2. Pastas y caffé espresso en el altiplano
En Italia no abundan las cocinas situadas por encima de los mil metros de altura sobre el nivel del mar. La cocina italiana es de mar o de tierra adentro hacia los bosques y montañas pero nunca más que eso. En la cultura de la pasta asciutta no está prevista la cocción a 2.000 o más metros de altura como es frecuente en Argentina. Si Galileo Galilei hubiera estudiado el problema su consejo hubiera sido: mangiate altro, o mangiatela scotta. A esa altura (poco más que la de los Valles Calchaquíes) el agua hierve a casi diez grados menos que al nivel del mar, y un diez por ciento menos de temperatura en la cocción de un spaghetti o un macarrón no es un tema menor. Creo que todo cocinero prudente por encima de esa cota debería abandonar la idea de las pastas hervidas y limitarse a ofrecerlas al horno. Pero en Argentina hay bastantes restaurantes que ofrecen tallarines o ravioles en cotas donde el agua hierve a 85 grados o poco más y eso no hay pasta asciutta que lo resista. El tiempo de cocción del paquete a nivel del mar la deja cruda y más hervor sin calor la sancocha. Cocinar buenos gnocchi en Humahuaca, San Antonio de los Cobres o La Quiaca es imposible.
Algo peor pasa con el caffé espresso: el secreto del buen café con máquina espresso más allá de su limpieza, la calidad (blend, molienda, frescura) del café y el agua (¡sin cloro!), pasa por la ventana de temperatura a la que se extrae el zumo caliente del grano torrefacto y molido: tiene que suceder a más de 90º y menos de 100ºC, con gotas de agua que están a punto de hacerse vapor. A más o menos temperatura, el caffé espresso sale amargo, quemado y/o sin la espuma que en rigor es una crema. Es que la máquina espresso no fue diseñada para funcionar a miles de metros de altura, y no funciona. Quizá por eso los pueblos andinos son tan primordiales en su cultura cafeínica. En Chile reina el café instantáneo y en Bolivia y Perú hay cosas peores: alcuzas de jarabes concentrados de café para diluir en agua caliente.