24. Basureando a nuestro país
No sé porqué pero vi más basura a lo largo de las rutas riojanas que en otras provincias. El contraste me resultó bastante notable con Catamarca y chocante respecto a San Luis, que debe ser la provincia más limpita del país. En La Rioja, por ejemplo en las afueras de Sañogasta y Chilecito, se ven basurales descuidados y bolsas de plástico desparramadas en el paisaje. Y es imposible hacer cien metros en una ruta sin ver botellas de plástico tiradas en las banquinas y cunetas. Una tristeza que se repite en algunos pueblos petroleros del norte de Santa Cruz donde las bolsas de plástico llevadas por el viento se desparraman por kilómetros en la estepa. Pero en la Salta tropical, allá por Pichanal, también hay basurales inmundos en medio de una naturaleza sonriente. Y qué decir de Bariloche con su Cerro Basura creciendo al lado del barrio privado más elegante de la comarca.
A lo largo de las rutas argentinas hay a veces unos inofensivos letreros que rezan “no arroje basura” y son meramente decorativos. El argentino típico tiene el auto impecable y para la basura usa el paisaje más allá de su ventanilla. Se ve tirar basura desde autos pobres y viejos y flamantes autos carísimos, ómnibus y camiones. Nunca vi a un policía hacer una multa por arrojar basura. Somos un país poco consciente de lo feo que es tirar basura en cualquier parte. Pero el basural más chocante está en torno a Buenos Aires: sólo alrededor de las ciudades peruanas vi algo más espantoso que en torno a la “Reina del Plata” en materia de basura. Hay que ver las aguas del Tigre y del Río de la Plata frente a Buenos Aires cuando sopla una sudestada y el río nos devuelve toda la basura plástica que le tiramos y eso que los pañales y las pilas se van al fondo. Antes que la pandemia de coronavirus lo despoblara, había que ver el microcentro porteño cada noche cuando los cartoneros (llamados “recuperadores urbanos” con opinable eufemismo políticamente correcto) destrozaban las bolsas de basura y dejaban un chiquero en el corazón de la República.
Hace más de cuarenta años que dejé de tirar basura a la vía pública, cuando una novia australiana que tenía me reprendió fuertemente por querer tirar una lata vacía. Desde ese día llevo una bolsa en el auto y junto mi basura dentro del auto. Me volví lo opuesto del compatriota medio: mi auto suele estar mugriento pero el paisaje argentino, por lo que a mí y los míos concierne, está impecable. En cambio el argentino típico tiene el coche impecable pero anda basureando a su país.