18. El viandante de la 40

 In Blog, Guía Existencial Argentina, II. Rutas y caminos

Volvíamos con mi entonces novia, luego mujer y después ex desde el extremo sur del país hacia el norte por la nacional 40 a bordo de una furgoneta Partner, en un viaje de relevamiento para la Guía Viajar Hoy de Patagonia. Íbamos por uno de los tramos más monótonos y desiertos de la 40, en el noroeste de Santa Cruz: hoy asfaltada, entonces era una recta de ripio en medio de la estepa, una planicie perfecta de horizonte cortado con cuchilla. Pinchamos una rueda y así me dispuse a cambiarla, operación que por causa del ripio se reveló bastante fastidiosa: a pesar de que llevaba un buen taco de madera, no había forma de afirmar bien el cricket para levantar el auto. Tardé un buen rato en encontrar la manera de hacerlo y mientras estaba en eso, vimos que en el extremo norte de la ruta aparecía un puntito. Pensamos que sería un ciclista, de esos locos que encuentran estimulante y placentero pedalear por interminables rectas de ripio patagónico, con frecuencia ladeados por el viento del oeste. Mientras seguía porfiando con el cricket, apreciamos con mis binoculares que el puntito no era un ciclista sino un caminante solitario. Ahora bien: los encuentros en medio del desierto o de la estepa son como los encuentros en alta mar. Está todo bien mientras uno tiene movilidad propia: cuando se está inmovilizado, cualquier cosa desconocida que se aproxima siempre es vagamente amenazadora, a menos de no estar en muy serios problemas y entonces pueda ser de auxilio. Por más que sea un simple caminante: un peatón solitario en la meseta patagónica tiene que estar un poco flojo de la chaveta. Me hubiera gustado haber terminado con el cambio del neumático antes que el peripatético llegara hasta nosotros pero no fue así, de manera que inevitablemente nos presentamos. Era un pequeño hombre cuarentón, argentino, que cargaba una mochila y según nos explicó como si fuera del todo natural, iba caminando rumbo a Tierra del Fuego, mil quinientos kilómetros desde allí. Se ofreció para ayudarme a terminar con la faena del neumático y cuando se sacó la mochila, vi con cierta preocupación que su equipaje incluía un revólver. Con su ayuda resolvimos pronto el recambio y nos quedamos unos minutos charlando. Curiosamente era casi vecino nuestro, porque venía de Ingeniero Maschwitz y según explicó de modo un tanto borroso, su periplo solitario se debía a una desilusión amorosa con su mujer. Se iba a buscar una nueva vida en el sur. No estaba claro porqué tenía que hacerlo a pie por la desierta 40 y no a dedo por la más transitada 3. Creo que le dejamos una botella de vino y alguna provisión ya que si no pasaba nadie, la noche lo encontraría en la meseta, cosa que no parecía preocuparle. No parecía feliz, pero tampoco muy infeliz. Nos saludamos y seguimos viaje hacia el norte y el caminante, rumbo al sur.

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