19. La seguridad

 In Blog, Guía Existencial Argentina, III. Provincias

Según las estadísticas, cada año en Argentina mueren en homicidio doloso unas cuatro personas por cada cien mil. Casi el doble muere en homicidios culposos en accidentes de tránsito. En Tierra del Fuego, Catamarca, San Luis y La Rioja la tasa de homicidio doloso se reduce unas cinco veces respecto al promedio nacional. Santa Fe y Formosa son las provincias donde más se mata con dolo: a causa del narcotráfico instalado en Rosario, la primera casi duplica a la tasa nacional. Es decir que en Argentina las chances de morir asesinado son menores a las de Estados Unidos, una de las más bajas en América Latina. Pero las provincias de Santa Fe y Formosa están al mismo nivel de riesgo que Paraguay y Bolivia en tanto que entre fueguinos, catamarqueños, sanluiseños y riojanos el homicidio doloso es tan raro como entre franceses, italianos o daneses.

Otra cosa es al volante: ahí sí que somos un país violento y enfermo incluso para niveles sudamericanos. En muertes de tránsito por cada millón de vehículos estamos bien por encima de las naciones civilizadas: morir de choque, atropello o despiste es argentino. Cada año, un pueblo de unos ocho mil habitantes, con sus lactantes y ancianos, muere en accidentes de tránsito y el equivalente de una ciudad diez veces más poblada resulta herida en la matanza. Los argentinos que menos matan y se matan en las rutas y calles son los chubutenses, porteños y fueguinos, con tasas de un tercio del promedio nacional. Las provincias más mortíferas en el tránsito son San Juan y Neuquén, que duplican la tasa nacional. Entre Ríos, Chaco, Santa Fe, Córdoba, La Pampa y Misiones también tienen niveles de homicidios culposos que triplican o cuadriplican a los de sus homicidios dolosos.

En robos y tentativas de robo el promedio nacional es de unos 900 cada 100.000 habitantes. Por lejos el lugar más peligroso del país es la Ciudad de Buenos Aires con más de 2.800 casos cada 100.000 habitantes. Mendoza tampoco bromea, con unos 2.000. Las provincias más seguras son La Rioja y Formosa, con tasas de un tercio del promedio nacional.

Hasta aquí las estadísticas, que como decía el poeta dialectal romano Trilussa (en una frase célebre que con frecuencia se atribuye erróneamente a otros) son aquello según lo cual “si vos comiste un pollo y yo no comí pollo, los dos comimos medio pollo”. Hoy la frase de Trilussa (quien se llamaba Salustri) resulta algo banal porque el pollo se volvió uno de los alimentos más baratos que existen, pero cuando la escribió en la Italia de anteguerra comer pollo era cosa de aristócratas. No existían los criaderos de pollos.

Pese a toda la cháchara sobre “inseguridad”, Argentina sigue siendo un país muy seguro para viajar. En ninguno de mis viajes me robaron nada, salvo en un hotel cinco estrellas de Mendoza. Fuera de algunos barrios de Buenos Aires, vastas zonas del Gran Buenos Aires y algunos barrios marginales de las más grandes ciudades, en el resto de las ciudades y pueblos argentinos el concepto de “barrio peligroso” se evapora. Ni en auto ni a pie sentí miedo de las personas en mis viajes por Argentina. No me gusta viajar de noche porque pierdo el paisaje pero a veces es inevitable y todas las veces que pinché o tuve un problema mecánico de noche en un lugar cualquiera del país siempre encontré gente gaucha y bien dispuesta. Uno de los lugares más feos de Argentina de noche eran las calles peatonales del centro de Córdoba, oscuras y cerradas de todo comercio o actividad, que se llenaban de vendedores informales de toda suerte de baratijas. Era un mercado abusivo triste y feo, pero no peligroso. Se ven más mendigos, linyeras y buscavidas callejeros en un día entre Retiro y Recoleta que en un viaje de miles de kilómetros país adentro.

Sin embargo no puedo dejar de anotar algo chocante: los viñedos mendocinos son junto a los del Perú los únicos de Sudamérica que necesitan protección de alambrados. En rigor, en Perú son impenetrables cercos espinosos y hay torres de vigilancia con guardias armados para que el vecindario no se robe las uvas maduras. Pero en todos los otros viñedos que vi de Chile al Uruguay o Brasil y de Italia a Australia y otras partes de Argentina, las uvas crecen a la vera del camino sin temor a que nadie se lleve más que un racimo. Tampoco en esos países vi bodegas con barreras y guardias de seguridad que piden identificación al visitante: ver a Dionisio acorralado por Tánatos es triste y feo.

Otro asunto es nuestra peligrosidad social al volante, aupada por la desidia de los funcionarios. Ahí si que tengo miedo de mis compatriotas también porque sé cómo manejaba yo hace veinte años, mucho antes de ser pater familias. Apenas salgo del estado natural semidesértico de la ruta argentina y encuentro tráfico o me acerco a zonas urbanas, paso a la defensiva y me prevengo contra cualquier posible manifestación del boludo argentino al volante, al manubrio o en alpargatas. Apago la música y me concentro en la tarea peligrosa de circular entre argentinos por rutas o calles que no conozco. Lo que más odio y me fatiga es la ruta nacional o provincial de dos carriles sin banquina con mucho tráfico de camiones y ómnibus; a veces estas rutas de la muerte son de un surrealismo barroco cuando al tránsito pesado habitual se suman máquinas agrícolas, autos de alta gama, chatas desvencijadas, motociclistas, ciclistas, peatones y perros como ocurre en muchas aproximaciones urbanas en el centro y norte del país. De día son feas como la parca y de noche o con lluvia son la parca misma.

Hasta en los pueblos más vulcanizados por la siesta ando despacio en una marcha baja que me frene, porque le tengo terror a los motociclistas. Nunca se sabe en cuál esquina con o sin ochava aparecerá el pendejo loco, la boludita o el gordo y la gorda con el gordito, todos siempre sin casco. Los millones de cráneos desprotegidos que circulan cada día por nuestras calles y rutas son la manifestación más evidente de la negligencia criminal de las provincias y municipios: pero en la Formosa del sátrapa Gildo Insfrán todos andan con casco, sin excepciones. Y no es la Ciudad de Buenos Aires.

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