de buenos vinos en Mendoza: en la campaña 2011, para ahorrarse conflictos y dolores de cabeza, levantaron la cosecha de uvas a máquina. Pero después apareció el sindicato de cosecheros peronistas exigiendo “el diego” para la obra social, y tuvieron que pagar aunque el trabajo fue hecho a máquina. Otro productor del Valle de Uco me narró cómo la conflictividad laboral parece a veces nutrirse de la fantasía de las novelas brasileras: una cosechera plantó una denuncia laboral contra su ingeniera agrónoma…por acoso sexual. Y siempre en la misma cosecha 2011, como la aceituna estaba muy caída de precio dejaron de registrarse robos en las plantaciones: la mano de obra cosechera (que no se encuentra si se la quiere pagar por jornal) se desplazó al Valle de Uco a robar nueces, mucho más valiosas.
El colmo sucedió en la vendimia 2013: en algún viñedo de San Martín se encontró que la cosecha se levantaba de noche con “trabajadores esclavos” para no ser detectados por el Ministerio de Trabajo.
Desde hace ya muchas vendimias en Mendoza es más rentable la cosecha mecánica: la miopía del Estado, los sindicatos y los productores (cuyo insumo más barato, a valores internacionales, sigue siendo la uva) están logrando destruir la cultura y civilización del trabajo en la vid. Ya hay docenas de máquinas en Mendoza haciendo el trabajo de gentes que no sabe hacer muchas otras cosas. ¿Y después, qué?