16. Up the Khyber
Nunca crucé el mítico pinkfloydiano paso Khyber entre Pakistán y Afganistán pero me consuelo pensando que con sus mil metros de altura es una broma comparado con los pasos que crucé en nuestros Andes y camino a Chile o en Bolivia. Subir y bajar por pasos carreteros es la máxima gimnasia motorizada posible en nuestro planeta y tenemos algunas de las mejores pistas del mundo para eso. Unos brutos machazos pasos de asfalto y ripio sin nada de pinitos, laguitos y casitas de té junto al camino mariconeando al modo alpino. Acá es la Pachamama en bolas, es decir, piedra desnuda o a lo sumo cubierta con yuyos xerófitos y cardones en las partes más bajas. Masas rocosas arqueadas y corcoveadas como en una fornicación geológica continental en curso. Montañas que parecen websites con letrero de “sitio en construcción”. Mineral con más muecas y colores que la carne, deyecciones volcánicas colosales, conos palpitantes o yertos entre las sábanas blancas de los salares. Para alucinar no hace falta ir a Angualasto a ver a un brujo diaguita que nos haga aspirar polvillo de horco cebil en una antigua pipa Condorhuasi.
El verdadero paso es aquél de más de cuatro mil metros sobre el nivel de los pejerreyes. El que requiere uno o dos mil metros de ascenso o descenso vertical sobre la tierra circundante. La serpentina de montaña sin guardarriel como en el paso del Agua Negra (4.779 metros) en San Juan que hice sin encontrar más que un auto en medio de una nevada de verano: las nubes algodonaban los tajos en la montaña y aliviaban el vértigo hasta que se abrían para mostrar la magnitud de la herida y del otro lado del abismo aparecía dibujada otra cornisa por la que sólo se animan los mineros. Uno llega tonto a la máxima altura: de tan poco oxígeno, de tanta curva, de tanta roca gritando piedra.
Otra cosa es el paso de San Francisco (4.748 metros) que más allá del rojo marciano rabioso de la quebrada de las Angosturas es de larguísimas rectas en suave ascenso por el inmenso valle de Chaschuil, casi sin curvas y con unos caracoles amplios y suaves sólo al final, después de Gendarmería y Aduana en La Gruta. Aquí no mata el abismo, sino la velocidad: cuando pasé había un auto volcado fresco en una recta en medio del valle. Al llegar al paso pregunté a los gendarmes y dijeron que el accidente fue el día anterior y murió la madre de uno de ellos en el vuelco. Las rectas de Chaschuil invitan a la alta velocidad pero traicionan con las banquinas, el viento y un par de chicanas extrañas.
Lo formidable de estos pasos del norte argentino es que no llevan a Chile, sino a nuestro país limítrofe: la Luna. En la Luna de Atacama la República de Chile al parecer tiene reivindicaciones territoriales ya que mantiene como destacamentos de astronautas a algunos remotos retenes de Carabineros. Hay que hacer un pedazo de kilómetros cuesta abajo por la superficie selenita antes de llegar a un planeta que más que a la Tierra se parece a Marte, con marcianos que hablan con acento shileno.