20. Putitas de mala muerte
Una de las cosas que más me indigna de las rutas argentinas es alejarme o acercarme a la ciudad de Buenos Aires por las nacionales 8, 7, 5, 3 o 205 después o antes de que se conviertan en autopistas en sus últimas docenas de kilómetros. Creo que es una de las demostraciones empíricas del lado peor de nuestra Argentina desde mediados del siglo XX: en lo esencial, esas rutas son las mismas rutas sin banquina pavimentada que se construyeron en la década de 1930 durante la presidencia fraudulenta del general masón Justo. Pasó todo el decenio de la Patria Justa, Libre y Soberana; la Revolución Libertadora y el desarrollismo de Doctor Frondizi, la Revolución Argentina de los generales Onganía a Lanusse, la Argentina Potencia del último general Perón, el Proceso de Reorganización Nacional de los mierda, el gobierno alfonsinista que quería mudar la capital mientras las rutas se caían en pedazos, la Argentina Primer Mundo de Doctor Menem, la inefable presidencia Doctor de la Rúa e hijos, Un país en serio de Doctor Kirchner, La Nación Crece de Doctora Fernández de Kirchner, Sí se puede de Ingeniero Macri, la Argentina de Todes de los doctores Infernández y el país Pedo de Buzo de Licenciado Milei y las nacionales 8, 7, 5, 3 y 205 (kilómetro más, kilómetro menos) siguen igual que a mediados de la década de 1930, cuando en toda la Argentina había 173 mil autos y 68 mil camiones. Hoy circulan más de quince millones de vehículos (de los que medio millón son vehículos pesados) por las mismas rutas que además ya no son gratuitas sino con peaje, mientras que los ferrocarriles casi desaparecieron. Y más de la mitad de esos vehículos son de la ciudad y la provincia de Buenos Aires: ¿hace falta decir más para demostrar la vacuidad de esos eslóganes y el profundo desprecio que nutrieron por la vida y la seguridad de los ciudadanos los gobiernos que desde el decenio peronista en adelante fomentaron el crecimiento del transporte de cargas y pasajeros por ruta en desmedro del ferrocarril?
Más de la mitad de las autopistas argentinas (un total nacional de 1.100 kilómetros, más 1.700 km de autovías) están en una sola provincia, no particularmente rica ni beneficiada por su cercanía al gobierno: San Luis.
Cada vez que recorro esas rutas angostas sin banquina pavimentada y saturadas de camiones, ómnibus de dos pisos, autos (de la catramina de gomas lisas a la turbomáquina alemana del energúmeno), motos y hasta cosechadoras en ciertas épocas del año me hierve la sangre. Me solivianta que en una planicie donde el único obstáculo natural a doblegar es llanura con lagunas no se hayan duplicado esos carriles hace décadas. Me resulta emético que desde hace décadas haya concesionarios que cobran peaje sin siquiera pavimentar una banquina. Me muerdo los párpados de rabia cuando descubro que un camino secundario chileno y montañoso de Pichilemu a Bucalemu es mejor que una ruta troncal nacional argentina entre grandes ciudades de llanura. Me apavora circular por esas rutas con tormenta, hidroplaneando en cunetas laboreadas por los camiones. Me descoloca que una provincia pobre como San Luis haya transformado en autopista iluminada a toda la nacional 7 y Córdoba y Buenos Aires no puedan hacer lo mismo con las nacionales 7 y 8, mientras que Mendoza tardó tanto en autopistar su tramo de la nacional 7. Me saca que los que usamos esas rutas de matar paguemos mansamente peaje sin protestar. Y me re-saca que cada vez que pierdo tiempo usando el libro de quejas en la estación de peaje esté casi en blanco, o que sean páginas desprendibles así no hay quejas previas asentadas, o que el responsable de turno me dé toda la razón dándome a entender que sus patrones son unos filibusteros. Andar por las nacionales 8, 7, 5, 3 y 205 a mí me hace mal: me convence de que somos un país de vociferantes pero impotentes castrados, gobernados desde hace demasiado tiempo por malévolos eunucos. Esas rutas nacionales troncales y de intenso tránsito no son Rutas sino (retomando ese jueguito de pibes de pueblo de arrancar la pata diagonal en la R de los letreros viales) simplemente Putas. O mejor dicho, putitas mortales cuyos cafishos son todos de “La Patria Contratista”.