22. En la piqueteada ruta de los bobcats
El primer concierto de Bob Dylan al que asistí fue en Avignon en el verano de 1982: fui en moto desde el Pirineo español con un novio de mi hermana y lo pasamos muy bien pero a la vuelta tuvimos un feo accidente cuando un francés insolado nos chocó con su auto. Por suerte mi Aermacchi Harley Davidson 250 no tuvo daños mayores y nosotros nada más que contusiones. Volvimos doloridos pero enteros. Muchos años después, mi amigo Antonio Terni me invitó a acompañarlo en un raid dylaniano a bordo de su Saab siguiendo a Bob Dylan en conciertos en Berlín, Dresden, Regensburg, Milán, Modena, Florencia y Ancona, que fue un periplo inolvidable. Unos años más tarde repetimos la experiencia escuchando a Dylan en Nueva York, Boston, Baltimore y Filadelfia. También fui a verlo en River Plate cuando tocó Like a rolling stone junto a los Rolling Stones. La última vez que lo vi fue de nuevo con Antonio y con otro amigo de toda la vida, Arshes Anasal: juntos fuimos al concierto en Vélez Sarsfield con otros amigos y después los tres hasta Rosario. Era justo al principio del inverosímil conflicto de los Kirchner contra el campo: a la ida encontramos un piquete “blando” en la nacional 9 que no tuvo mayores consecuencias pero a la vuelta no pudimos pasar por el puente Rosario-Victoria ni volver por la nacional 9. Tuvimos que desviarnos por la nacional 8 donde también había piquetes pero que no cortaban el tránsito aunque lo demoraban bien. Escuchar a Dylan en vivo con buenos amigos amantes de Dylan durante varios días seguidos, yendo a cenar y tomar algo después, siguiéndolo por la ruta con sus temas fue una experiencia encantadora en Alemania, Italia y Estados Unidos pero algo menos en mi propio país, gracias a esta cosa de que cualquier pelotudo por el problema que sea se siente titulado a cortar una ruta o autopista como modo de protesta. A mí los piquetes y los piqueteros argentinos de cualquier color y naturaleza me provocan la reacción del poeta medioeval toscano Cecco Angiolieri en su rima más famosa, la LXXXII:
“S’i’ fosse fuoco, arderei ‘l mondo; s’i’ fosse vento, lo tempestarei; s’i’ fosse acqua, i’l’annegherei; s’i fosse Dio, mandereil’ en profondo; s’i’ fosse papa, allor serei giocondo, ché tutti cristiani imbrigarei; s’i’ fosse ‘mperator, ben lo farei: a tutti tagliarei lo capo a tondo.”
En mi traducción: “si fuera fuego, yo ardería al mundo; si fuera viento, lo atormentaría; si fuera agua, yo lo inundaría; si fuera Dios, lo sepultaría profundo; si fuera papa, estaría contento porque a todos los cristianos engrillaría; si fuera emperador, yo bien lo haría: a todos les cortaría en redondo la cabeza”.
Por suerte no soy fuego ni viento ni agua ni Dios ni papa ni emperador, pero pienso que para vivir bien la posmodernidad en sociedades civiles complejas hay que ser capaces de sentir alguna simple furia antigua y medieval. Sobre todo cuando nos tocan derechos naturales como el de transitar libremente por las rutas y los funcionarios públicos que deberían ocuparse de eso, miran cobardemente para otro lado.
Como es obvio, esto ocurrió en 2008 y hubo que esperar 15 años de piqueteo habitual hasta que por fin, con el gobierno para nada liberal sino más bien autoritario que tenemos, la costumbre parezca haberse terminado: no hay mal que por bien no venga. Los últimos piquetes del “Polo Chorrero” en la autopista Panamericana durante la campaña electoral me indignaban doblemente. Por lo que eran y por lo que significaban: actos de propaganda para la ultraderecha más reaccionaria.