29. Fiebres de neón y de mercurio
Recorriendo la Argentina de punta a punta en auto se descubre cuál fue la actividad más próspera de la década kirchnerista, descontando los cultivos de ciclo continuo: instalar luminarias de neón o de mercurio en los accesos a las ciudades y pueblos. Me gustaría saber cuánto gastaron los municipios argentinos en los años kirchneristas en iluminación, porque estimo debe ser una cifra de más de siete u ocho ceros en dólares. A los intendentes de pueblo y ciudad provinciana siempre les gustó el rubro lumínico pero en los años Kirchner fue una fiebre panargentina, una pandemia de mercurio y neón. Ya prácticamente no queda localidad en Argentina sin un buen acceso iluminado. En algunos casos se llega al grotesco: en Punta de los Llanos (La Rioja) hay más postes de alumbrado público que habitantes. No lejos de allí, la nacional 38 al llegar al kilómetro 327 en medio de la travesía entre quebrachales blancos y a lo largo de mil metros está soberbiamente iluminada de noche allí donde no vive nadie y lo único que hay es una foto, una estatua y una moderna ermita al lado del lugar donde en 1976 el obispo de La Rioja fue asesinado por la última dictadura militar en un choque provocado, que nunca fue esclarecido: presumo que monseñor Angelelli estaría escandalizado de tan innecesario gasto del erario público. Otra “faraneónica” obra de iluminación es el acceso a la pequeña Puerto Santa Cruz: a lo largo de una legua, la nacional 288 que baja de la estepa por el cañadón hacia la ría está iluminada al vapor de mercurio (por economía, de un sólo lado) en un dispendio de energía que sólo disfrutan las liebres. Hay docenas o cientos de ejemplos más desparramados por todo el territorio, muchas veces acompañados por nuevos y amplios accesos pavimentados. La culminación es la nacional 7 en la provincia de San Luis: a lo largo de doscientos kilómetros la ruta es una muy necesaria autopista, innecesariamente iluminada de noche.
La magnitud y capilaridad de la inversión nacional en iluminación de accesos es tal que me despierta interrogantes y provoca reflexiones. Está muy bien iluminar y pavimentar accesos pero la frecuente desproporción entre la pobreza del contexto y el tamaño de la obra me hace pensar que iluminar baldíos o desiertos debe ser buen negocio para alguien: más no sea para los fabricantes de postes de alumbrado y lámparas de neón y de mercurio. Me resulta bastante demencial que el mismo Estado que erradicó las lámparas de filamento de tungsteno para economizar energía gaste tanta plata en iluminar tanta nada en tantas partes.
El negocio o negociado de exagerar las obras de iluminación pública hasta el ridículo merecería ser analizado en más detalle. Es una obra fácil, al alcance de cualquier contratista provincial y es rápida, bien visible y simpática para inaugurar, algo que aprecian los políticos provinciales puestos a funcionarios. Desde el punto de vista de la corrupción o peculado parece una buena solución: es la técnica para esconder un elefante en la calle Florida o sea, llenarla de elefantes. Si en cada poste de alumbrado hay un costo negro lo mejor para que no se note es saturar de postes de alumbrado el lugar. Mi impresión Ushuaia-La Quiaca es que en la década K desde la nación a las provincias y los municipios hubo una cascada de dinero inverosímil para gastar en alumbrado. Total, la gente no se ofende de que la iluminen, aunque pierda la visión de las estrellas.
Estéticamente, son todas obras feas: iluminación de aeropuerto y autopista traspuesta a lugares como Paso del Quirquincho, Algarrobo Solo o Villa Nomemires. A veces, además de feas, son inútiles porque están apagadas. Confirman esa tendencia natural de los argentinos a privilegiar el aspecto exterior desde la facha personal a la fachada urbana, del que el acceso iluminado es el preámbulo.
La obra de iluminación pública más curiosa que vi en mi última recorrida por la Argentina está en San Luis, en la provincial 18 o “camino de las pulperías” (no hay ni una) que es un hermoso caminito empedrado en construcción entre Estancia Grande y El Durazno, al pie de la sierra. Hacia El Durazno Alto hay kilómetros de camino vecinal entre plantaciones de duraznos y campos agrícolas y ganaderos iluminados con ridículos farolitos de dos metros de altura y lamparita fluorescente económica. No hay una casa, ni más que algunos refugios de piedra de muy buen diseño para los que esperan a un transporte público que no se ve pasar. El efecto es el de una propaganda o invocación a la urbanización: ya está el alumbradito público, ahora vengan y construyan sus casonas o casitas.