27. La elección de las reinas
La idea de elegir a la reina de una vendimia no es mendocina: de manera espontánea surgió hace siglos en los viñedos franceses, italianos y españoles. Cuando la uva se cosechaba en forma vecinal y comunitaria como todavía se hace en los viñedos pequeños de los terruños poblados. En la fiesta de comilona, vino y baile final se elegía a la muchacha más bonita y se brindaba por ella.
En Mendoza también fue así pero a lo largo del siglo XX se perdió el sentido de esa tradición. La elección de la reina entre una docena y media de reinas departamentales se contaminó tanto de politiquería provinciana que cada año es una renovada ocasión para escandaletes interdepartamentales. Ninguna reina ni princesa cosechó un tacho de uva, ni estudió enología en el liceo Don Bosco o hizo un curso de sommelier, no son hijas de winemakers, viñateros o cosechadores, tampoco les interesa el vino o la vendimia más allá de la corona y sus premios y beneficios, puede incluso ser abstemia o amante sólo de la cerveza. La reina de la vendimia no representa ni suma nada al vino: es una tradición que fue socavada en su sentido original.
Entre tanto la costumbre de elegir reinas se dispersó por todos los otros cultivos del país: un fenómeno que hasta donde sé es algo bastante argentino. Digamos que suena razonable copiar la idea de Mendoza y elegir una reina de la manzana en Río Negro, del durazno en Mercedes (Buenos Aires), de la naranja en Bella Vista (Corrientes), o incluso del lúpulo en El Bolsón (Río Negro). Pero ya no es lo mismo tener una reina del tomate, la vaca, la papa o la alfalfa. Y qué decir de las muchachas coronadas monarca del mármol ónix, del surubí, el cazón o la pesca variada, del chivo lechal y el cordero mamón. Comprendo que se pueda elegir una reina en la Fiesta Nacional del Camionero y por qué no en la del Automovilismo. ¿Pero entonces por qué no también reinas de las fiestas del esquilador, el gaucho, el jinete, el mochilero, el marinero, el ovejero y el puestero? Admitamos que trigo, maíz, girasol, soja y olivo merecen su reina. Y así también la flor, la orquídea, la nieve, la cerveza, la frambuesa y fruta fina, el chamamé, la zamba, la cueca y el malambo. Una amplitud que nos lleva finalmente a tener reinas de ajo, avicultura, boga, corvina, doma, embutido, empanada, orégano, pacú, queso, róbalo, sandía, zanahoria y zapallo. ¿Qué distingue a una reina del ajo de otra del zapallo? Nada: la única elección original es la que se hace en Amaicha del Valle, Tucumán, donde la reina de la fiesta de la Pachamama es una viejita del lugar.
La culminación del género llegó en 2012 con la primera Fiesta Nacional del Oro y la Plata en Puerto San Julián (Santa Cruz) donde se eligió a una Reina Nacional del Oro sin ni siquiera bañarla en pintura dorada. El éxito futuro de esta novedosa fiesta popular impulsada por el sector minero santacruceño estaría asegurado si en las ediciones venideras dicha Reina ganara un buen lingote o mejor aún, un baño corpóreo en polvillo de oro y sus princesas, de plata.
Todos esos cientos o miles de marchitas reinas de cualquier cosa esparcidas por las vastedades del territorio argentino me producen cierta ternura. Elegir reinas es algo bien del interior provinciano, que en Buenos Aires no se hace. Allí donde están los palacios y el poder no hay reinas: ni en la Exposición Rural ni en la Feria del Libro ni en ninguna otra feria o evento que yo sepa. Pero cuanto más lejos del Obelisco, más proliferan.